sábado, 6 de abril de 2019

La asombrosa entrevista De Évole a Francisco / Fernando G. Urbaneja *

He esperado varios días antes de razonar una opinión sobre la entrevista de Jordi Évole al papa Francisco; primero para reposar impresiones, segundo para leer comentarios periodísticos y tercero para disponer de conclusiones de personas diversas con las que me relaciono.

En primer término hay que señalar que la entrevista tuvo un elevado seguimiento, 4,5 millones de espectadores mantenidos durante la hora de duración; no tengo el dato de los picos de audiencia y del acumulado, pero un 22% de share en una cadena con un 7,5% de media, en hora de máxima audiencia y competencia, quiere decir que captó el interés de la gente y que se trata de un “acontecimiento” televisivo.

Pese a ser un acontecimiento los comentarios que ha provocado en los medios y entre los críticos me parece que han sido escasos y en general, cautelosos, referidos a algunos aspectos de las palabras del Papa Francisco sin mucha consideración a los contextos. Desde luego que algunos de esos comentarios han sido valiosos (por ejemplo el de Boyero) pero se han centrado más en cómo consiguió Évole la entrevista que en el propio contenido. Me parece que los medios tradicionales, que se pretenden de influencia o legacy, han sido rácanos, tibios, ingratos y recelosos, han minimizado su valor informativo.

Una primera conclusión que les propongo es que el programa me pareció: “Asombroso”, por lo insólito e inesperado y por su propio contenido y desarrollo. Asombroso que Évole se planteara hace años entrevistar al Papa y que se afanara con mucho tesón por lograr la entrevista. ¡Hurra por él! 

Más asombroso es que el Vaticano y el mismo Papa aceptaran el reto. Hay pocos precedentes, me parece que ninguno, de entrevistas, con cualquier Papa, semejantes. Los últimos papas han aceptado entrevistas o conversación con intelectuales creyentes o no creyentes o con sacerdotes con trayectoria periodística relevante, siempre para medios con pedigrí; unos dirán que los de siempre y otros que los de mayor influencia y prestigio. Pero una entrevista tan abierta, casi sin red, a un programa de televisión con sesgos trasgresores es, cuando menos, “asombroso”.

Pretender que el Papa incurrió en una frivolidad, en un riesgo no calculado me parece infundado. Es improbable que el Papa y su entorno no conocieran los riesgos y no les calcularon. Más bien todo lo contrario, quisieron asumirlos y jugar en un campo, en principio y apariencia hostil, para trasladar algunos mensajes de carácter muy general y profundo dirigidos a la propia curia y gobierno del Vaticano, a sus hermanos obispos (Francisco insiste en considerarse obispo y pastor), a la familia sacerdotal, a su grey católica y al público en general, incluidos dirigentes políticos y sociales y gente llana. Mucha tarea y demasiada parroquia como para satisfacer a todos, que es una tarea imposible.

Por eso se explica la perplejidad que ha provocado la entrevista entre los más afines y la sorpresa entre los nada afines. Los primeros han tratado de restar importancia; una extravagancia de este Papa peronista e izquierdoso. Y los segundos han reparado en lo que les resulta corto e incluso indignante, no entiende la homosexualidad, ni la sexualidad, ni los derechos de la mujer. En resumen un conservador y por simplificar un facha que disimula.

El Papa quería hablar de inmigración con un discurso muy claro: recibir, acoger, integrar… los muros encierran a quien los construyen…. Europa envejece y olvida su historia. Ese parecía ser el pacto para la entrevista; pero el Papa no rehuyó los otros temas candentes, los que agobian su pontificado que tienen que ver con el gobierno de la Iglesia (clave interna), con la diferencia entre dogma y costumbres, con los debates del siglo y sobre todo con la pederastia, la homosexualidad en el clero (incluidos obispos y cardenales), el celibato y el papel de la mujer en la iglesia (igualdad de derechos y deberes). 

No entró en todos ellos, más bien rehuyó algunos de ellos, pero flotan en sus comentarios, sobre todo cuando se hace una segunda audición de la entrevista y una lectura de su transcripción que es la que permite entrar en los detalles.

Porque éste Papa (y los otros) no son de los que hablan a humo de pajas o hablan por hablar Es cauto y también decidido, audaz. Francisco sabe que sus colegas cardenales le eligieron para gobernar y para cambiar. No le escogieron por teólogo, o por piadoso, más bien por firme, incluso astuto y decidido. Por eso tiene una oposición declarada, organizada, financiada a la que va desmontando poco a poco, con golpes certeros que para algunos son demasiado lentos y para otros inquietantes.

Del discurso de este Papa, no solo por lo dicho en la entrevista, el que forma parte de su discurso conocido que reitera en el discreto púlpito de Santa Marta o en el nada discreto pasillo del avión en el que viaja, cabe destacar un frase central: ¿Quién soy yo para juzgar?. Lo dijo hace meses en el avión para responder a preguntas sobre homosexualidad. En esa respuesta hay una convicción sobre el respeto a los demás, el reconocimiento a la diferencia, que en persona de más de 80 años con una larga vida y experiencias revela reflexión y mente abierta.

Entre sus respuesta a preguntas no esperadas fue llamativa la renuncia a entrar en la crisis de Venezuela, endosada a la secretaria de Estado, a los diplomáticos, decepcionante para muchos, llamativa en cualquier caso. Respecto a aspectos críticos como el celibato y el papel de la mujer en el gobierno de la Iglesia el Papa fue ortodoxo, sin dudas ni fisuras, con más poesía que prosa. Poco reformista. No toca ahora.

Más interesante fue la reflexión sobre la estrategia del cambio, porque este Papa ha venido a cambiar, a reformar; para eso le pusieron. Y su política se centra en los procesos de cambio más que en las denuncias exhibidas. El Papa sostiene que no le importa lo que digan, que no ha venido a agradar, ni a ocupar espacio mediático, sino a cumplir sus objetivos, por otro lado no demasiado explícitos aunque se pueden intuir.

Finalmente no puedo dar de lado el recado a los periodistas, que no es nuevo, pero que aterrizó con la precisión de los cuatro riesgos. La desinformación, la calumnia, la manipulación y la coprofagia. Todos ellos forman parte del manual deontológico de la profesión, pero a la hora de aplicarlos e interpretarlos hay tendencias y prácticas divergentes. El Papa está por el lado estricto.

A algunos les llamó la atención el comentario lábil, casi elemental sobre el capitalismo como sistema, que luego matizó, pero el discurso de Francisco en este aspecto discurre por el concepto de Pobreza, por su preocupación evangélica por los pobres y la desigualdad. El propio escenario de la entrevista redundaba en ese sentido.


(*) Periodista y politólogo español



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