domingo, 23 de junio de 2013

Nuevo Papa: ¿cambio real? / Miguel Miranda *

Una pregunta que emerge al interior de la Iglesia y en algunos sectores de la sociedad, es si el gobierno del nuevo papa Francisco, iniciará reformas sustanciales en la Iglesia o no. Esta pregunta se hace en un contexto en que aparecen muchos gestos simbólicos realizados por el nuevo Papa, y son ampliamente difundidos por los MCS. Desde levantar el bolso de una persona discapacitada hasta viajar en bus, los medios amplifican la figura carismática de Bergoglio. Sin embargo, es necesario preguntarse cuánto de ello conduce a efectivas transformaciones y cuánto sólo responde a la construcción del fenómeno mediático “Francisco”.

Por ello, debemos fijar la atención en los aspectos operativos de este plan de reformas que ha manifestado el nuevo pontificado.  Por lo que se sabe públicamente, Bergoglio centra su estrategia de renovación eclesial en la conformación de un Consejo asesor. Francisco ha convocado a un “Consejo asesor” conformado por ocho cardenales de diferentes partes del mundo, entre ellos y como coordinador, el cardenal Rodríguez Maradiaga, dicho sea de paso,  quien apoyó el régimen golpista de Micheletti en Honduras.

Es evidente que esta estrategia pretende hacer cambios sin cambiar el sistema vigente. Permanece intacto el sistema monárquico en la gestión de las decisiones al interior de la Iglesia; persiste el clericalismo y el poder jerárquico. Si bien parece darse cierta apertura, siguen siendo varones y ancianos los que tienen el poder de decisión. No se afecta en nada el sistema que excluye a las mayorías de creyentes y sobre todo a las mujeres. No se afecta tampoco el esquema centralista del gobierno eclesial, que desconoce las diversas formas eclesiales que existen en el cristianismo real. ¿Cuál sería una estrategia que viabilice transformaciones sustanciales? 

Algunos aspectos nos parecen insoslayables:  1. Convocar a un nuevo Concilio Ecuménico para transformar la Iglesia conforme a los valores y criterios del Evangelio, retomando la agenda interrumpida del Concilio Vaticano II, en el mismo espíritu de diálogo fraterno con la sociedad; 2. Quitar toda censura y prohibición a teólogos y teólogas para desarrollar las fecundas y diversas teologías de la liberación que aparecieron tras el Concilio; 3. Poner en el tapete de discusión todos aquellos temas candentes a nivel doctrinal y práctico: desde el anacrónico modelo monárquico de gobierno eclesial, hasta la vigencia de los DDHH en la Iglesia, los derechos de las mujeres, el pluralismo y diálogo interreligioso. Sin olvidar el debate por la disolución del Estado Vaticano y el ambiguo rol del Papa como pastor y jefe de Estado.

“Una golondrina no hace la primavera”. Por más bueno y carismático que sea el Papa, los necesarios cambios en la Iglesia no los hará él solo ni aun un minúsculo grupo de “elegidos”. 

(*)  Filósofo y teólogo. Red Ecuménica 'Fe y Política'.

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