CIUDAD DEL VATICANO.- Este 20 de abril, en la Misa en Santa Marta, el Santo Padre pidió para que los políticos de los distintos países, en esta época de pandemia, lleven a cabo su vocación, que es una alta forma de caridad. En su homilía, recordó que el cristiano no sólo debe cumplir los mandamientos, sino que debe dejarse conducir con docilidad por el Espíritu, que nos guía donde no sabemos: esto es renacer de lo alto, es entrar en la libertad del Espíritu.
En la Misa matutina celebrada – y transmitida en vivo – en la Capilla
de la Casa Santa Marta, este Lunes de la Segunda Semana de Pascua, el
Papa Francisco pidió por todos aquellas personas que se dedican a la
política:
“Oremos hoy por los hombres y mujeres que tienen vocación
política: la política es una alta forma de caridad. Por los partidos
políticos de los distintos países, para que en este momento de pandemia
busquen juntos el bien del país y no el bien de su propio partido”.
En su homilía, el Papa Francisco comentó el Evangelio de hoy (Jn 3,
1-8) en el que Jesús le dice a Nicodemo, un fariseo, que había ido donde
Él por la noche, que si uno no nace de lo alto, no puede ver el Reino
de Dios. No todos los fariseos eran malos, dice el Papa, y Nicodemo era
un fariseo justo que sentía una inquietud y buscaba al Señor. Nicodemo
no sabe cómo dar este salto: nacer del Espíritu, porque el Espíritu es
impredecible. Quien se deja guiar por el Espíritu es una persona dócil y
libre. El cristiano no sólo debe cumplir los mandamientos, sino que
debe dejarse guiar por el Espíritu, donde el Espíritu quiere: debe dejar
que el Espíritu que nos guía donde no sabemos. El cristiano nunca debe
detenerse en el cumplimiento de los mandamientos, sino que debe ir más
allá, entrando en la libertad del Espíritu. El Papa también comentó el
pasaje de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 4, 23-31) en el que, tras
la liberación de Pedro y Juan, los discípulos de Jesús elevan juntos una
oración a Dios para poder proclamar su palabra con toda franqueza ante
las dificultades y amenazas: este valor – afirmó el Pontífice – es el
fruto del Espíritu. Se renace de lo alto con la oración.
Texto de la homilía
Este hombre, Nicodemo, es un jefe de los judíos, un hombre justo;
sintió la necesidad de ir a Jesús. Fue por la noche, porque tenía que
hacer un poco de equilibrio, porque los que iban a hablar con Jesús no
eran bien vistos. Es un fariseo justo, porque no todos los fariseos son
malos: no, no; también hubo fariseos justos. Este es un fariseo justo.
Sentía inquietud, porque es un hombre que había leído los profetas y
sabía que lo que Jesús estaba haciendo había sido anunciado por los
profetas. Sintió la inquietud y fue a hablar con Jesús.
"Maestro,
sabemos que viniste de Dios como Maestro": es una confesión, hasta
cierto punto. "Nadie, de hecho, puede llevar a cabo estos signos que Tú
llevas a cabo si Dios no está con Él". Se detiene antes del "por lo
tanto". Si digo esto... entonces... Y Jesús respondió. Respondió
misteriosamente, ya que él, Nicodemo, no lo esperaba. Respondió con esa
figura del nacimiento: si uno no nace de lo alto, no puede ver el Reino
de Dios.
Y él, Nicodemo, siente confusión, no entiende y toma ‘ad
litteram’ esa respuesta de Jesús: pero ¿cómo puede uno nacer si es un
adulto, una persona mayor? Nacer de lo alto, nacer del Espíritu. Es el
salto que debe dar la confesión de Nicodemo y no sabe cómo hacerlo.
Porque el Espíritu es impredecible. La definición del Espíritu que Jesús
da aquí es interesante: "El viento sopla donde quiere y oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene o a dónde va: así es todo el que nace del
Espíritu", es decir, libre. Una persona que se deja llevar de una parta y
de otra parte por el Espíritu Santo: esta es la libertad del Espíritu. Y
quienquiera que haga esto es una persona dócil, y aquí estamos hablando
de la docilidad al Espíritu.
