CIUDAD DEL VATICANO.- Al papa Juan Pablo II se le reconoce haber ayudado a que el comunismo
se viniera abajo, haber inspirado a una nueva generación de católicos
durante un papado de giras mundiales y haber explicado la enseñanza
eclesiástica en temas polémicos mientras el cristianismo llegaba a su
tercer milenio, pero el escándalo de abusos sexuales que ulceró su
mandato sigue siendo una mancha en su legado.
Juan Pablo II y sus
colaboradores más cercanos no asumieron la gravedad del problema de los
abusos hasta casi el final de su papado de 26 años, a pesar de que desde
la década de 1980, los obispos de Estados Unidos pedían a la Santa Sede
una forma más rápida de lidiar con los curas pederastas.
Se cree
que lo vivido por Juan Pablo II en Polonia —bajo un gobierno comunista y
nazi, donde sacerdotes inocentes muchas veces eran desacreditados con
acusaciones inventadas— influyó en su defensa en general hacia el clero.
El éxodo de clérigos después de la turbulenta década de 1960 también lo
hizo tratar de retener los sacerdotes que todavía tenía.
El papa
Francisco ha heredado el fracaso más notorio de Juan Pablo II en el tema
del abuso sexual: la orden de los Legionarios de Cristo, que el papa
polaco y sus principales colaboradores pusieron como modelo.
Francisco,
quien canonizará al papa Juan Pablo II el 27 de abril, debe decidir si
firma un proyecto de tres años para reformar al Vaticano, impuesto
después de que la legión admitió que su fallecido fundador abusó
sexualmente de varios seminaristas y que tuvo tres hijos.
Sin
embargo, el reconocimiento hecho por la legión en 2009 sobre la doble
vida del padre Marcial Maciel no fue noticia para el Vaticano.
Documentos
de los archivos de la entonces Sagrada Congregación para Religiosos
mostraron cómo una sucesión de papas —incluso a Juan XXIII, que también
será canonizado el próximo domingo— simplemente desestimaron reportes
creíbles de que Maciel era un artista de la estafa, drogadicto,
pederasta y un fraude religioso.
Para 1948, siete años después de
que Maciel fundó la orden, la Santa Sede tuvo documentos de enviados
vaticanos y obispos en México y España que cuestionaban la legitimidad
de la orden de Maciel, subrayando la cuestionable fundación legal de su
orden y alertando sobre su comportamiento "totalitario" y las
violaciones espirituales a sus jóvenes seminaristas.
Los
documentos muestran que la Santa Sede estaba bien enterada del abuso de
drogas por parte de Maciel, de sus abusos sexuales y las irregularidades
financieras desde 1956, cuando ordenó una investigación inicial y lo
suspendió dos años para curarse de una adicción a la heroína.
Sin
embargo, durante décadas y gracias a la habilidad de Maciel de mantener
silenciados a sus propios sacerdotes, su habilidad para colocar a
legionarios confiables en puestos clave en el Vaticano y su cuidadoso
cultivo de relaciones con los cardenales vaticanos, obispos mexicanos y
católicos poderosos y acaudalados, Roma prefirió voltear a otro lado.
Juan Pablo II, que en 1994 dijo que Maciel era "una eficaz guía para los jóvenes", no estaba solo en su ingenuidad.
Sus
principales asesores fueron también algunos de los más feroces
defensores del líder legionario, convencidos de que las acusaciones en
su contra eran "calumnias" arrojadas contra el mayor de los santos.
Además, se vieron influenciados por numerosos testimonios de obispos y
otros sobre la grandeza de Maciel, como lo señalan documentos de los
archivos vaticanos.
El fraude de Maciel, uno de los más grandes
escándalos de la iglesia católica en el siglo XX, hace surgir preguntas
incómodas para el Vaticano de hoy sobre cuántas personas fueron ingenuas
por tanto tiempo.
También hace dudar sobre cómo la propia
estructura de la iglesia, con sus valores y sus prioridades, permitieron
que una orden, como un culto, creciera desde dentro. También trae la
pregunta de hasta dónde debe llegar la responsabilidad por el daño hecho.
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