BUENOS AIRES.- La casa es como todas las otras casas. En Ituzaingó -un barrio
trabajador ubicado en el conurbano bonaerense-, lo que se ve es una
construcción baja y austera a la que se accede por una puerta de madera
gastada. La abre un muchacho delgado y con mirada beatífica. Tiene una
barba rala, un gorro de lana, pantalones de jeans.
-Por favor, pase -dice y sonríe-, y agacha la cabeza en un gesto cordial pero también sumiso.
Jorge -hijo de María Elena Bergoglio y sobrino de Jorge
Mario Bergoglio, hoy el Papa Francisco- es un varón de modos delicados.
Y es el encargado de atender el aluvión de prensa que hace sonar el
teléfono y el timbre desde el 13 de marzo de 2013, cuando se supo que
Jorge Bergoglio era el Papa y que el familiar más cercano era María
Elena: su única hermana viva.
--Ahí está ella, tome asiento. Póngase cómoda.
María Elena tiene 64 años, es separada y tiene dos
hijos, pero sólo uno -Jorge, el mayor, de 38 años que parecen menos-
vive con ella. Esta cercanía, que es posible porque Jorge trabaja de
modo independiente, le permite al hombre asistir a su madre en el trato
con los medios. Su presencia es útil y discreta. Apenas cierra la puerta
Jorge desaparece y lo que queda es este living frío y penumbroso con
algunas sillas, una mesa y una mujer sentada que intenta ponerse de pie.
-A ver... Me cuesta pararme.
María Elena tiene carnes abundantes, cabello blanco, piel pálida. Saluda con un beso.
-Estoy tan cansada.
Su voz es áspera. Es el resultado de toda una vida de
cigarro, pero es también, dice ella, la consecuencia de llevar tres
meses de diálogo imparable con los medios.
-Yo casi había dejado de fumar. Pero el 13 de marzo
agarré el cigarrillo a lo loco. Igual esta voz que tengo es de hablar
tanto. No paro de hablar. No imaginé que iba a ser tan agotador.
Un relevo de los últimos tres meses de publicaciones
en diarios y revistas permite entender por qué María Elena está así de
cansada. "Tener un hermano Papa es una bendición de Dios", "Francisco no
dejó de ser Jorge", "Francisco decía `palabrotas` y nunca tuvo novia",
"Jorge será un Papa que cambiará nuestra Iglesia". María Elena lleva
casi noventa días diciendo estas cosas sin parar, y no solo a los medios
gráficos sino también a los televisivos y radiales. La maratón empezó
el 13 de marzo, cuando se dio la noticia de que el hasta entonces
cardenal Jorge Mario Bergoglio era el nuevo Papa. En ese momento María
Elena se permitió un llanto breve, pero luego tuvo que mostrarse entera y
salir a dar la cara.
-Entre que lo anunciaron y salió al balcón pasaron
cuarenta minutos. En ese momento empezaron a tocar timbre los vecinos y
empezó a sonar el teléfono y lentamente empezó a crecer un murmullo. El
murmullo era cada vez más fuerte. Yo no sabía qué hacer. No me animaba
ni a mirar por la ventana. Hasta que al día siguiente, cuando el ruido
ya era ensordecedor, me dije "tengo que enfrentar la situación", me puse
en manos del Espíritu Santo y salí. Toda la vereda de enfrente estaba
llena de cámaras y de golpe venían todos como hormigas a hablar conmigo.
¿Pero cómo decirles que no? Era una noticia histórica y yo no tenía
derecho a guardarme nada.
