He esperado varios días antes de razonar una opinión sobre la
entrevista de Jordi Évole al papa Francisco; primero para reposar
impresiones, segundo para leer comentarios periodísticos y tercero para
disponer de conclusiones de personas diversas con las que me relaciono.
En primer término hay que señalar que la entrevista tuvo un elevado
seguimiento, 4,5 millones de espectadores mantenidos durante la hora de
duración; no tengo el dato de los picos de audiencia y del acumulado,
pero un 22% de share en una cadena con un 7,5% de media, en hora de
máxima audiencia y competencia, quiere decir que captó el interés de la
gente y que se trata de un “acontecimiento” televisivo.
Pese a ser un acontecimiento los comentarios que ha provocado en los
medios y entre los críticos me parece que han sido escasos y en general,
cautelosos, referidos a algunos aspectos de las palabras del Papa
Francisco sin mucha consideración a los contextos. Desde luego que
algunos de esos comentarios han sido valiosos (por ejemplo el de Boyero)
pero se han centrado más en cómo consiguió Évole la entrevista que en
el propio contenido. Me parece que los medios tradicionales, que se
pretenden de influencia o legacy, han sido rácanos, tibios, ingratos y
recelosos, han minimizado su valor informativo.
Una primera conclusión que les propongo es que el programa me
pareció: “Asombroso”, por lo insólito e inesperado y por su propio
contenido y desarrollo. Asombroso que Évole se planteara hace años
entrevistar al Papa y que se afanara con mucho tesón por lograr la
entrevista. ¡Hurra por él!
Más asombroso es que el Vaticano y el mismo
Papa aceptaran el reto. Hay pocos precedentes, me parece que ninguno, de
entrevistas, con cualquier Papa, semejantes. Los últimos papas han
aceptado entrevistas o conversación con intelectuales creyentes o no
creyentes o con sacerdotes con trayectoria periodística relevante,
siempre para medios con pedigrí; unos dirán que los de siempre y otros
que los de mayor influencia y prestigio. Pero una entrevista tan
abierta, casi sin red, a un programa de televisión con sesgos
trasgresores es, cuando menos, “asombroso”.
Pretender que el Papa incurrió en una frivolidad, en un riesgo no
calculado me parece infundado. Es improbable que el Papa y su entorno no
conocieran los riesgos y no les calcularon. Más bien todo lo contrario,
quisieron asumirlos y jugar en un campo, en principio y apariencia
hostil, para trasladar algunos mensajes de carácter muy general y
profundo dirigidos a la propia curia y gobierno del Vaticano, a sus
hermanos obispos (Francisco insiste en considerarse obispo y pastor), a
la familia sacerdotal, a su grey católica y al público en general,
incluidos dirigentes políticos y sociales y gente llana. Mucha tarea y
demasiada parroquia como para satisfacer a todos, que es una tarea
imposible.
Por eso se explica la perplejidad que ha provocado la entrevista
entre los más afines y la sorpresa entre los nada afines. Los primeros
han tratado de restar importancia; una extravagancia de este Papa
peronista e izquierdoso. Y los segundos han reparado en lo que les
resulta corto e incluso indignante, no entiende la homosexualidad, ni la
sexualidad, ni los derechos de la mujer. En resumen un conservador y
por simplificar un facha que disimula.
El Papa quería hablar de inmigración con un discurso muy claro:
recibir, acoger, integrar… los muros encierran a quien los construyen….
Europa envejece y olvida su historia. Ese parecía ser el pacto para la
entrevista; pero el Papa no rehuyó los otros temas candentes, los que
agobian su pontificado que tienen que ver con el gobierno de la Iglesia
(clave interna), con la diferencia entre dogma y costumbres, con los
debates del siglo y sobre todo con la pederastia, la homosexualidad en
el clero (incluidos obispos y cardenales), el celibato y el papel de la
mujer en la iglesia (igualdad de derechos y deberes).
No entró en todos
ellos, más bien rehuyó algunos de ellos, pero flotan en sus comentarios,
sobre todo cuando se hace una segunda audición de la entrevista y una
lectura de su transcripción que es la que permite entrar en los
detalles.
Porque éste Papa (y los otros) no son de los que hablan a humo de
pajas o hablan por hablar Es cauto y también decidido, audaz. Francisco
sabe que sus colegas cardenales le eligieron para gobernar y para
cambiar. No le escogieron por teólogo, o por piadoso, más bien por
firme, incluso astuto y decidido. Por eso tiene una oposición declarada,
organizada, financiada a la que va desmontando poco a poco, con golpes
certeros que para algunos son demasiado lentos y para otros
inquietantes.
Del discurso de este Papa, no solo por lo dicho en la entrevista, el
que forma parte de su discurso conocido que reitera en el discreto
púlpito de Santa Marta o en el nada discreto pasillo del avión en el que
viaja, cabe destacar un frase central: ¿Quién soy yo para juzgar?. Lo
dijo hace meses en el avión para responder a preguntas sobre
homosexualidad. En esa respuesta hay una convicción sobre el respeto a
los demás, el reconocimiento a la diferencia, que en persona de más de
80 años con una larga vida y experiencias revela reflexión y mente
abierta.
Entre sus respuesta a preguntas no esperadas fue llamativa la
renuncia a entrar en la crisis de Venezuela, endosada a la secretaria de
Estado, a los diplomáticos, decepcionante para muchos, llamativa en
cualquier caso. Respecto a aspectos críticos como el celibato y el papel
de la mujer en el gobierno de la Iglesia el Papa fue ortodoxo, sin
dudas ni fisuras, con más poesía que prosa. Poco reformista. No toca
ahora.
Más interesante fue la reflexión sobre la estrategia del cambio,
porque este Papa ha venido a cambiar, a reformar; para eso le pusieron. Y
su política se centra en los procesos de cambio más que en las
denuncias exhibidas. El Papa sostiene que no le importa lo que digan, que
no ha venido a agradar, ni a ocupar espacio mediático, sino a cumplir
sus objetivos, por otro lado no demasiado explícitos aunque se pueden
intuir.
Finalmente no puedo dar de lado el recado a los periodistas, que no
es nuevo, pero que aterrizó con la precisión de los cuatro riesgos. La
desinformación, la calumnia, la manipulación y la coprofagia. Todos
ellos forman parte del manual deontológico de la profesión, pero a la
hora de aplicarlos e interpretarlos hay tendencias y prácticas
divergentes. El Papa está por el lado estricto.
A algunos les llamó la atención el comentario lábil, casi elemental
sobre el capitalismo como sistema, que luego matizó, pero el discurso de
Francisco en este aspecto discurre por el concepto de Pobreza, por su
preocupación evangélica por los pobres y la desigualdad. El propio
escenario de la entrevista redundaba en ese sentido.
(*) Periodista y politólogo español
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