BOGOTÁ.- El problema del papa Francisco con las monjas también fue heredado de su predecesor. En una audiencia reciente con más de 800 religiosas en representación
de 75 países, reunidas en el Vaticano para una conferencia, el Papa les
dijo que, en vez de solteronas, deberían ser madres espirituales y
mostrar obediencia hacia sus superiores, los obispos y arzobispos, según revela 'El Tiempo'.
Ese
regaño papal, que provocó encontradas reacciones en todo el mundo, es el
más reciente capítulo en una cruzada de la curia romana para someter a
las monjas americanas que, según el Vaticano, se preocupan
demasiado por el trabajo social y no se oponen de manera suficiente
contra el aborto, la anticoncepción y el matrimonio homosexual.
“Trabajando calladamente con los pobres y enfermos”, escribió un
destacado columnista en el Huffington Post, “las monjas han decepcionado a los altos jerarcas de la
Iglesia, ya que su silencio se interpreta como aprobación”.
Durante el papado de Benedicto XVI, el Vaticano ordenó iniciar
investigaciones contra la Conferencia de Mujeres Religiosas (LCWR es su
sigla en inglés), que congrega a más de 45.000 monjas en Estados Unidos y
es conocida por sus trabajos humanitarios y sociales en pro de los
desfavorecidos.
La Congregación de la Doctrina de la Fe, a cargo de la
investigación, concluyó que muchas de las monjas estadounidenses están
trabajando “por causas feministas radicales incompatibles con la fe
católica”.
Las tensiones se recrudecieron en abril, cuando el nuevo pontífice dio a conocer su respaldo al crítico informe, acusando a las
religiosas de rebelión y exhortándolas a la obediencia, lo cual dio
lugar a protestas en los medios de comunicación y apoyo a las religiosas
de las comunidades con las cuales trabajan, manifestaciones frente a la
embajada del Vaticano en Washington y una resolución del Congreso de
los Estados Unidos elogiándolas por su servicio al país.
“El clero femenino incorpora verdaderamente las enseñanzas de
Cristo con su trabajo desinteresado entre los jóvenes, los pobres y los
enfermos”, escribió el influyente columnista Nicholas Kristof en The New York Times.
Las monjas reunidas en el Vaticano en mayo esperaban que el nuevo
pontífice suavizara su posición. “En su primera aparición, después de
ser ordenado, el papa Francisco habló de comenzar una era de
fraternidad, amor y confianza entre nosotros, tanto obispos y arzobispos
como el resto de la comunidad. Y eso era lo que esperábamos”, explicó
la hermana Florence Deacon, presidenta de la LCWR, durante la reciente
visita en Roma.
No solo no hubo ablandamiento sino que se abrieron nuevas brechas
dentro del alto clero masculino. El cardenal João Braz de Aviz, prefecto
de la congregación que supervisa todas las órdenes religiosas, se hizo
oír de inmediato: “Los conceptos de obediencia y autoridad dentro de la
Iglesia deben ser revisados”, les dijo a las monjas. La decisión tomada
por el Vaticano el año pasado de poner la LCWR bajo la supervisión de
los obispos no fue consultada con la oficina del cardenal Braz de Aviz,
quien afirmó que esa decisión le había “causado profunda pena”.
“Las monjas hemos estado por siglos al frente, dondequiera que la
gente necesita ayuda”, explicó la hermana Mary Lou Wirtz, una
franciscana presidenta de la Unión de Superiores Generales en Roma, en
una entrevista para Radio Vaticano. “En algunos círculos, ese trabajo es
reconocido, pero dentro de los círculos del Vaticano no lo somos”.
Pero no todas las monjas son tan resignadas. La hermana Laurie Brink,
una catedrática de la Unión Teológica de Chicago que ha sido acusada
por varios cardenales de ser “una seria fuente de escándalo,
incompatible con una vida religiosa”, es una de las más radicales portavoces del movimiento.
En el origen de este conflicto, como de tantos otros que afectan a la
Iglesia, se encuentran asuntos relacionados con género y sexualidad.
Todo comenzó con el libro Simplemente amor: un marco de ética sexual
cristiana, escrito por la hermana Margaret Farley, de 77 años, una
distinguida catedrática emérita de la Universidad de Yale y expresidenta
de la Sociedad Teológica Católica de América, publicado en 2006. El
Vaticano se tomó varios años para estudiarlo y en marzo del año pasado
lo censuró pública y severamente.
En su tratado, Farley se sale de los preceptos de la Iglesia que
prohíben la ordenación de mujeres, la homosexualidad, la contracepción y
consagran el celibato. El libro argumenta que la justicia debe ser la
fuerza que dirige las relaciones humanas, y en ese marco defiende la
masturbación y el derecho a volverse a casar después de un divorcio.
La respuesta del Vaticano fue rotunda. El libro fue declarado un acto
deliberado para promover relaciones sexuales fuera del matrimonio y
defender el sexo entre homosexuales. Cuando otras religiosas salieron en
respaldo de la autora y su libro, la Iglesia en Roma ordenó las
investigaciones de conventos y religiosas.
Muchas de las monjas estadounidenses piensan que lo que más preocupa a
la jerarquía eclesiástica es que sus mensajes influencien a otras
monjas alrededor del mundo. “Por eso los hombres en el Vaticano quieren
mantener el control. Lo que ellos ven como mala influencia, nosotros lo
vemos como ejemplo”, dijo una de las hermanas durante una rueda de
prensa en Roma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario