MADRID.- Nada mejor quizá para
conmemorar el centenario del nacimiento de Juan Pablo II, que se celebra
mañana lunes 18 de mayo, que centrarse en el principio de su largo y
fructífero pontificado. En concreto, en el 6 de marzo de 1979, cuando
el Papa polaco otorgó ya su testamento ante notario al que añadiría su
última disposición el 17 de marzo de 2000, en el umbral del tercer milenio, recuerda hoy el diario español La Razón.
Juan Pablo II, cuya película «Wojtyla. La investigación»
sigue cosechando grandes éxitos de público y crítica en España e
Italia, redactó de su puño y letra tal vez el documento más importante
de su vida y, por qué no decirlo también, uno de los más desconocidos de
su vasta y profunda obra literaria. Curiosa paradoja.
Ateniéndose
tan solo a este párrafo, agregado a su testamentaría durante la
Cuaresma de 1980, se comprenderá mejor su trascendencia: «Los tiempos en que vivimos –advertía ya el Romano Pontífice– son sumamente difíciles y agitados.
Se ha hecho también difícil y tenso el camino de la Iglesia, prueba
característica de estos tiempos, tanto para los fieles como para los
pastores. En algunos países […] la Iglesia se encuentra en un período de
persecución tal que no es inferior a las de los primeros siglos. Más
aún, las supera por el nivel de crueldad y de odio». Y culminaba este
párrafo tan vigente hoy también con la siguiente frase en latín:
«Sanguis martyrum, semen christianorum» (Sangre de los mártires, semilla
de los cristianos).
Esa
misma sangre de los mártires que él invocaba volvió a derramarse al año
siguiente cuando el criminal turco Alí Agca le descerrajó dos disparos
en la Plaza de San Pedro, en Roma. Como recuerda ahora en la
película del centenario de Juan Pablo II su secretario personal durante
casi cuarenta años, el cardenal Stanislaw Dziwisz, el Papa «llegó a perder las tres cuartas partes de su sangre. Estaba desangrado»,
pese a lo cual vivió para contarlo porque se encomendó a Dios desde
niño para que hiciese con su existencia lo que Él quisiera, que resultó
ser lo mejor para él.
Con
solo ocho años, recién muerta su madre, el pequeño Karol acompañó a su
padre al Santuario de Kalwaria, en Polonia, donde su progenitor
pronunció estas mismas palabras ante la imagen de la Virgen, a modo de
consagración: «Karol, desde hoy María será tu Madre». Y así fue
hasta el mismo instante del atentado, cuando el Papa herido invocó su
intercesión virginal en el interior de la ambulancia que le conducía a
toda velocidad hasta el Policlínico Gemeli, el mismo día de la Virgen de
Fátima. Hace poco más de una semana, se inició el anhelado proceso de
beatificación de Karol y Emilia, los padres de Juan Pablo II, quienes le
inculcaron desde su más tierna infancia el amor a Jesús, la Virgen y
los santos.
Sin familia
En realidad, el
martirio de Karol Wojtyla arrancó con la prematura muerte de su madre, a
la que siguió la de su amadísimo hermano Edmon y la de su padre. Wojtyla se quedó así sin familia y su vida se forjó desde entonces en el sufrimiento también con la persecución despiadada de los nazis y de los soviéticos.
Por no hablar del espionaje que padeció desde 1946, recién ordenado
sacerdote, y hasta su mismo pontificado, por parte de los servicios
secretos comunistas de Polonia en connivencia con el KGB soviético.
Seguimientos físicos, colocación de micrófonos en sus residencias
privadas, control de la correspondencia, amenazas de todo tipo y hasta
un plan secreto para envenenarle.
Eran,
en definitiva, los toques de amor y dolor de Dios en su corazón, como
el escultor que modela a imagen y semejanza suya la obra que pretende
culminar y que, en su caso, Wojtyla plasmó en su bello poema El
Magnificat. «Amaba el sufrimiento para salvar almas», asegura también en
la película Fray Tarsicius, sacerdote capuchino del Santuario de
Kalwaria. «Y aun teniendo graves enfermedades, sobre todo hacia el final
de su vida, nunca se quejó», subraya el cardenal Dziwisz. Wojtyla hizo
suya así esta frase proverbial del Padre Pío, a quien él mismo beatificó
y canonizó en junio de 2002: «Lo mejor siempre se compra al precio de
un gran sufrimiento». San Pío de Pietrelcina advertía también, muy
seguro: «Al Cielo se sube por el sendero de la oración y del sufrimiento». Y eso mismo hizo Wojtyla hasta su último suspiro, muriendo con las botas puestas.
La hermana del Papa
Dicen
que una de las mayores virtudes de los santos es la humildad. San Juan
Pablo II tampoco fue una excepción: «A todos les pido perdón. Pido
también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande
que mi debilidad e indignidad», escribió de su puño y letra en su
legado, el 6 de marzo de 1979. A lo largo de su vida siempre recordó con
inmenso cariño a su familia, pese a quedarse solo demasiado pronto: «A
medida que se acerca el final de mi vida terrena, vuelvo con la memoria a
los inicios, a mis padres, a mi hermano y a mi hermana (a la que no
conocí, pues murió antes de mi nacimiento)», anotó en su testamento. Y
su legado culmina con esta frase: «In manus tuas, Domine, commendo
spiritum meum» (En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu).
La fecha:
1979. El Papa polaco otorgó el 6 de marzo su testamento ante notario,
al que añadiría su última disposición en el mes de marzo de 2000, en el
umbral ya del tercer milenio.
El lugar:
ROMA. Esa sangre de los mártires que él invocaba volvió a derramarse al
año siguiente, cuando Alí Agca le descerrajó dos disparos en la Plaza
de San Pedro.
La anécdota:
Wojtyla redactó de su puño y letra tal vez el documento más importante
de su vida y, por qué no decirlo también, uno de los más desconocidos.
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