Ser cristiano no es sólo cumplir los mandamientos: hay que
cumplirlos, eso es cierto; pero si te detienes ahí, no eres un buen
cristiano. Ser un buen cristiano es dejar que el Espíritu entre en ti y
te lleve, te lleve donde quiera. En nuestra vida cristiana muchas veces
nos detenemos como Nicodemo, ante el "por lo tanto", no sabemos qué paso
dar, no sabemos cómo hacerlo o no tenemos la confianza en Dios para dar
este paso y dejar entrar al Espíritu. Nacer de nuevo es dejar que el
Espíritu entre en nosotros y que sea el Espíritu quien me guíe y no yo, y
aquí, libre, con esta libertad del Espíritu que nunca sabrás dónde
acabarás.
Los apóstoles, que estaban en el Cenáculo, cuando vino el Espíritu
salieron a predicar con ese valor, esa franqueza... no sabían que esto
iba a suceder; y lo hicieron, porque el Espíritu los estaba guiando. El
cristiano no debe nunca detenerse sólo en el cumplimiento de los
Mandamientos: hay que hacer, pero ir más lejos, hacia este nuevo
nacimiento que es el nacimiento en el Espíritu, que le da la libertad
del Espíritu.
Esto es lo que le pasó a esta comunidad cristiana de la primera
Lectura, después de que Juan y Pedro volvieran de ese interrogatorio que
tuvieron con los sacerdotes. Fueron a ver a sus hermanos en esta
comunidad y reportaron lo que los jefes de los sacerdotes y los ancianos
les habían dicho. Y la comunidad, cuando escucharon esto, todos juntos,
se asustaron un poco. ¿Y qué hicieron? Rezaron. No se detuvieron en las
medidas de precaución, "no, hagamos esto ahora, vayamos un poco más
tranquilos...": no. Rezar.
Dejar que sea el Espíritu quien les diga qué
hacer. Levantaron sus voces a Dios diciendo: "¡Señor!" y rezaron. Esta
hermosa oración de un momento oscuro, de un momento en el que tienen que
tomar decisiones y no saben qué hacer. Quieren nacer del Espíritu,
abren sus corazones al Espíritu: que sea Él quien lo diga... Y
preguntan: "Señor, Herodes, Poncio Pilato con las naciones y pueblos de
Israel se han aliado contra tu Espíritu Santo y contra Jesús", cuentan
la historia y dicen: "¡Señor, haz algo!". "Y ahora, Señor, vuelve tus
ojos a sus amenazas", las del grupo de sacerdotes, "y concede a tus
siervos que proclamen tu Palabra con toda franqueza" – piden franqueza,
valor, no tener miedo – "extendiendo tu mano para que se realicen
curaciones, señales y maravillas en el nombre de Jesús". "Y cuando
terminaron su oración, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos
fueron llenos del Espíritu Santo y predicaron la Palabra de Dios con
franqueza. Un segundo Pentecostés ocurrió aquí.
Ante las dificultades, ante una puerta cerrada, que no sabían cómo
avanzar, van al Señor, abren sus corazones y el Espíritu viene y les da
lo que necesitan y salen a predicar, con coraje, y adelante. Esto es
nacer del Espíritu, esto no se detiene en el "por lo tanto", en el "por
lo tanto" de las cosas que siempre he hecho, en el "por lo tanto"
después de los Mandamientos, en el "por lo tanto" después de las
costumbres religiosas: ¡no! Esto es nacer de nuevo. ¿Y cómo se prepara
uno para nacer de nuevo? A través de la oración. La oración es lo que
abre la puerta al Espíritu y nos da esta libertad, esta franqueza, este
coraje del Espíritu Santo. Que nunca sabrás dónde te llevará. Pero es el
Espíritu.
Que el Señor nos ayude a estar siempre abiertos al Espíritu,
porque es Él quien nos llevará adelante en nuestra vida de servicio al
Señor.
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la
bendición Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión
espiritual con esta oración:
“A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el
arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada y en
Tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, deseo
recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece. En espera de la
felicidad de la comunión sacramental, quiero tenerte en espíritu. Ven a
mí, oh Jesús mío, que yo vaya hacia Ti. Que tu amor pueda inflamar todo
mi ser, para la vida y para la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, Te amo.
Que así sea”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
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