ROMA.- En la festividad de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de
Jesús, orden a la que él también pertenece, el Papa ha celebrado esta
mañana, a las 8, la Santa Misa con los jesuitas en la iglesia romana del
Gesú, donde se conservan las reliquias del santo. El Santo Padre ha
explicado a los jesuitas que no se puede «seguir a Cristo sino en la
Iglesia y con la Iglesia», recalcando que «no puede haber caminos
paralelos o aislados. Sí, caminos de búsqueda, caminos creativos, sí, es
importante; ir hacia las periferias, pero siempre en comunidad, con la
Iglesia».
Se ha tratado de una Misa privada -como las que celebra diariamente en la Casa de Santa Marta- a la que han asistido sólo los sacerdotes de la Compañía, sus amigos y colaboradores.
Sin embargo, el Papa ha sido recibido por cientos de personas que
querían saludarle y han esperado hasta el final de la celebración para
poder hacerlo.
Han concelebrado con el pontífice Mons. Luis Ladaria,
Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Padre
general de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, miembros del Consejo y
más de doscientos jesuitas.
En su homilía, el Papa propuso una reflexión basada en tres conceptos:
poner en el centro a Cristo y a la Iglesia; dejarse conquistar por Él
para servir y sentir la vergüenza de nuestros límites y pecados para ser
humildes ante él y ante los hermanos.
«El lema de nosotros, los jesuítas, «Iesus Hominum Salvator» - ha
dicho Francisco- nos recuerda constantemente una realidad que no debemos
olvidar nunca: la centralidad de Cristo para cada uno de nosotros y
para toda la Compañía que San Ignacio quiso que se llamase «de Jesús»
para indicar el punto de referencia... Y esto nos lleva a nosotros, los
jesuitas, y a toda la Compañía a ser «descentrados», a tener siempre
delante a «Cristo siempre mayor»...Cristo es nuestra vida. A la centralidad de Cristo corresponde también la centralidad de la Iglesia: son dos fuegos que no pueden separarse: yo no puedo seguir a Cristo si no en la Iglesia y con la Iglesia.
Y también en este caso, nosotros los jesuitas y toda la Compañía,
estamos por decirlo así «desplazados», estamos al servicio de Cristo y
de la Iglesia... Ser hombres radicados y fundados en la Iglesia: así nos
quiere Jesús. No puede haber caminos paralelos o aislados. Sí, caminos de búsqueda, caminos creativos, sí, es importante; ir hacia las periferias...pero siempre en comunidad con la Iglesia, con esta pertenencia que nos da valor para ir hacia adelante».
El camino para vivir esta centralidad doble es «dejarse conquistar
por Cristo. Yo busco a Jesús y lo sirvo porque El me ha buscado en
primer lugar...En español hay una palabra que es muy descriptiva: «El
nos primerea». Es siempre el primero... Ser conquistador por Dios para
ofrecer a este Rey toda nuestra persona y nuestra fatiga... imitarlo en
el soportar incluso injurias, desprecio, pobreza».
Aquí el Papa recordó al jesuita Paolo dell'Oglio, desaparecido en Siria desde hace días y añadió «dejarse conquistar por Cristo significa estar siempre tendidos hacia quien tengo enfrente, hacia la meta de Cristo».
Asimismo Francisco recordó las palabras de Jesús en el Evangelio:
«quien quiera salvar la propia vida la perderá, pero quien pierda su
vida por mi, la salvará...quién se avergüence de mi...» y las comparó
con la «vergüenza de los Jesuitas. La invitación que hace Jesús es la de
no avergonzarse nunca de Él, sino de seguirle siempre con total
dedicación, fiándose y confiando en Él».
«Mirando a Jesús, como San Ignacio nos enseña en la Primera Semana,
-ha dicho el Papa- sobre todo mirando a Cristo crucificado, sentimos esa
sensación tan humana y tan noble que es la vergüenza de no estar a la
altura...Y esto nos lleva siempre, a cada uno por separado y como Compañía, a la humildad, a vivir esta gran virtud. Humildad que nos hace
conscientes todos los días de que no somos nosotros los que tenemos que construir el Reino de Dios, sino que es siempre la gracia del Señor que obra en nosotros;
la humildad que nos lleva a ponernos a nosotros mismos no a nuestro
servicio personal o al servicio de nuestras ideas, sino al servicio de
Cristo y de la Iglesia, como vasijas de barro, frágiles, inadecuadas,
insuficientes, pero con un inmenso tesoro que llevamos y comunicamos».
El Papa ha confesado cómo siempre en el atardecer de su existencia,
«cuando un jesuita termina su vida» le vienen a la mente dos imágenes;
la de san Francisco Javier, mirando a China, y la de padre Arrupe, en su
última conversación en el campo de refugiados. «Dos imágenes -ha dicho-
que a todos nos hará bien observar y recordar. Pedir la gracia que nuestro atardecer sea como el de ellos».
Al finalizar, Francisco ha animado a los presentes a pedir a la
Virgen que »nos haga sentir vergüenza por ser inadecuados para el tesoro
que nos ha sido confiado, para vivir la humildad ante Dios. Que
acompañe nuestro camino la intercesión paternal de San Ignacio y de
todos los santos jesuitas, que siguen enseñandonos cómo hacer todo, con
humildad, ad maiorem Dei gloriam.
Al final de la Misa el Papa rezó ante el altar de la capilla de San
Ignacio y de San Francisco Javier y también en la capilla de Virgen de
la Calle y ante la tumba del Padre Pedro Arrupe.