Desde entonces, María Elena -quien alguna vez fue
empleada administrativa y consejera escolar, y quien desde hace años
lleva una vida de ama de casa- dedica sus días a dar entrevistas. En los
momentos de mayor demanda -como la jornada del anuncio y la de la
coronación- llegó a estar diecisiete horas corridas en diálogo con la
prensa. Se levantaba a las seis -con las entrevistas radiales- y
terminaba a las once de la noche. A veces no tenía fuerzas ni para hacer
algo de comer. El 14 de marzo, ella y Jorge -su hijo mayor- cayeron
rendidos a la medianoche y cenaron fideos con manteca. Luego una vecina
empezó a llevarles comida todos los días. Quería cuidar la salud de
María Elena y mantenerla fuerte para que llevara a cabo lo que María
Elena veía que era una obligación: pararse en la puerta de su casa y
hablar con los medios. Calmar esa sed.
A lo largo de noventa días, María Elena se empeñó en
contar una y mil veces la misma historia a cada periodista: que
Francisco había tenido un llamado profundo de su vocación a los
dieciocho años, que Francisco es un hombre que le da gran importancia a
la familia, y que por el momento ella no tiene planeado ir al Vaticano.
-Por ahora no voy a viajar. No viajé ni siquiera a
la asunción. ¿Para qué? Esas ceremonias tienen todo un protocolo y yo no
iba a poder ver a mi hermano. Si hubiera querido saludarlo habría
tenido que entrar junto con toda la gente que entraba a saludarlo, darle
un beso, un abrazo, sacarme una foto y nada más. Así que no. Preferí
ver todo tranquila con mis hijos, mis sobrinos y mis sobrinos nietos.
-¿Cómo reaccionaron los más chicos de la familia?
-No terminaban de entender. Un día mi sobrina nieta
de cuatro años le dijo a su mamá que estaba triste porque "el tío Jorge
se murió". "¿Por qué?" dijo la mamá. "Y -dijo la chiquita-, ¿no ves que
ahora es Francisco?".
-¿Y usted siente que Jorge murió?
-No, la pérdida del hermano no la sentí nunca. Mi
hermano sigue siendo mi hermano, es solo que tengo que compartirlo con
el mundo.
-¿Cómo fue la primera charla con su hermano en rol de Papa?
-Rara. Las cosas eran como más tensas, ¿no? Recién
ahora, de a poquito, las charlas se van normalizando. Pero al principio
había algo dentro de mí que...
-María Elena fuma, vacila, reconstruye- Yo no sabía
cómo hablarle. Esas cosas tontas que uno tiene. Porque él siempre fue el
hermano y... la verdad que yo pensaba que él iba a volver. Y de golpe,
no sé, yo me decía: ¿Y ahora cómo hablo con él? ¿Estoy hablando con el
Papa? ¿Estoy hablando con mi hermano? ¡Cuernos!, dije un día. ¡Estoy
hablando con mi hermano! Y de a poco me empecé a relajar. Yo incluso un
día se lo dije a él: "Yo todavía no te puedo ver Papa". Y él se reía.
¿Qué voy a hacer? ¿Decirle "Su Santidad"? ¡Por favor!
María Elena piensa en el Papa solo cuando reza a
diario y ora por él y por su investidura. Pero después, el Papa es
Jorge, el mayor de cinco hermanos, el que posa de pie en una foto
familiar que ahora María Elena dispone sobre la mesa. La foto fue
publicada por una revista de actualidad argentina. En ella se ve un
padre serio, una madre sonriente, dos mujeres de cabello acomodado -las
hermanas- y tres varones de los cuales uno, joven, lleva el alzacuellos
de la ropa sacerdotal.
-Supongo que esta foto se las di yo... No me
acuerdo. A veces me preocupa porque se me están haciendo lagunas de
tanto que hablé. Igualmente, la verdad que no puedo quejarme con lo que
publicó el periodismo. El trato fue siempre excelente, salvo cuando
tocan la vida privada de mi hermano. Ahí confunden todo.
Hubo tres temas que molestaron a María Elena. Que se
ensuciara la historia de Francisco, insinuando una complicidad -no
probada- con la última dictadura militar argentina. Que le inventaran
una novia de la infancia. Y que mencionaran y exageraran el disgusto de
la madre -la de María Elena y Francisco- cuando supo que su hijo
seguiría la carrera sacerdotal.
