CIUDAD DEL VATICANO.- Este 22 de abril,
en la Misa en la Casa Santa Marta, el Santo Padre pidió por Europa, para
que en este tiempo en que se necesita tanta unidad entre las naciones,
logre tener esa unidad fraterna. En su homilía, el Pontífice recordó que
Dios envió al mundo a su Hijo único para salvarlo por amor y además,
invitó a caminar en la vía que nos muestra el Cristo resucitado.
En la Misa matutina celebrada – y transmitida en vivo – en la Capilla
de la Casa Santa Marta, este Miércoles de la Segunda Semana de Pascua,
el Papa Francisco elevó su oración por Europa, para que logre la unidad
fraterna soñada por los padres fundadores:
“En este tiempo en el cual es necesaria tanta unidad entre
nosotros, entre las naciones, oremos hoy por Europa, para que Europa
logre tener esa unidad, esa unidad fraterna que soñaron los padres
fundadores de la Unión Europea”.
En su homilía, el Papa Francisco comentando el Evangelio de hoy (Jn
3, 16-21) en el que Jesús dice a Nicodemo que "tanto amó Dios al mundo
que envió a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda,
sino que tenga la vida eterna". Porque Dios no envió al Hijo al mundo
para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él".
Y el
juicio es este, dice Jesús: "La luz vino al mundo, pero los hombres
amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. El
amor de Dios parece una locura – dijo el Papa – el Padre nos dio el
único Hijo que murió en la cruz por nosotros. El crucifijo es el gran
libro del amor de Dios por nosotros. Muchos cristianos pasan su tiempo
contemplando el crucifijo y allí encuentran todo, porque han
comprendido, el Espíritu Santo les ha hecho comprender que ahí está toda
la ciencia, todo el amor de Dios, toda la sabiduría cristiana: la luz
de Dios. Pero mucha gente – añadió – no puede vivir en la luz, son
murciélagos humanos que viven en la noche. Y nosotros también, cuando
vivimos en pecado, preferimos vivir en la oscuridad y caminar como
ciegos.
El Papa nos invitó a hacernos esta pregunta hoy: ¿Soy hijo de
Dios, hijo de la luz o hijo de la oscuridad?
La homilía íntegra del Papa Francisco
Este pasaje del
Evangelio de Juan, capítulo 3, el diálogo entre Jesús y Nicodemo, es un
verdadero tratado de teología: aquí está todo. El kerigma, la
catequesis, la reflexión teológica, la parénesis... todo está en este
capítulo. Y cada vez que lo leemos, encontramos más riqueza, más
explicaciones, más cosas que nos hacen entender la revelación de Dios.
Sería bueno leerlo tantas veces, para acercarnos al misterio de la
redención. Hoy sólo tomaré dos puntos de todo esto, dos puntos que están
en el pasaje de hoy.
La primera es la revelación del amor de Dios. Dios nos ama y nos
ama – como dice un santo – con locura: el amor de Dios parece una
locura. Nos ama: "Tanto amó al mundo que dio a su único Hijo". Dio a su
Hijo, envió a su Hijo y lo mandó a morir en la cruz. Cada vez que
miramos el crucifijo, encontramos este amor. El crucifijo es
precisamente el gran libro del amor de Dios. No es un objeto para poner
aquí o allá, más bello, no tan bello, no tan antiguo, más moderno... no.
Es precisamente la expresión del amor de Dios. Dios nos amó de esta
manera: envió a su Hijo, [que] se anonadó a sí mismo hasta morir en la
cruz por amor. Tanto amó al mundo, a Dios, que dio a su Hijo.
Cuánta gente, cuántos cristianos pasan su tiempo mirando el
crucifijo... y allí encuentran todo, porque han comprendido, el Espíritu
Santo les ha hecho comprender que existe toda la ciencia, todo el amor
de Dios, toda la sabiduría cristiana. Pablo habla de esto, explicando
que todo el razonamiento humano que hace es útil hasta cierto punto,
pero el verdadero razonamiento, la más bella forma de pensar, pero
también que cuanto más explica todo es la cruz de Cristo, es Cristo
crucificado el que es escándalo y locura, pero es el camino. Y ese es el
amor de Dios. Dios amaba tanto al mundo que dio a su único Hijo. ¿Y
para qué? Para que quien crea en Él no se pierda, sino que tenga vida
eterna. El amor del Padre que quiere a sus hijos con él.
Mirar al crucificado en silencio, mirar sus heridas, mirar el
corazón de Jesús, mirar el conjunto: Cristo crucificado, el Hijo de
Dios, aniquilado, humillado... por amor. Este es el primer punto que hoy
nos hace ver este tratado de teología, que es el diálogo de Jesús con
Nicodemo.
El segundo punto es un punto que también nos ayudará: “La luz vino
al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque
sus obras eran malas”. Jesús también toma esto de la luz. Hay personas –
incluso nosotros, muchas veces – que no podemos vivir en la luz porque
están acostumbrados a la oscuridad. La luz los deslumbra, no pueden ver.
Son murciélagos humanos: sólo saben moverse en la noche. Y nosotros
también, cuando estamos en pecado, estamos en este estado: no toleramos
la luz. Es más cómodo para nosotros vivir en la oscuridad; la luz nos
abofetea, nos hace ver lo que no queremos ver. Pero lo peor es que los
ojos, los ojos del alma de tanto vivir en la oscuridad se acostumbran
tanto a ella que terminan ignorando lo que es la luz. Perder el sentido
de la luz porque me acostumbro más a la oscuridad. Y tantos escándalos
humanos, tantas corrupciones nos señalan esto. Los corruptos no saben lo
que es la luz, no lo saben. Nosotros también, cuando estamos en un
estado de pecado, en un estado de alejamiento del Señor, nos volvemos
ciegos y nos sentimos mejor en la oscuridad y vamos así, sin ver, como
los ciegos, moviéndonos como podemos.
Dejemos que el amor de Dios, que envió a Jesús para salvarnos,
entre en nosotros y la luz que trae Jesús, la luz del Espíritu entre en
nosotros y nos ayude a ver las cosas con la luz de Dios, con la
verdadera luz y no con la oscuridad que nos da el señor de las
tinieblas.
Dos cosas, hoy: el amor de Dios en Cristo, en el crucificado; en
lo cotidiano, en la pregunta diaria que podemos hacernos: "¿Camino en la
luz o camino en la oscuridad? ¿Soy hijo de Dios o terminé siendo un
pobre murciélago?".
La comunión espiritual, adoración y bendición Eucarística
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la
bendición Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión
espiritual con esta oración:
“Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo
Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en
mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al
menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te
abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de
Ti. Amén”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
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