“No soy un príncipe del Renacimiento que en vez de trabajar prefiere
irse a escuchar música”. Con esas palabras, más o menos, Jorge Mario
Bergoglio habría justificado su ausencia de ayer -sábado 22 de junio- en
un concierto de música clásica en el Aula Pablo VI del Vaticano. Esa
frase fue la que se filtró, al menos extraoficialmente. Lo cierto es que
el Papa no estuvo en el recital y cómo nadie explicó el motivo
verdadero de su no-presencia, la fantasía hizo el resto. Casi como
ocurría siglos atrás con los rumores en una corte medieval o, quien
sabe, como una del mismísimo Renacimiento.
Todo
estaba listo para el “Gran Concierto” de música clásica promovido por
el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. ¿El
motivo? El Año de la Fe. Para la ocasión la Orquesta Sinfónica Nacional
italiana de la cadena pública de televisión RAI, dirigida por el maestro
Juraj Valcuha, había preparado la Novena Sinfonía de Beethoven junto al
coro de la Academia Nacional de Santa Cecilia.
De hecho, pocas horas antes del comienzo del espectáculo, tanto la
Sala de Prensa de la Santa Sede como la Radio Vaticana daban por hecho
la presencia del obispo de Roma. Así lo anunciaron en un comunicado y en
un reporte audio respectivamente. Pero al último momento Francisco no
llegó.
Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo organizador, se
vio obligado a anunciar desde un micrófono que el Papa no podía asistir
por “empeños urgentes e impostergables”. Cuando pronunció esas palabras,
se alzó un rumor entre los presentes que duró unos segundos. Acto
seguido el prelado leyó un breve mensaje de agradecimiento a nombre de
Bergoglio. Un texto de ocasión.
Parece que un sentimiento de desorientación embargó a los músicos.
Estaban tan ilusionados con hacer sentir sus notas al líder católico.
Los cardenales y diplomáticos presentes en la sala se preguntaban, ¿qué
habrá pasado? En cuestión de instantes la noticia se transmitió al
exterior. Los periodistas intentaron frenéticamente obtener una
explicación. “Nada que agregar” fue la respuesta del portavoz de la
Santa Sede, Federico Lombardi.
Entonces comenzaron a cundir las especulaciones. Primero se pensó en
un problema de salud, pero tanto el secretario privado, Alfred Xuereb,
como el médico personal del pontífice, Patrizio Polisca, estaban
presentes en el Aula Pablo VI. ¿Entonces? La única explicación plausible
estaba relacionada al trabajo. Como en estos días todos los nuncios
apostólicos del mundo se encuentran en Roma, para un encuentro
organizado desde hace ya bastante tiempo, podría ser comprensible el
interés de Bergoglio por dialogar –en privado y sin interrupciones- con
algunos de ellos.
La cuestión es que el Papa decidió quedarse en Santa Marta, con toda
probabilidad trabajando. Y este domingo retomó sus actividades, como si
nada hubiese ocurrido. Las especulaciones sobre este gesto no se
circunscribieron solamente a la prensa, aunque algunos –los miopes de
siempre- intentaron distraer la atención sosteniendo que a nadie
interesaba la ausencia del pontífice y sólo los periodistas se empeñaban
en buscar respuestas.
En cambio el ambiente eclesiástico, la tarde-noche de ayer, era un
hervidero. Por ejemplo durante una reunión entre capellanes
universitarios romanos y un obispo de la capital italiana, ese fue uno
de los temas de conversación. Y los presentes estaban divididos entre
quienes apoyaban a Bergoglio, quienes sostenían: “Si ya estaba
organizado (el concierto), debió haber ido” y quienes acotaban: “Hubiera
avisado con tiempo”.
Ergo, nadie puede decirse ingenuo. El Papa sabía bien que su ausencia
iba a ser una señal, enviada voluntaria o involuntariamente. Porque,
más allá de la voluntad, el resultado resulta indiscutible. Con un
simple gesto y de un plumazo, Francisco vació de contenido aquello de
que El Vaticano es una corte.
Serafines susurran.- Que
si el Papa Francisco no nos sorprende una vez más y cambia planes de
último momento, se titulará “Fidem servavi” (He conservado la fe) la
primera encíclica de su pontificado. Será, como él mismo ya lo dijo, un
documento “a cuatro manos” aunque en realidad será a “tres manos".
Porque, no obstante el empeño de la estructura de comunicación del
Vaticano por minimizar la contribución de Joseph Ratzinger y maximizar
el aporte de Jorge Mario Bergoglio, el 90 por ciento del texto ya salió
de las manos del Papa emérito.
Benedicto XVI había concluído el manuscrito antes de presentar su
renuncia el 11 de febrero, pero lo había reservado en espera de cumplir
el trascendental paso. Esperó el Conclave y al nuevo Papa le entregó el
boceto. Ya sea por respeto, ya sea por valoración de la calidad y el
contenido, o por todas las anteriores, pero Francisco decidió que el
trabajo ya hecho no debía tirarse a la basura.
Por eso determinó que la encíclica verá finalmente la luz, con su
firma. Él ya está trabajando en la introducción y en algunos agregados
menores, que completará duranta el verano europeo. Y al inicio
escribirá, sin mayor rémora, que gran parte del documento es obra de su
predecesor.
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