miércoles, 1 de enero de 2014

El Papa Francisco debe ‘vender’ El Vaticano en 2014 / Marcello

El Papa Francisco ha entrado con modestia, buen pie y buenas palabras en su pontificado. Y en muy poco tiempo se ha ganado el título de ‘El Papa de los pobres’, y la admiración de todo el mundo y la portada de la revista Time y ha comenzado a poner orden en la Curia y a separar los cuervos de las palomas. Y todo eso está muy bien y lo adorna el Pontífice Francisco con sus enérgicos y espléndidos discursos pidiendo a los gobiernos y a las organizaciones y las personas más poderosas de la Tierra que paren las guerras, que socorran a los pobres y a los desamparados, que mitiguen el hambre de los niños y las enfermedades del ‘tercer mundo’, etcétera. Y a los suyos les ha pedido también que eviten inútiles enfrentamientos de corte político e ideológico. El Papa reza por todos y pide mucho a todos y ello le honra, y constituye un gesto y novedad en la Iglesia de los católicos de todo el mundo.

Pero no basta, porque hay que pregonar con el ejemplo porque son la Iglesia y El Vaticano los primeros que deben de estar a la cabeza de la caridad mundial. Por lo que en este año del Señor de 2014 deberían de dar un vuelco para pasar de los discursos a los hechos y empezar por ellos mismos y por sus organizaciones, institutos y congregaciones católicas a repartir la riqueza que tiene la Iglesia que es mucha. Se lo dijo Jesús a un rico que pretendía ser su apóstol: ‘vende cuanto tiene, y ven y sígueme.’ Y el rico renunció.

Pues eso, el Papa de los pobres debe vivir entre los pobres, y renunciar al lujo y al portentoso patrimonio económico, inmobiliario y artístico de la Iglesia Católica para construir escuelas, hospitales, viviendas, y para llevar su mensaje y el Evangelio a todo el mundo, y sobre todo su ejemplo como lo hizo la Madre Teresa de Calcuta. Si se nos permite la imagen podríamos decir: el Papa Francisco debe ‘vender el Vaticano’. Y las congregaciones, institutos seglares y organizaciones más poderosas de la Iglesia en Roma, y en todo el mundo deberían pregonar con su ejemplo y caridad.

Porque no basta ni es suficiente que el Papa salga al balcón de la Plaza de San Pedro a pedir, sin previamente dar, y ello muy a pesar y a sabiendas como sabemos que este Pontífice ha inaugurado en su mandato una etapa de austeridad y modestia nunca vista en los últimos años. Pero eso no es suficiente ni impresiona al verdadero poder vaticano y eclesial, sobre todo cuando se sabe que hay muchos sacerdotes, misioneros, monjas y seglares que sí viven en la pobreza y que practican la generosidad, la caridad y el consuelo con los colectivos más desamparados del planeta.

La práctica de la pobreza es la asignatura pendiente de la Iglesia, amén de la ejemplaridad de todos sus pastores y la necesidad de modernizar sus estructuras y actualizar sus compromisos y comportamientos. Además, en los tiempos modernos, globales y tecnológicos en los que vivimos, el coste de la evangelización y las posibilidades de llegar a todo el mundo es hoy mucho más barato y accesible que nunca lo fue, de ahí la necesidad de ese cambio global.

Pero mientras los obispos y cardenales vivan como ‘Príncipes’ de la Iglesia que son y sigan empeñados en pasear por los distintos salones del poder terrenal buscando favores y privilegios, los problemas dramáticos de los desamparados de la Tierra seguirán, y la voz del Papa Francisco no será ni mucho menos suficiente para movilizar a los grandes poderes del mundo.

Salvo que el Pontífice y sus pastores pregonen con el ejemplo, y entonces esos poderosos que todavía consideran que se puede comprar el cielo con ‘indulgencias plenarias’ -como antes de Lutero- o con la caridad selectiva de los ‘regalos’ a la cúpula eclesial, entenderán que los problemas de la Humanidad son otros y afectan a cristianos, musulmanes, budistas y al conjunto de los ciudadanos, al margen de su razas, confesiones y pasiones nacionales o continentales. El ‘ecumenismo’ sin la ejemplaridad y sin la pobreza, sin aportar a los más débiles la ayuda más urgente para poder sobrevivir con dignidad, no tiene mucho sentido y carece de eficacia y de credibilidad.

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