domingo, 7 de julio de 2013

Escándalos financieros y continuidades / Fortunato Mallimaci *

La renuncia de Benito XVI fue una ruptura estructural con consecuencias todavía desconocidas. Mundanizó el cargo de papa y lo hizo terrestre al quitarle el halo de sagrado e infalible que poseía desde 1870. Es quizás el mayor aporte del papa Benito XVI a la democratización de las creencias. La autoridad es falible y perentoria. Una vez más, el cristianismo es fuente de secularización y de salida de lo religioso.

Luego de ese hecho –no discutido con sus pares– surge como urgente para la institución católica rehacer una credibilidad fuerte, carismática y mediática en la figura de un nuevo papa para que nuevos horizontes de sentido vuelvan a “entusiasmar” no sólo al pueblo creyente, sino también a especialistas. Los medios a escala universal celebran ese cambio y esperan de la principal institución religiosa globalizada una regulación “racional” de las creencias a nivel planetario para acompañar un capitalismo desbocado que necesita ser cuestionado en sus consecuencias y no en sus causas.

Los escándalos del Instituto para las Obras de Religión –el llamado Banco del Vaticano– son un ejemplo de lo que se muestra y lo que se omite. Utilizado hace años por mafias y la logia P2 en la lucha contra el comunismo, su presidente Von Freyberg (miembro de la Orden militar de Malta) acusa al anterior Gotti Tedeschi (miembro de la prelatura religiosa del Opus Dei) de haber realizado lavado de dinero, tener cuentas secretas y aprovechar el cargo para mantener vínculos con grupos privados y estatales “mafiosos”. 

Los directores son expulsados a fines de junio por acusaciones de la Justicia italiana y también entró en sospecha el reciente designado monseñor Battista Ri-cca rechazado por otros nuncios por “conducta escandalosa” cuando era diplomático vaticano en el Uruguay. Nombrado al IOR por Bergoglio, que lo conoce como director de la Casa Santa Marta, donde se aloja. Esto muestra un funcionamiento individual que no confía en equipos de trabajo.

Este tema es mucho más que un problema de escándalos financieros o de personas. ¿Cómo deben financiarse los grupos religiosos? ¿Desde el Estado, los grandes grupos económicos y/o los participantes? Pero no debemos dar un paso más en el análisis. ¿Qué implica tener un banco para el obispo de Roma y ser la Iglesia Católica un Estado? Si sabemos que en sociedades globales y mediáticas los “escándalos” debilitan la credibilidad y las creencias del conjunto de los católicos.

No siempre fue así. El IOR fue fundado en 1942 por Pío XII con el fin de “asegurar la conservación y la administración de las transferencias de bienes mobiliarios e inmobiliarios que le son confiados por personas físicas o morales y destinadas a las obras de religión y de caridad” y no como un banco de negocios e inversiones.

También es necesario mirar más lejos. El dinero que genera ese banco debe recrear y garantizar los recursos necesarios para mantener el actual estado de la ciudad del Vaticano –creado en 1929 con los Acuerdos de Letrán– y también la política que desde allí se hace a nivel mundial. 

Logró ser aceptado como observador permanente como Estado no miembro de la Organización de las Naciones Unidas y participa de las reuniones de la ONU, de la Unesco, de la OIT, de la FAO y es miembro del grupo de trabajo internacional de Energía Atómica, del Trigo; de la protección de la propiedad industrial, de Astronomía (posee dos observatorios, uno histórico en el Vaticano y otro de última generación en el desierto de Tucson, Arizona, EE.UU.), etcétera. 

Es uno de los estados con mayor reconocimiento global dado que mantiene vínculos con 177 estados. Este reconocimiento social, político, mediático, estatal y simbólico único a nivel planetario es indispensable para la comprensión de la geopolítica global. La seducción de una patria grande católica construida desde Roma es posible.

Por eso vemos más continuidades que rupturas entre Wojtyla, Ratzinger y Bergoglio. Uno será hecho santo muy pronto y con el otro escriben juntos –primera vez en la historia del catolicismo– una encíclica. No es el “mundo” ni “la ausencia de Dios” ni “el demonio” los que “amenazan” la institución católica. Una cultura integralista de presencia en todos los espacios del mundo de la vida gestada y legitimada los últimos siglos con el Syllabus a la cabeza, hoy ya no puede dar respuesta a los creyentes que viven en un mundo poscristiano y post-secular.

(*) Docente e investigador UBA/Conicet. Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París.

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