CIUDAD DEL VATICANO.- Este 21 de abril, en la Misa en Santa Marta, el Santo Padre pidió para
que, en este tiempo de pandemia y caracterizado por un nuevo silencio,
podamos crecer en nuestra capacidad de escucha. En su homilía, el
Pontífice habló de la armonía que reinaba en la primera comunidad
cristiana: el Espíritu Santo es capaz de hacer maravillas si somos
dóciles y si le dejamos vencer tres tentaciones que dividen a las
comunidades: el dinero, la vanidad y las habladurías.
En la Misa matutina celebrada – y transmitida en vivo – en la Capilla
de la Casa Santa Marta, este Martes de la Segunda Semana de Pascua, el
Papa Francisco invitó a valorizar la oportunidad que nos ofrece el
silencio de este período de pandemia:
“En este tiempo hay tanto silencio. Incluso se puede oír el
silencio. Que este silencio, que es un poco nuevo en nuestros hábitos,
nos enseñe a escuchar, nos haga crecer en nuestra capacidad de escucha.
Oremos por esto”.
En su homilía, el Papa Francisco comentó el pasaje de la primera
Lectura de los Hechos de los Apóstoles (4, 32-37), que describe la vida
de los miembros de la primera comunidad cristiana que tenían un solo
corazón y una sola alma y nadie consideraba lo que les pertenecía como
su propiedad, porque entre ellos todo era común y nadie estaba
necesitado. El Espíritu Santo – afirmó el Papa – es capaz de hacer estas
maravillas. La primera comunidad cristiana es un modelo, un ideal, un
signo de lo que el Espíritu Santo puede hacer si somos dóciles. El
Espíritu crea armonía. Luego vienen los problemas y las divisiones. Hay
tres causas de división: la primera es el dinero. Los pobres son
discriminados. El dinero divide a la comunidad, a la Iglesia. Muchas
veces detrás de las desviaciones doctrinales hay dinero. La pobreza, en
cambio, es la madre de la comunidad. Muchas familias se dividen por una
herencia. La segunda cosa que divide es la vanidad, sentirse mejor que
los demás y ser visto como los pavos reales. La tercera cosa que divide a
la comunidad son las habladurías, que el diablo pone en nosotros como
una necesidad de hablar de los demás. El Espíritu viene a salvarnos de
estas tentaciones mundanas. Pidamos al Señor la docilidad al Espíritu
Santo – es la oración final del Papa – para que nos transforme y
transforme nuestras comunidades para que estén en armonía.
La homilía del Papa Francisco
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir la Santa Misa (video integral) desde nuestro canal de Youtube:
Nacer de lo alto es nacer con la fuerza del Espíritu Santo.
Nosotros no podemos tomar el Espíritu Santo para nosotros, sólo podemos
dejar que nos transforme. Y nuestra docilidad abre la puerta al Espíritu
Santo: es Él quien hace el cambio, la transformación, este renacer de
lo alto. Es la promesa de Jesús de enviar el Espíritu Santo. El Espíritu
Santo es capaz de hacer maravillas, cosas que ni siquiera podemos
pensar.
Un ejemplo es esta primera comunidad cristiana, que no es una
fantasía, esto es lo que nos dicen aquí: es un modelo, donde se puede
llegar cuando hay docilidad y dejar que el Espíritu Santo entre y nos
transforme. Una comunidad, digamos, "ideal". Es cierto que
inmediatamente después de esto comenzarán los problemas, pero el Señor
nos muestra hasta dónde podemos llegar si estamos abiertos al Espíritu
Santo, si somos dóciles. En esta comunidad hay armonía. El Espíritu
Santo es el maestro de la armonía, es capaz de hacerlo y lo ha hecho
aquí. Debe hacerlo en nuestros corazones, debe cambiar muchas cosas de
nosotros, pero debe hacer armonía: porque Él mismo es la armonía.
También la armonía entre el Padre y el Hijo: es el amor de la armonía,
Él. Y Él, con armonía, crea estas cosas como esta comunidad armoniosa.
