CIUDAD DEL VATICANO.- Este 3 de abril, en la Misa en Santa Marta, el Santo Padre dirigió su
pensamiento a la pobreza, el desempleo y el hambre que son causados por
la pandemia del coronavirus y reza por aquellos que ya están tratando de
remediarlo. En la homilía, recordó a Nuestra Señora de los Dolores,
invitándonos a darle las gracias porque aceptó ser Madre.
La Misa matutina celebrada – y transmitida en vivo – en la Capilla de
la Casa Santa Marta, este viernes de la V Semana de Cuaresma, el Papa
Francisco la dedicó a Nuestra Señora de los Dolores. Al inicio de la
Misa recitó la antífona de entrada que es una invocación de ayuda en la
angustia: “Ten piedad de mí, Señor, porque estoy angustiado; líbrame del
poder de mis enemigos y de aquellos que me persiguen. Señor, que no me
avergüence de haberte invocado” (Sal 30, 10. 16. 18). Al introducir la
celebración, el Santo Padre dirigió su intención a todas las personas
afectadas a causa de la pandemia:
“Hay gente que desde ahora empieza a pensar en el después: el
después de la pandemia. A todos los problemas que vendrán: problemas de
pobreza, de trabajo, de hambre... Oremos por todos los que ayudan hoy,
pero también pensemos en el mañana, para ayudar a todos nosotros”.
En este Viernes de pasión que precede al Domingo de Ramos, en la cual
conmemoramos los dolores de María, el Papa Francisco dedicó su homilía a
Nuestra Señora de los Dolores. Hoy – dijo – nos hará bien pensar en los
dolores de la Virgen y agradecerle porque aceptó ser Madre de Jesús.
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir la Santa Misa (video integral) desde nuestro canal de Youtube:
Este Viernes de Pasión, la Iglesia recuerda los dolores de María,
Nuestra Señora de los Dolores. Desde hace siglos se cultiva esta
veneración del pueblo de Dios. Se han escrito himnos en honor a Nuestra
Señora de los Dolores: estaba al pie de la cruz y la contemplan allí,
sufriendo. La piedad cristiana ha recogido los dolores de la Virgen y
habla de los "siete dolores". El primero, sólo 40 días después del
nacimiento de Jesús, la profecía de Simeón que habla de una espada que
atravesará su corazón. El segundo dolor, se refiere a la huida a Egipto
para salvar la vida de su hijo. El tercer dolor, esos tres días de
angustia cuando el niño se quedó en el templo. El cuarto dolor, cuando
Nuestra Señora se encuentra con Jesús en el camino al Calvario. El
quinto dolor de Nuestra Señora es la muerte de Jesús, ver al Hijo allí,
crucificado, desnudo, muriendo. El sexto dolor, el descenso de Jesús de
la cruz, muerto, y lo toma en sus manos como lo había tomado en sus
manos más de 30 años [antes] en Belén. El séptimo dolor es el entierro
de Jesús. Y así, la piedad cristiana sigue este camino de Nuestra Señora
que acompaña a Jesús. Es bueno para mí, por la tarde, cuando rezo del
Ángelus, rezar estos siete dolores como recuerdo de la Madre de la
Iglesia, cómo la Madre de la Iglesia con tanto dolor ha podido darnos a
luz a todos.
La Virgen nunca pidió nada para sí misma, nunca. Sí, para los
demás: pensemos en Caná, cuando va a hablar con Jesús. Nunca ha dicho:
"Soy la Madre, mírenme: soy la Reina Madre". Ella nunca dijo eso. No
pidió algo importante para ella, en el colegio apostólico. Sólo acepta
ser madre. Acompañó a Jesús como discípula, porque el Evangelio muestra
que siguió a Jesús: con sus amigas, mujeres piadosas, seguía a Jesús,
escuchaba a Jesús. Una vez que alguien la reconoció: "Ah, aquí está la
madre", "Tu madre está aquí"... Ella estaba siguiendo a Jesús. Hasta el
Calvario. Y allí, de pie... la gente seguramente le decía: "Pero, pobre
mujer, cómo va a sufrir", y los malos seguramente dijeron: "Pero, ella
también tiene la culpa, porque si lo hubiera educado bien esto no habría
terminado así". Allí estaba, con el Hijo, con la humillación del Hijo.
Honrar a la Virgen y decir: "Esta es mi Madre", porque ella es la
Madre. Y este es el título que recibió de Jesús, justo ahí, en el
momento de la Cruz. Tus hijos, tú eres Madre. No la nombró primer
ministro ni le dio títulos de "funcionalidad". Sólo "Madre". Y luego,
los Hechos de los Apóstoles la muestran en oración con los Apóstoles
como una madre. Nuestra Señora no quiso quitarle ningún título a Jesús;
recibió el don de ser su Madre y el deber de acompañarnos como Madre, de
ser nuestra Madre. No pidió para sí misma ser cuasi-redentora o una
co-redentora: no. El Redentor es uno solo y este título no se duplica.
Sólo discípula y madre. Y así, como madre debemos pensar en ella,
debemos buscarla, debemos rezarle. Ella es la Madre. En la Iglesia
Madre. En la maternidad de la Virgen vemos la maternidad de la Iglesia
que recibe a todos, buenos y malos: a todos.
Hoy nos hará bien detenernos un poco y pensar en el dolor y las
penas de Nuestra Señora. Ella es nuestra madre. Y cómo los ha llevado,
cómo los ha llevado bien, con fuerza, con llanto: no era un llanto
falso, era precisamente su corazón destruido por el dolor. Nos hará bien
detenernos un poco y decirle a Nuestra Señora: "Gracias por haber
aceptado ser Madre cuando el Ángel te lo dijo, y gracias por haber
aceptado ser Madre cuando Jesús te lo dijo”.
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la
bendición Eucarística, invitando a realizar la comunión espiritual. Aquí
sigue la oración recitada por el Papa:
“Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el
Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo
vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora
sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si
ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no
permitas que jamás me aparte de Ti. Amén”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se cantó la antigua antífona mariana Ave Regina Caelorum ("Ave Reina del Cielo").
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