lunes, 24 de junio de 2013

Bergoglio: "Los cristianos no pueden ser antisemitas, compartimos raíces comunes"

CIUDAD DEL VATICANO.- Durante una reunión hoy con el Comité Judío Internacional para Consultas Interreligiosas el Papa Francisco y ex cardenal Bergoglio recordó el vínculo que existe entre cristianos y judíos  Se dirigió a los asistentes como “hermanos y hermanas mayores”. Y recordó que el documento “Nostra Aetate” del Concilio Vaticano II fue la primera piedra en la promoción del diálogo entre las dos religiones, según Romereports.com


A mediodía del lunes 24 de junio, en la Sala de los Papas el Obispo de Roma saludó a los treinta miembros de la delegación del Comité judío internacional para las consultaciones interreligiosas, acompañados por el cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo pontificio para la Promoción de la unidad de los cristianos y de la Comisión para las relaciones religiosas con los judíos.

 
“A través de las palabras del texto Conciliar, la Iglesia reconoce que 'los inicios de su fe y de su elección se encuentran ya, según el misterio divino de la salvación, en los Patriarcas, en Moisés y en los Profetas'. Y sobre el pueblo judío, el Concilio recuerda la enseñanza de San Pablo: 'los dones y la llamada son irrevocables'”.

El Papa Francisco explicó que conoce a muchas personalidades judías y que  disfruta intercambiando opiniones con ellos desde que era Arzobispo de Buenos Aires. Allí incluso organizó un programa de televisión y escribió un libro con el rabino argentino Abraham Skorka. Al terminar, el Papa Francisco se despidió con la palabra hebrea para desear la paz: 'shalom'.

Con este saludo, querido también a la tradición cristiana, estoy feliz de dar la bienvenida a la delegación de los responsables del “Comité judío internacional para las consultaciones interreligiosas” (International Jewish Committee on Interreligious Consultations), según la versión de Radio Vaticano.

Dirijo también un cordial pensamiento al cardenal Koch, así como a los demás miembros y colaboradores de la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, con la cual mantienen un diálogo regular desde hace más de cuarenta años. Los veintiún encuentros realizados hasta hoy han contribuido ciertamente a reforzar la comprensión recíproca y los lazos de amistad entre judíos y católicos. Sé que están preparando el próximo encuentro, que tendrá lugar en Madrid, en octubre, y que tendrá como tema: “Desafíos a la fe en las sociedades contemporáneas”. ¡Gracias por este su empeño!

Ya en estos primeros meses de mi ministerio he tenido la posibilidad de encontrar ilustres personalidades del mundo judío, sin embargo ésta es la primera ocasión de conversar con un grupo oficial de representantes de organizaciones y comunidades judías, y por este motivo no puedo no dejar de recordar lo solemnemente afirmado en el n. 4 de la Declaración Nostra Aetate del Concilio Ecuménico Vaticano II, que para la Iglesia católica representa una referencia fundamental por cuanto concierne a las relaciones con el pueblo judío.

A través de las palabras del texto conciliar, la Iglesia reconoce que «los inicios de su fe y de su elección se encuentran ya, según el misterio divino de la salvación, en los Patriarcas, en Moisés y en los Profetas». Y, en cuanto al pueblo judío, el Concilio recuerda la enseñanza de San Pablo, según el cual «los dones y la llamada de Dios son irrevocables», y además condena firmemente los odios, las persecuciones, y todas las manifestaciones de antisemitismo. Por nuestras raíces comunes, ¡un cristiano no puede ser antisemita!

Los principios fundamentales expresados en la mencionada Declaración, han marcado el camino de mayor conocimiento y comprensión recíproca recorrida en los últimos decenios entre judíos y católicos, camino al que mis predecesores han dado un notable impulso, ya sea mediante gestos particularmente significativos que a través de la elaboración de una serie de documentos que han profundizado la reflexión acerca de las bases teológicas de las relaciones entre judíos y cristianos. Se trata de un recorrido por el cual debemos sinceramente dar gracias al Señor.

Ello sin embargo representa solamente la parte más visible de un vasto movimiento que un poco en todo el mundo se ha realizado a nivel local, y del que yo mismo soy testigo. A lo largo de mi ministerio como Arzobispo de Buenos Aires –lo ha indicado el Señor Presidente- he tenido el gozo de mantener relaciones de sincera amistad con algunos exponentes del mundo judío. A menudo hemos conversado acerca de nuestra respectiva identidad religiosa, la imagen del hombre contenida en las Escrituras, las modalidades para mantener vivo el sentido de Dios en un mundo por muchos aspectos secularizado. Me he confrontado con ellos en varias ocasiones sobre los desafíos comunes que esperan a judíos y cristianos. Pero sobre todo, como amigos, hemos disfrutado uno la presencia del otro, nos hemos enriquecido recíprocamente en el encuentro y en el diálogo, con una actitud de recepción recíproca, y ello nos ha ayudado a crecer como hombres y como creyentes.

La misma cosa ha sucedido y sucede en muchas otras partes del mundo, y estas relaciones de amistad constituyen en ciertos aspectos la base del diálogo que se desarrolla en el plano oficial. Por lo tanto no puedo dejar de alentarlos a continuar su camino, buscando, como están haciendo, de involucrar también en él a las nuevas generaciones. La Humanidad tiene necesidad de nuestro testimonio común a favor del respeto de la dignidad del hombre y de la mujer creados a imagen y semejanza de Dios, y en favor de la paz que, en primer lugar, es un don suyo. Me agrada aquí recordar las palabras del profeta Jeremías: «Yo conozco muy bien los planes que tengo proyectados sobre ustedes –oráculo del Señor–: son planes de prosperidad y no de desgracia, para asegurarles un porvenir y una esperanza. » (Jer 29,11).

Con esta palabra: paz, shalom, quisiera también finalizar mi intervención, pidiéndoles el don de sus oraciones y asegurándoles la mía. ¡Gracias!

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