NUEVA YORK.- Mientras las consecuencias económicas del confinamiento por
coronavirus continúan notándose en todo el mundo, el Vaticano también
advierte que los efectos se agravan, dicen desde dentro, por la demora
en la implementación de reformas financieras, que ha debilitado su
capacidad para afrontar la crisis, según The National Catholic Register.
Desde el 10 de marzo, cuando se impuso el confinamiento en toda Italia, los Museos Vaticanos, que en 2015 generaron 80 millones
de euros (87 millones de dólares), y son los que generan los mayores
ingresos del Vaticano, han cerrado y no volverán a abrir hasta el 18 de
mayo según el programa de levantamiento de las restricciones anunciado el 27 de abril por el gobierno italiano.
Ya no hay turistas en el Vaticano, y los empleados no acuden como
antes a su supermercado y tiendas, lo cual significa que todas las
actividades comerciales del Vaticano, incluida la venta de recuerdos y
la acogida, han sufrido un gran impacto económico. Tampoco va a haber
mucho turismo en el Vaticano hasta pasadas algunas semanas del
levantamiento del confinamiento.
Otro factor que ha afectado al Vaticano ha sido la caída del precio
del petróleo y la demanda de combustible, ya que sus estaciones de
servicio -que venden diesel y gasolina libres de impuestos-
constituyen una importante fuente de ingresos para la Santa Sede (los
documentos de Vatileaks mostraron
que, supuestamente, solo en 2012 las ventas de combustibles ascendieron
a 27 millones de euros). Las propiedades y negocios administrados por
el Vaticano, que incluyen 2.400 pisos
ubicado principalmente en Roma y Castel Gandolfo, 600 tiendas y
oficinas también pueden verse afectados por la caída de los precios de
los inmuebles y los alquileres.
La Oficina de Prensa de la Santa Sede no respondió a las preguntas
sobre el impacto económico del COVID-19, pero el padre Augusto Zampini,
miembro de la task force para la lucha contra el coronavirus del papa Francisco, el 24 de abril dijo a The Associated Press
que la Ciudad del Vaticano es como cualquier otra empresa y que está
perdiendo ingresos como resultado del confinamiento. Añadió que la Santa
Sede recurre a las reservas financieras de emergencia para aguantar la
tormenta.
Asume que el coronavirus -que repercute mayormente en el turismo-
causa el cierre económico de gran parte del Vaticano durante cuatro
meses, y estima unas pérdidas de entre 50 y 80 millones de euros.
Antes de la epidemia
Pero incluso antes de que comenzara la epidemia, el Vaticano ya
luchaba para llegar a fin de mes. La Santa Sede registró un déficit
presupuestario de 70 millones de euros (77 millones de dólares) en el año 2018, el doble que el año anterior. El déficit, supuestamente
causado por el aumento de los gastos salariales, las ineficiencias
crónicas y la disminución de los ingresos por inversiones, llevó a los
jefes de los dicasterios y las instituciones de la Santa Sede a celebrar
una reunión de emergencia en septiembre pasado para discutir la
“gravedad de la situación”.
El cardenal alemán Reinhard Marx, que dirige la Prefectura de Asuntos
Económicos del Vaticano, un organismo que supervisa las instituciones
financieras de la Santa Sede, insistió en ese momento en que el déficit
podría resolverse durante los próximos uno o dos años. “Tenemos que
seguir hacia adelante, de lo contrario no veo como firmar un presupuesto
con un déficit estructural”, dijo en octubre a los periodistas. “Pero
ese es un camino que podemos recorrer en varios años. No supone una
catástrofe”.
En su libro Giudizio Universale publicado el pasado otoño, el autor italiano Gianluigi Nuzzi afirmó que el Vaticano estaba experimentando una crisis financiera y que una task force
contable creada por el papa Francisco había descubierto que el déficit
había “alcanzado niveles alarmantes, con riesgo de bancarrota”.
El Vaticano restó rápidamente importancia al tema, pero el año pasado
también se supo que el Vaticano había estado utilizando donaciones del
Óbolo de San Pedro (unos 55 millones de dólares al año aproximadamente,
pero que también están disminuyendo) para ayudar a cubrir su déficit.
El gasto anual total de la Santa Sede no es pequeño, se estima
que de unos 300 millones de euros (333 millones de dólares). Y a
diferencia de la mayoría de los gobiernos del mundo, el Vaticano no
tiene un banco central que pueda gastar ilimitadamente imprimiendo
moneda mediante la monetización de su deuda (una práctica actualmente
realizada por la Reserva Federal y otros, pero considerada inmoral). Fuentes del Vaticano en abril dijeron al Register
que la situación financiera en 2019 había mejorado gracias a los
mercados de capital más favorables y había vuelto al déficit de
alrededor de 20-25 millones de euros registrado a principios de la
década de 2010, pero eso fue antes del brote de la pandemia del
coronavirus.
Deudas ‘oscuras’
Las fuentes señalan que los problemas financieros del Vaticano se ven
agravados por tener muchas entidades dentro de su esfera de
responsabilidad que, según los informes, se están ahogando en deudas — y
que entregan esas responsabilidades al Vaticano cuando están
desesperadas.
