sábado, 5 de octubre de 2013

Detrás de lo efímero nos volvemos personas vacías, según el Papa

CIUDAD DEL VATICANO.- Jamás acomodarse en la comodidad y olvidar a Dios poniéndonos a nosotros mismos en el centro de la vida. Retomando las palabras del profeta Amós, el Papa se dirigió a los catequistas procedentes de todo el mundo, y recordó en la homilía de la misa dominical del pasado 29 de septiembre, que si perdemos la memoria de Dios, también nosotros mismos perdemos consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. 

Si vamos detrás de los valores efímeros, nosotros mismo nos volvemos vacíos. Tarea fundamental del catequista es hacer crecer en la fe. El catequista – notó Francisco – es un cristiano que pone la memoria de Cristo al servicio del anuncio; no para hacerse ver, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor, de su fidelidad.
Al término de la ceremonia en la Plaza de San Pedro Francisco rezó el ángelus con los numerosos fieles procedentes de diversas partes del mundo. En particular el Papa saludó a Su Beatitud Youhanna X, Patriarca greco ortodoxo de Antioquía y de todo el Oriente. Su presencia – dijo – nos invita a rezar una vez más por la paz en Siria y en Oriente Medio. En fin, recordó que ayer en Croacia, fue proclamado Beato Miroslav Bulešić, sacerdote diocesano, muerto mártir en 1947. Alabemos al Señor, dijo, que dona a los inermes la fuerza del testimonio extremo.
Aceptar a los pecadores, apuntar a la santidad. Lo dijo el Papa en su catequesis de la audiencia general del 2 de octubre celebrada en la Plaza de San Pedro ante miles de fieles y peregrinos. La Iglesia, que es santa, no rechaza a los pecadores; al contrario los acoge, también está abierta a los más alejados, llama a todos a dejarse envolver por la misericordia, la ternura y el perdón del Padre, que ofrece a todos la posibilidad de encontrarlo, de caminar hacia la santidad. En la Iglesia, el Dios que encontramos no es un juez despiadado, sino que es como el Padre de la parábola evangélica. Puedes ser como el hijo que ha dejado la casa, que ha tocado el fondo de la lejanía de Dios. Cuando tienes la fuerza de decir: quiero volver a casa, encontrarás la puerta abierta, Dios sale a tu encuentro porque te espera siempre, te abraza, te besa y hace fiesta. El Señor quiere que seamos parte de una Iglesia que sabe abrir los brazos para acoger a todos, que no es la casa de pocos, sino la casa de todos, donde todos pueden ser renovados, transformados, santificados por su amor, los más fuertes y los más débiles, los pecadores, los indiferentes, aquellos que se sienten desanimados y perdidos. La Iglesia ofrece a todos la posibilidad de recorrer el camino de la santidad, que es el camino del cristiano: nos hace encontrar a Jesucristo en los Sacramentos, especialmente en la Confesión y en la Eucaristía; nos comunica la Palabra de Dios, nos hace vivir en la caridad, en el amor de Dios. La Iglesia tiene el deber de acoger y todos nosotros los cristianos debemos apuntar a lo alto, a la santidad.

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