CIUDAD DEL VATICANO.- En su catequesis
de hoy, el Papa Francisco ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis sobre
el tema de la oración. La oración es el aliento de la fe, es su
expresión más adecuada. Como un grito que sale del corazón de los que
creen y se confían a Dios.
El Papa ha iniciado un nuev ciclo de catequesis dedicado a la
oración. Y ha iniciado esta serie con el personaje del Evangelio de hoy,
Bartimeo.
“El grito de Bartimeo, porque quizás en una figura como la suya todo
está ya escrito. Bartimeo es un hombre perseverante. Alrededor de él
había gente que decía que implorar era inútil, que era un grito sin
respuesta, que era ruido que molestaba y basta: pero él no se quedó en
silencio. Y al final consiguió lo que quería”.
La fe es un grito. La no fe es sofocar ese grito
Jesús le dice: "Vete, tu fe te ha salvado" (v. 52), nos dijo hoy el
Papa, Jesús reconoce a ese pobre, indefenso y despreciado hombre todo el
poder de su fe, que atrae la misericordia y el poder de Dios. La fe,
nos señala el Pontífice, es tener las dos manos levantadas, una voz que
grita para implorar el regalo de la salvación. El Catecismo afirma que
"la humildad es el base de la oración" (Catecismo de la Iglesia
Católica, 2559). La oración viene de la tierra, del humus -del que
deriva "humilde", "humildad"-; viene de nuestro estado de precariedad,
de nuestra constante sed de Dios (cf. ibid., 2560-2561).
"La fe es un grito; la no fe es sofocar ese grito, una especie de
"omertà". La fe es la protesta contra una condición dolorosa de la cual
no entendemos la razón; la no fe es simplemente sufrir una situación a
la cual nos hemos adaptado. La fe es la esperanza de ser salvado; la no
fe es acostumbrarse al mal que nos oprime".
Bartimeo: Jesús ten piedad de mí
Hablando de este personaje, el Papa recordó que era ciego y estaba
sentado a mendigar a un lado de la calle en las afueras de su ciudad,
Jericó. No es un personaje anónimo, señaló el Papa, tiene un rostro, un
nombre: Bartimeo, es decir, "hijo de Timeo". Un día escuchó que Jesús
pasaría por esa calle donde él estaba siempre. Y desde entonces,
Bartimeo estaba pendiente, haría todo lo posible para encontrar a Jesús.
Más fuerte que cualquier argumento en contra, hay una voz en el corazón
del hombre que invoca, dijo el Papa, una voz que sale espontáneamente,
sin que nadie la ordene, una voz que cuestiona el sentido de nuestro
camino aquí abajo, especialmente cuando nos encontramos en la oscuridad:
"¡Jesús, ten piedad de mí! ¡Jesús, ten piedad de todos nosotros!".
No rezamos sólo los cristianos, sinoq ue compartimos el grito de la
oración con todos los hombres y mujeres. Pero el horizonte todavía puede
ser ampliado, dijo Francisco, Pablo dice que toda la creación "gime y
sufre los dolores del parto" (Rom 8:22). Los artistas se hacen a menudo
intérpretes de este grito silencioso, que presiona en toda criatura y
emerge sobre todo en el corazón del hombre, porque el hombre es un
"mendigo de Dios" (cf. CIC, 2559). Y este hombre, señaló, entra en los
Evangelios como una voz que grita a todo pulmón. No nos ve; no sabe si
Jesús está cerca o lejos, pero lo siente por la multitud, está
completamente solo, y a nadie le importa. Y apenas lo ve, Bartimeo
grita, utiliza la única arma que tiene: su voz: "¡Hijo de David, Jesús,
ten piedad de mí!" (v. 47).
Los gritos de Bartimeo dan fastidio a los presentes que le regañan,
le dicen que se calle. "Pero Bartimeo no se calla, al contrario, gritó
aún más fuerte: "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!" (v. 47).
(v. 47). Esa expresión: "Hijo de David", es muy importante, significa
"el Mesías", es una profesión de fe que sale de la boca de ese hombre
despreciado por todos", afirmó Francisco.
Y Jesús escucha su grito. esa plegaria del ciego, toca el corazón de
Jesús, toca el corazón de Dios, y las puertas de la salvación se abren
para él. Jesús lo hace llamar, dijo en su catequesis el Papa, Bartimeo
"se puso de pie de un salto y los que antes le dijeron que se callara
ahora lo conducen al Maestro. Jesús le habla, le pide que exprese su
deseo - esto es importante - y entonces el grito se convierte en
demanda: "¡Déjame ver de nuevo!". (v. 51)".
Jesús le dice: "Vete, tu fe te ha salvado" (v. 52). Reconoce a ese
pobre, indefenso y despreciado hombre todo el poder de su fe, que atrae
la misericordia y el poder de Dios. La fe es tener las dos manos
levantadas, una voz que grita para implorar el regalo de la salvación.
El Catecismo afirma que "la humildad es el base de la oración"
(Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). La oración viene de la tierra,
del humus -del que deriva "humilde", "humildad"-; viene de nuestro
estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios (cf. ibid.,
2560-2561).
La fe es un grito; la no fe es sofocar ese grito, una especie de
"omertà". La fe es la protesta contra una condición dolorosa de la cual
no entendemos la razón; la no fe es simplemente sufrir una situación a
la cual nos hemos adaptado. La fe es la esperanza de ser salvado; la no
fe es acostumbrarse al mal que nos oprime.
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