Vimos un ejemplo en 2015, cuando la Administración del Patrimonio de
la Sede Apostólica (APSA), la oficina del Vaticano que gestiona activos y
bienes inmuebles, obtuvo
una garantía de préstamo de 50 millones de euros del Bambin Gesù, el
hospital infantil administrado por el Vaticano, para ayudar a rescatar
un hospital romano en quiebra, con conexiones con el Vaticano y
propiedad de una congregación religiosa. El hospital, el Istituto
Dermopatico dell’Immacolata, sigue teniendo deudas de aproximadamente
800 millones de euros, a pesar del préstamo y un controvertido intento de recaudar 25 millones de dólares en donaciones de la Fundación Papal con sede en Estados Unidos.
Han surgido ejemplos similares en los últimos años, y aunque pocos
conocen el alcance de las deudas en estas instituciones ‘oscuras’,
algunos analistas creen que ya eran abrumadoras incluso antes de que el
coronavirus congelara los ingresos del patrimonio de la Santa Sede. El
déficit de la Santa Sede también se ha visto agravado por las pérdidas
en los negocios de propiedades especulativas en Londres.
Otra preocupación económica es el fondo de pensiones del Vaticano, que se enfrenta a un inminente déficit. El cardenal George Pell, cuando era prefecto de la Secretaría de Economía del Vaticano, dijo
que el déficit era de 30 millones de euros al año y que era necesaria
una “importante inversión” para pagar las pensiones en el futuro. Antes
de la pandemia del coronavirus, se estimaba que el déficit de pensiones
alcanzaría los 430-870 millones de dólares en los próximos diez años.
El Vaticano posee numerosas inversiones en acciones, bonos y bienes
inmuebles a las que todavía puede recurrir, aunque su valor ha ido
disminuyendo desde el brote de coronavirus. Su consolidado estado
financiero de 2018, obtenido por el Register (dichos
estados no se han hecho públicos desde 2015), muestra que la Santa Sede
tenía poco más de mil millones de euros en inversiones financieras y 510
millones de euros en bienes inmuebles en Italia y en el extranjero,
aunque es de suponer que estos últimos sean más, si se incluyen las
propiedades fuera de balance.
Posibles Acciones
La pregunta clave, entonces, es cómo financiará el Vaticano estos crecientes déficits, ahora incrementados por el coronavirus.
“Si actualmente tienen problemas de liquidez, tendrían que vender
algunas de sus acciones y obligaciones de deuda”, dijo Juergen Siemer,
economista católico alemán que actualmente trabaja como consultor en
Roma. “Deberían hacerlo ahora para reducir la exposición al riesgo y
ganar algo de tiempo. Después deberían vender algunas propiedades (esto
siempre lleva más tiempo) y luego, en paralelo, desarrollar estrategias
para aumentar los ingresos de las propiedades restantes”.
Según una fuente informada del Vaticano, una gran parte de las
propiedades de la Santa Sede está alquilada a acaudalados inquilinos
dispuestos a comprarla al valor de mercado, especialmente si los precios
bajan, lo que ahora es probable.
Además, dijo Siemer, el Vaticano también debe seguir los mismos
principios de cualquier empresa o familia en tal situación: “Reducir
algunos gastos ordinarios” y “aumentar los ingresos e impuestos
regulares”.
El Vaticano parece estar buscando incrementar sus ingresos, pero no siempre de fuentes bona fide,
de acuerdo con las principales enseñanzas morales de la Iglesia, aunque
confluyan en otras. Un ejemplo es la Fundación Bill y Melinda Gates,
una organización a favor de la contracepción y el control de la
natalidad: el Vaticano ya está pensando en cofinanciar su Pacto Mundial de Educación programado para el otoño.
Otros medios, considerados moralmente mucho más aceptables para
abordar el déficit, serían la mejora de la eficiencia y la
fiscalización, un camino que el Vaticano ya ha emprendido en algunas
áreas, como su equipo de comunicaciones. El principal organismo que
dirige el Estado de la Ciudad del Vaticano, el Governatorato, podría
reducir sus gastos de mantenimiento en un 50%, según creen algunos
analistas contactados por el Register. Estos también
proponen recortes en los salarios de los altos cargos del Banco del
Vaticano, APSA y de la Autoridad de Información Financiera.
Con respecto a la mejora de la eficiencia, fuentes informadas dicen
que el Vaticano podría haber estado en mejores condiciones para aguantar
el COVID-19 si las reformas del cardenal Pell se hubieran puesto en
práctica en su totalidad.
Al mando del cardenal Pell, se elaboró una “hoja de ruta” para
centralizar las finanzas del Vaticano bajo un mismo techo, colocándolas
en una operación altamente controlada. Indirectamente referida a la
entonces denominada Gestión de Activos del Vaticano, tendría que haberse
construido una estructura similar para las vastas y mal administradas
propiedades inmobiliarias del Vaticano.
Esto fue frustrado por la “vieja guardia” del Vaticano, funcionarios
que generalmente preferían las formas establecidas (y a veces corruptas)
de manejar las finanzas del Vaticano. Sus impedimentos llevaron a la reducción de personal de la Secretaría de Economía y la decapitación de la Oficina del Auditor General.
No obstante, aparecen señales de que las reformas se están
implementando de forma gradual, comenzando por algunos positivos cambios
en el personal. Esto está dando algo de esperanza, pero la sensación
entre los reformadores del Vaticano es que se ha perdido un tiempo
valioso.
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