CIUDAD DEL VATICANO.- Audiencia papal en la biblioteca vaticana en el día de la Virgen de Fátima, a la que Francisco
invoca, para que "los dolores y las aflicciones seran más soportabes".
En la catequesis, el Papa recuerda que la oración "desde el corazón" es
una relación con un Dios papa-mamá que nos quiere siempre, nos espera
siempre, por muy malos que seamos. Porque Dios es "el amigo, el aliado,
el novio" y "está siempre al lado de la puerta de nuestro corazón,
esperando que le abramos".
Lectura del Sal 63,2-5.9, que centra la catequesis papal sobre 'la oración cristiana': “Mi alma está unida a ti, tu mano me sostiene”.
Catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Demos hoy el segundo paso en el camino de la catequesis sobre la oración, que hemos iniciado la semana pasada.
La oración pertenece a todos: a los hombres de todas las
religiones, y probablemente también a aquellos que no profesan ninguna.
La oración nace en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior
que los autores espirituales suelen llamar "corazón" (cf. Catecismo de
la Iglesia Católica, 2562- 2563). Orar, entonces, en nosotros no es algo
periférico, no es una facultad secundaria y marginal nuestra, sino que
es el misterio más íntimo de nosotros mismos. El misterio que reza. Las
emociones rezan, pero no se puede decir que la oración sea sólo emoción.
La inteligencia reza, pero rezar no es sólo un acto intelectual. El
cuerpo reza, pero se puede hablar con Dios incluso en la más grave
discapacidad. Por lo tanto, es todo el hombre el que reza, si su
"corazón" reza.
La oración es un impulso, es una
invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo
profundo de nuestra persona y se extiende, porque siente la nostalgia de
un encuentro. Hay que subrayar esto: advierte la nostalgia de un
encuentro, que es más que una necesidad. La oración es la voz de un "Yo"
que vacila, que anda a tientas, en busca de un "Tú". El encuentro entre
el yo y el tú no se puede hacer con la calculadora. Es un encuentro
humano y procede a tientas.
La
oración del cristiano nace en cambio de una revelación: el "Tú" no ha
permanecido envuelto en el misterio, sino que ha entrado en relación con
nosotros. El cristianismo es la religión que celebra continuamente la
"manifestación" de Dios, su epifanía. Las primeras fiestas del año
litúrgico son la celebración de este Dios que no permanece oculto, sino
que ofrece su amistad a los hombres. Dios revela su gloria en la pobreza
de Belén, en la contemplación de los Reyes Magos, en el bautismo en el
Jordán, en el milagro de las bodas de Caná. El Evangelio de Juan
concluye el gran himno del Prólogo con una breve declaración: "Nadie ha
visto jamás a Dios: el Hijo único, que está en el seno del Padre, lo ha
revelado" (1:18). Fue Jesús el que nos reveló a Dios.
La
oración del cristiano entra en relación con el Dios de rostro más
tierno, que no quiere infundir miedo a los hombres. Esta es la primera
característica de la oración cristiana. Si los hombres siempre se han
acostumbrado a acercarse a Dios un poco intimidados, un poco asustados
por este fascinante y terrible misterio, si se han acostumbrado a
adorarlo con una actitud servil, similar a la de un súbdito que no
quiere faltar al respeto a su Señor, los cristianos se dirigen en cambio
a Él atreviéndose a llamarlo con confianza por el nombre de "Padre".
Más aún, Jesús utiliza la palabra 'papá'.
El cristianismo ha desterrado del vínculo
con Dios cualquier relación "feudal". En la herencia de nuestra fe no
hay expresiones como "sometimiento", "esclavitud" o "vasallaje", sino
palabras como "pacto", "amistad", "comunión". En su largo discurso de
despedida a los discípulos, Jesús dice así: "Ya no os llamo siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su amo; sino que os he llamado
amigos, porque todo lo que he oído del Padre os lo he dado a conocer. No
me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y
os he hecho para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto
permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo
conceda" (Jn 15, 15-16). Ésta es una hoja en blanco: Todo lo que pidáis
al Padre en mi nombre, os lo conceda. Hagamos la prueba.
