CIUDAD DEL VATICANO.- En una
poderosa homilía centrada en el servicio de los apóstoles Pedro y Pablo y
la valentía de los cristianos de Jerusalén, el papa Francisco ha
recordado este lunes que «la Iglesia, recién nacida, estaba pasando por
una fase crítica: Herodes arreciaba su cólera, la persecución era violenta,
el apóstol Santiago había sido asesinado. Y entonces también Pedro fue
arrestado. La comunidad parecía decapitada, todos temían por su propia
vida», según la crónica del periódico Abc, de Madrid.
El Santo
Padre ha subrayado que «sin embargo, en este trágico momento nadie
escapo, nadie pensaba en salir sano y salvo, ninguno abandonó a los
demás, sino que todos rezaban juntos».
Con el telón de fondo de la angustia de los primeros cristianos en Jerusalén,
el Papa ha hecho notar que «en esa situación dramática, nadie se
quejaba del mal, de las persecuciones, de Herodes. Es inútil e incluso
molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la
sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada».
Como es habitual durante la pandemia de coronavirus, tan solo medio centenar largo de fieles han
participado en la misa de la fiesta de los dos apóstoles en la basílica
de San Pedro, pero millones de personas la seguían en directo en sus
casas a lo largo de todo el mundo.
Francisco
ha invitado a imitar la actitud de los primeros cristianos, que «no
culpaban a los demás, sino que oraban.
En esa comunidad nadie decía: ‘Si
Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación’. No,
no hablaban mal de él, sino que rezaban por él. ¿Rezamos unos por otros?
¿Quépasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?».
El Papa ha recordado que «san Pablo exhortó a los cristianos a orar por todos
y, en primer lugar, por los que gobiernan. ¿Lo hacemos, o solo
hablamos?». Aunque resulte difícil, «Dios espera que cuando recemos
también nos acordemos de los que no piensan como nosotros, de los que
nos han dado con la puerta en las narices, de los que nos cuesta
perdonar».
El Santo Padre ha insistido en que «hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible».
Concretamente,
«no se necesitan manifestaciones milagrosas, sino vidas que manifiesten
el milagro del amor de Dios; no el poder, sino la coherencia; no las
palabras, sino la oración; no las declaraciones, sino el servicio; no la
teoría, sino el testimonio».
Según Francisco, para dar ese
testimonio, «no necesitamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar
para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo,
sino la alegría del mundo venidero; ni proyectos pastorales eficientes,
sino pastores que entregan su vida como enamorados de Dios».
En
la ceremonia, el Papa bendijo unas pequeñas estolas de lana blanca con
cruces negras, llamadas palios, que son un símbolo de unidad y serán
entregados a cada uno de los 54 nuevos arzobispos metropolitanos
nombrados este año, incluido el de Toledo, Francisco Cerro.
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