Pero entonces, la historia nos dice – el mismo Libro de los Hechos de
los Apóstoles – de tantos problemas en la comunidad. Este es un modelo:
el Señor ha permitido que este modelo de una comunidad casi "celestial"
nos muestre a dónde debemos llegar.
Pero entonces comenzaron las divisiones en la comunidad. El
Apóstol Santiago dice en el segundo capítulo de su Carta: "Que vuestra
fe sea inmune al favoritismo personal" - ¡porque lo hubo! "No
discriminar": los apóstoles deben salir y amonestar. Y Pablo, en la
Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 11, se queja: "He oído que
hay divisiones entre ustedes": empiezan las divisiones internas en las
comunidades. Este "ideal" debe ser alcanzado, pero no es fácil: hay
muchas cosas que dividen a una comunidad, ya sea una parroquia cristiana
o una comunidad diocesana o presbiteral o de religiosos o religiosas...
muchas cosas entran para dividir a la comunidad.
Viendo las cosas que han dividido a las primeras comunidades
cristianas, yo encuentro tres: primero, el dinero. Cuando el apóstol
Santiago dice esto, que no tiene ningún favoritismo personal, da un
ejemplo porque "si en su iglesia, en su asamblea, entra un hombre con un
anillo de oro, lo ponen inmediatamente adelante, y el pobre queda al
margen". El dinero. El mismo Pablo dice lo mismo: "Los ricos traen
comida y comen, ellos, y los pobres, de pie", los dejamos allí como para
decirles: "Arréglate como puedas". El dinero divide, el amor al dinero
divide la comunidad, divide la Iglesia.
Muchas veces, en la historia de la Iglesia, donde hay desviaciones
doctrinales - no siempre, sin embargo, muchas veces - hay dinero
detrás: dinero del poder, tanto el poder político como el dinero en
efectivo, pero es dinero. El dinero divide a la comunidad. Por esta
razón, la pobreza es la madre de la comunidad, la pobreza es el muro que
protege a la comunidad. El dinero divide, el interés propio. Incluso en
las familias: ¿cuántas familias terminaron divididas por una herencia?
¿Cuántas familias? Y ya no se hablaban... Cuántas familias... Una
herencia... Se dividen: el dinero divide.
Otra cosa que divide a una comunidad es la vanidad, ese deseo de
sentirse mejor que los demás. "Gracias, Señor, porque no soy como los
demás", la oración del fariseo. Vanidad, sentirme que... Y también
vanidad en mostrarse, vanidad en los hábitos, en el vestir: cuántas
veces – no siempre pero sí cuántas veces – la celebración de un
sacramento es un ejemplo de vanidad, quién va con la mejor ropa, quién
hace eso y lo otro... Vanidad... la mayor fiesta... La vanidad entra ahí
también. Y la vanidad divide. Porque la vanidad te lleva a ser un pavo
real y donde hay un pavo real, hay división, siempre.
Una tercera cosa que divide a una comunidad son las habladurías:
no es la primera vez que lo digo, pero es la realidad. Y es la realidad.
Esa cosa que el diablo pone en nosotros, como una necesidad de hablar
de los demás. "Qué buena persona es esa..." - "Sí, sí, pero, pero...":
inmediatamente el "pero": es una piedra para descalificar al otro e
inmediatamente algo que oigo decir y así disminuyo un poco al otro.
Pero el Espíritu siempre viene con su fuerza para salvarnos de
esta mundanidad del dinero, la vanidad y la habladuría, porque el
Espíritu no es el mundo: está contra el mundo. Es capaz de hacer estos
milagros, estas grandes cosas.
Pidamos al Señor esta docilidad al Espíritu para que nos
transforme y transforme nuestras comunidades, nuestras comunidades
parroquiales, diocesanas, religiosas: las transforme, para que podamos
avanzar siempre en la armonía que Jesús quiere para la comunidad
cristiana.
La comunión espiritual, adoración y bendición Eucarística
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la
bendición Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión
espiritual con esta oración:
“Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo
Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en
mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al
menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te
abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de
Ti. Amén”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
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