Dios
es el amigo, el aliado, el novio. En la oración podemos establecer una
relación de confianza con Él, tanto que en "Nuestro Padre" Jesús nos
enseñó a hacerle una serie de preguntas. Podemos preguntarle todo a
Dios, explicarle todo, contarle todo. No importa si en nuestra relación
con Dios nos sentimos culpables: no somos buenos amigos, no somos hijos
agradecidos, no somos cónyuges fieles. Él sigue amándonos. Esto es lo
que Jesús demuestra definitivamente en la última cena cuando dice: "Esta
copa es la nueva alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros".
(Lc 22,20). En ese gesto Jesús anticipa en el Cenáculo el misterio de la
Cruz. Dios es un aliado fiel: si los hombres dejan de amar, Él sigue
amando, aunque el amor lo lleve al Calvario. Dios está siempre al lado
de la puerta de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos y a
veces, llama, pero espera. La paciencia de Dios con nosotros es la de
un papá y una mamá que nos quieren.
Tratemos
de rezar de esta manera, entrando en el misterio de la Alianza. Ponerse
en oración en los brazos misericordiosos de Dios, sentirse envuelto por
ese misterio de felicidad que es la vida trinitaria, sentirse huéspedes
que no merecen tanto honor. Y repetirle a Dios, en el asombro de la
oración: ¿es posible que sólo conozcas el amor? Este es el núcleo
incandescente de toda oración cristiana: Dios de amor, nuestro Padre,
que nos espera y nos acompaña.
Saludo del Papa en español
Queridos
hermanos y hermanas: Siguiendo con el tema de la oración que iniciamos
la semana pasada, hoy consideramos cómo la oración nos pertenece a
todos, a los hombres de todas las religiones, y probablemente también a
los que no profesan ninguna. La oración surge en el secreto de
nosotros mismos, en ese lugar interior que los autores espirituales a
menudo llaman el “corazón”.
Rezar
no es algo externo ni marginal a nosotros, sino que es el misterio más
íntimo de nosotros mismos, que nace como una invocación en lo
profundo de nuestra persona y se extiende, buscando un “Tú”, que es
Dios.
La oración del cristiano
surge de la revelación de ese “Tú”, con mayúscula, que se ha
manifestado y ha venido a nuestro encuentro, dándonos confianza y
revelándonos a Dios como un Padre bueno, que nos ama y nos comprende,
que no nos considera siervos, sino amigos e hijos suyos.
En
la oración del Padre Nuestro, Jesús nos enseñó a pedir a Dios todo
lo que necesitamos. No importa si nos sentimos culpables en nuestra
relación con Él, si no hemos sido amigos fieles, ni hijos agradecidos;
Dios continúa amándonos, porque Él siempre es fiel.
Saludo
cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta
catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a
entablar esa relación filial, de amistad y confianza con el Señor,
pidiéndole lo que necesitan para su vida y, de manera particular, por
aquellos que están a nuestro lado y sabemos están necesitados, para
que Dios, como Padre bueno, haga brillar su rostro sobre ellos y les
conceda la paz.
Que Nuestra Señora de Fátima, cuya memoria celebramos hoy, interceda por cada uno de ustedes.
Que Dios los bendiga.
Saludo en portugués
Saludo
a los oyentes de habla portuguesa y, en este decimotercer día de mayo,
animo a todos a conocer y seguir el ejemplo de la Virgen María. Con este
fin intentamos vivir este mes con una oración diaria más intensa y
fiel, en particular recitando el Rosario, como recomienda la Iglesia
obedeciendo un deseo expresado repetidamente en Fátima por Nuestra
Señora. Bajo su protección, los dolores y aflicciones de la vida serán
más soportables. ¡Dios te bendiga!
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