domingo, 17 de mayo de 2020

Aquellas manos extendidas a todos, la actualidad de un testimonio


CIUDAD DEL VATICANO.- El 27 de octubre de 1986, en una dramática coyuntura de nuestra historia reciente, cuando la perspectiva de una guerra nuclear se estaba haciendo realidad, San Juan Pablo II convocó con valentía a los representantes de las religiones del mundo a Asís, venciendo no pocas resistencias internas. El hecho de que tantos líderes religiosos se reúnan para rezar es, - dijo - en sí mismo, una invitación al mundo de hoy a tomar conciencia de que hay otra dimensión de la paz y otra forma de promoverla, que no es el resultado de negociaciones, compromisos políticos o arreglos económicos. 

Pero el resultado de la oración, que, no obstante la diversidad de religiones, expresa una relación con un poder supremo que sobrepasa nuestras capacidades humanas". "Estamos aquí", añadió el Papa Wojtyla, "porque estamos seguros de que, por encima de todas esas medidas, se necesita una oración intensa y humilde, una oración confiada, si queremos que el mundo se convierta finalmente en un lugar de paz verdadera y permanente".
Este 18 de mayo celebramos el centenario del nacimiento del gran Pontífice que vino de Oltrecortina, que en su largo servicio petrino llevó a la Iglesia al nuevo milenio, vio el derrumbe del Muro que dividía Europa en dos, esperó ver el surgimiento de una nueva era de paz pero tuvo en cambio que enfrentarse -ya viejo y enfermo- a nuevas guerras y al terrorismo desestabilizador y despiadado, que abusa del nombre de Dios para sembrar muerte y destrucción. 
Y para contrarrestarlo, en enero de 2002, volvió a convocar a las religiones en Asís sin ceder nunca a la ideología del contraste de civilizaciones, enfocando siempre todo, hasta el final, en el encuentro entre pueblos, culturas, religiones. Fue testigo de una fe rocosa, un ascetismo de gran místico, una humanidad desbordante. 
Habló a todos y nunca dejó nada sin hacer para evitar el estallido de conflictos, para promover transiciones pacíficas, para promover la paz y la justicia. Recorrió el mundo a lo largo y ancho, para abrazar a los pueblos del mundo anunciando el Evangelio. Combatió para defender la dignidad de cada vida humana. 
Realizó una visita histórica a la Sinagoga de Roma. Cruzó el umbral de una mezquita, siendo el primer Papa de la historia. Navegó por la ruta establecida por el Concilio Vaticano II. Fue capaz de recorrer nuevos e inexplorados caminos, declarándose también dispuesto a discutir la forma de ejercer el ministerio de Pedro para favorecer la unidad de los cristianos. Su testimonio es tan actual como siempre.

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