-De la dictadura no da ni para hablar. Tengo la
tranquilidad de saber que mi hermano no actuó en la dictadura, punto. En
el resto no me engancho. Después, le dieron espacio a una señora que
dice que a los doce años fue novia de mi hermano. Pero ella no vivía en
el barrio y nadie la conocía, el suyo es un relato lleno de
incongruencias. Sí sé que él estuvo enamorado, pero nunca supimos de
quién. Jamás. Suponemos que era una chica del grupo juvenil en el que él
estaba, pero siempre la preservó. El Día de la Primavera iban a ir de
picnic y él se le iba a declarar, pero pasó por la iglesia a saludar a
la Virgen y vio un cura confesando, y se acercó a hablar con el cura y
sintió el llamado de su vocación. Así que no fue al picnic.
Y después estuvo el otro tema, dice María Elena. El tema de su mamá.
-El periodismo dice que mi mamá se enojó al saber
que Jorge quería ser cura, a tal punto que no le dirigió la palabra
hasta unos meses antes de ordenarse sacerdote. ¡Mentiras totales!
La madre de María Elena y Jorge Bergoglio se llamaba
Regina María Sivori y era ama de casa. El padre se llamaba Mario José
Bergoglio, era contable de una fábrica de medias y murió a los 51 años
de problemas cardíacos. Ambos se conocieron en una actividad de la
iglesia y formaron una familia en la que se vivió siempre con dinero
suficiente, pero sin abundancia.
-No éramos pobres, pero no sobraba -dice María Elena, replegada bajo una chalina de lana.
-¿Cómo cree que impactará su austeridad dentro del Vaticano?
-No sé qué medidas tomará, pero ya dijo que hay
cosas del Vaticano que van a vender. Qué será, no sé. Y espero que lo
dejen. Igual él tiene carácter suficiente para hacerlo. Y razones
también. Ahí hay demasiado lujo cuando hay gente que se está muriendo de
hambre. Y eso no va con mi hermano. Me acuerdo que una vez que
estábamos reunidos, cuando él era cardenal, salió el tema de los zapatos
rojos del Papa y él dijo "es algo que tiene que desaparecer, porque ese
zapato remite al estilo de la realeza". Después, ya Papa, cuando entró a
conocer el departamento del Papa sus palabras fueron "qué grande que es
esto, acá vivirían trescientas personas". No quiso vivir en el
Vaticano. Se quedó en Santa Marta, eligió llevar una vida comunitaria,
no aislarse. Ver al otro. Él no podría vivir de otro modo, creo que le
haría mal.
Suena el teléfono. Es la cuarta vez que suena a lo
largo de la charla. Las tres primeras fueron periodistas -uno italiano,
uno boliviano y uno danés- y la cuarta es un misterio. María Elena dice
cosas como "veremos", "después", "vamos viendo". Luego corta.
-Quieren convencerme -dice- no voy a viajar.
-Siente que si fuera a ver a su hermano, lo vería al Papa.
-Exacto. No podríamos sentarnos a tomar un mate. Por
eso prefiero quedarme. No me hace mal, porque yo sé que en el momento
en que Dios disponga nos vamos a poder encontrar más distendidos.
María Elena Bergoglio
Es la única hermana viva de Francisco. Y, sin
buscarlo, se ha transformado en la principal vocera de prensa del Sumo
Pontífice. Desde su casa sencilla, ubicada en el conurbano bonaerense,
María Elena habla de una sorpresa y un asedio que todavía no cesan. Del
problema de la distancia familiar. Y del futuro de una Iglesia que,
ahora en manos de un jesuita, parece estar llena de buenos presagios.
Hoy se cumplen tres meses desde que Jorge Bergoglio asumió como el Papa
Francisco. "Tener un hermano Papa es una bendición de Dios", "Francisco
no dejó de ser Jorge", "Francisco decía `palabrotas` y nunca tuvo
novia", "Jorge será un Papa que cambiará nuestra Iglesia", son algunas
de las frases que María Elena repite desde entonces.
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