“La corrupción es la hierba mala de nuestros tiempos.
Infecta la política, la economía, la sociedad. Amenaza hasta a la
Iglesia. Es el cáncer moral que ha envuelto a la Argentina". Son
palabras —claras, sencillas, contundentes— del papa Francisco, que
forman parte del libro Corrupción y pecado, publicado por el diario español El Mundo.
El Papa dice “ha envuelto”: la corrupción viene de un momento no
definido del pasado y permanece en la actualidad; afecta a nuestro
tiempo, a nuestra cultura, a nuestro mundo y, en especial, a nuestro
país.
Hay que tener en cuenta que, si bien el Papa es una figura universal,
que conduce la Iglesia a nivel global, llega al Vaticano impregnado de
una cultura particular, que influye decisivamente tanto en la forma como
en el contenido de su pontificado.
Por ejemplo, Juan Pablo II fue un luchador por la libertad, religiosa
o de conciencia en primer lugar, contra el comunismo y otros
autoritarismos; Benedicto XVI fue un intelectual en diálogo y disputa
permanentes con corrientes europeas no muy afines al catolicismo.
En este sentido, Bergoglio ha llevado al Vaticano problemas que son argentinos, pero que, en su opinión, afectan (o “infectan”) a todo el mundo.
Para Francisco, la corrupción afecta también a la Curia Romana , es
decir al gobierno central de la Iglesia junto con otras fuerzas, como "el lobby gay". Impresiona el carisma del nuevo pontífice, que le permite salir airoso
de una expresión tan políticamente incorrecta. Y sin embargo, como lo
han reconocido varios “vaticanistas” (los periodistas expertos en
asuntos del Vaticano), Bergoglio no hizo más que decir en voz alta lo
que tantos saben y callan o susurran.
En ese sentido, según el Papa, la corrupción tiene diversos ropajes
como, por ejemplo, la especulación financiera, que es la causa de que
haya tantas personas que sigan pasando hambre a pesar de que en esta
coyuntura histórica el mundo produce alimentos para alimentar a todos
sus habitantes.
Le da tanta importancia al tema que en los primeros cien días de su papado no ha pasado semana sin referirse a la corrupción.
Repitió un par de veces su eslogan: “¡Pecadores sí, corruptos no!”, y
señaló que los corruptos son “el anticristo: están en medio de nosotros,
pero no son de los nuestros”. Y hasta imploró a Dios la gracia de “no
convertirnos en corruptos.
Bergoglio está enrolado en lo que algunos llaman “teología del
pueblo” o “teología de la cultura”. “En el caso de la corrupción, él
nunca va a dar nombres sino que va a impugnar conductas”, dice un
sacerdote que lo ayudaba en los contactos con el mundillo político y
sindical cuando el Papa era el arzobispo de Buenos Aires. ¿Para qué?
Para abrir los ojos de la opinión pública, para que los votantes
relacionen la corrupción con la falta de dinero para la educación o las
fallas en los trenes, para cambiar el clima de la época. O, para decirlo
en términos más de sacristía, para evangelizar la cultura popular.
Los peronistas sostienen que el Papa pertenece a sus vastas y
heterogéneas filas. “Antes de ingresar al seminario, estudió Química;
iba a clases con el escudito peronista”, asegura Julián Licastro, el ex
secretario Político del último gobierno de Juan Domingo Perón. Cuando
era arzobispo de Buenos Aires, solía reunirse con políticos y
sindicalistas no kirchneristas pero también con dirigentes de otros
partidos, con empresarios y con representantes de movimientos sociales.
Además, no necesita que le expliquen quién es y cómo gobierna la
presidenta Cristina Kirchner.
Por todo ese conocimiento de la dirigencia argentina y porque está
convencido de que los cambios profundos se dan en “la cultura popular”,
el Papa apuesta a convencer a la gente (a los votantes, a los
contribuyentes) de que la corrupción es un “cáncer moral” que “infecta”
sus vidas, en lugar de pretender la súbita conversión de políticos,
sindicalistas y empresarios, lo cual sería un verdadero milagro.
Por otro lado, al tocar temas tan sensibles como la corrupción, las palabras del Papa son leídas en la Argentina como filosos dardos dirigidos contra el gobierno de turno.
Hasta ahora, Cristina no encontró la manera de contrarrestarla aunque
al menos logró que Francisco no viniera al país antes de las cruciales
elecciones legislativas de octubre.
Otro tema sensible que integra el mensaje papal son sus llamados a la
unidad, que en la Argentina pueden ser leídos como una crítica a la
política kirchnerista de dividir entre amigos y enemigos, entre buenos y
malos. “La unidad es siempre superior a los conflictos”, dijo en la
audiencia general del miércoles.
También Cristina piensa que esos llamados no la favorecen: nunca dio a
conocer un mensaje que le envió apenas asumió el papado en el que la
instaba a que, junto con otras autoridades, trabaje “infatigablemente
para tejer lazos que afiancen la concordia, el diálogo, la
reconciliación y el entendimiento entre todos”. Solo se supo de estas
palabras cuando la carta fue dada a conocer en El Vaticano.
(*) Editor ejecutivo de la revista Fortuna
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