CIUDAD DEL VATICANO.- El 27 de octubre de 1986, en una dramática coyuntura de nuestra historia
reciente, cuando la perspectiva de una guerra nuclear se estaba
haciendo realidad, San Juan Pablo II convocó con valentía a los representantes de las religiones del mundo a Asís,
venciendo no pocas resistencias internas. El hecho de que tantos
líderes religiosos se reúnan para rezar es, - dijo - en sí mismo, una
invitación al mundo de hoy a tomar conciencia de que hay otra dimensión
de la paz y otra forma de promoverla, que no es el resultado de
negociaciones, compromisos políticos o arreglos económicos.
Pero el
resultado de la oración, que, no obstante la diversidad de religiones,
expresa una relación con un poder supremo que sobrepasa nuestras
capacidades humanas". "Estamos aquí", añadió el Papa Wojtyla, "porque
estamos seguros de que, por encima de todas esas medidas, se necesita
una oración intensa y humilde, una oración confiada, si queremos que el
mundo se convierta finalmente en un lugar de paz verdadera y
permanente".
Este 18 de mayo celebramos el centenario del nacimiento del gran Pontífice que vino de Oltrecortina, que en su largo servicio petrino llevó a la Iglesia al nuevo milenio, vio el derrumbe del Muro que dividía Europa en dos, esperó ver el surgimiento de una nueva era de paz pero tuvo en cambio que enfrentarse -ya viejo y enfermo- a nuevas guerras y al terrorismo desestabilizador y despiadado, que abusa del nombre de Dios para sembrar muerte y destrucción.
Este 18 de mayo celebramos el centenario del nacimiento del gran Pontífice que vino de Oltrecortina, que en su largo servicio petrino llevó a la Iglesia al nuevo milenio, vio el derrumbe del Muro que dividía Europa en dos, esperó ver el surgimiento de una nueva era de paz pero tuvo en cambio que enfrentarse -ya viejo y enfermo- a nuevas guerras y al terrorismo desestabilizador y despiadado, que abusa del nombre de Dios para sembrar muerte y destrucción.
Y para contrarrestarlo, en enero de 2002, volvió a convocar
a las religiones en Asís sin ceder nunca a la ideología del contraste
de civilizaciones, enfocando siempre todo, hasta el final, en el
encuentro entre pueblos, culturas, religiones. Fue testigo de una fe
rocosa, un ascetismo de gran místico, una humanidad desbordante.
Habló a
todos y nunca dejó nada sin hacer para evitar el estallido de
conflictos, para promover transiciones pacíficas, para promover la paz y
la justicia. Recorrió el mundo a lo largo y ancho, para abrazar a los
pueblos del mundo anunciando el Evangelio. Combatió para defender la
dignidad de cada vida humana.
Realizó una visita histórica a la Sinagoga
de Roma. Cruzó el umbral de una mezquita, siendo el primer Papa de la
historia. Navegó por la ruta establecida por el Concilio Vaticano II.
Fue capaz de recorrer nuevos e inexplorados caminos, declarándose
también dispuesto a discutir la forma de ejercer el ministerio de Pedro
para favorecer la unidad de los cristianos. Su testimonio es tan actual
como siempre.
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