lunes, 22 de febrero de 2021

Hace 20 años que empezó la transformación de Bergoglio en Francisco


BUENOS AIRES.- Tal día como ayer de hace veinte años, uno de los cuatro obispos auxiliares de la capital argentina, Jorge Mario Bergoglio, que era a su vez obispo de una de esas diócesis mágicas y solo nominales que la Iglesia conservaba desde los tiempos de Hispania, la imaginaria de Oca, fue nombrado por el entonces papa, el muy carismático Juan Pablo II, cardenal. 

Ese cargo le dio en aquel instante ciertas papeletas para convertirse en sucesor del apóstol Pedro, pero muy pocas, pues nunca había llegado al Vaticano un jesuita ni mucho menos un americano y menos aún del América del Sur. 

Sin embargo, tal vez porque los caminos del Señor son inescrutables, como aprendió Bergoglio en sus años de novicio en la Compañía de Jesús, antes incluso de graduarse en Químicas y trabajar como técnico en seguridad alimentaria, la silla era para él, aunque tuviese que esperar veinte años y hasta el papado de un compañero mayor, el alemán Joseph Ratzinger, que en 2013 le dejó el asiento nunca se sabrá si por agotamiento mental o por estrategia global después de algunos de los más sonados escándalos vaticanos de comienzos del siglo XXI.

En cualquier caso, aquel 21 de febrero de 2001 se gestó la transformación de Bergoglio en Francisco, que era el nombre (en honor del santo de Asís) que Jorge Mario había elegido para su papado, que no solo iba a ser conocido por su preferencia por los pobres y el humilde regreso a la figura de Jesús de Nazaret, sino por revolucionar la Iglesia sin renunciar a los principios fundamentales de la institución, o dicho de otro modo, a nadar sobre las aguas de los nuevos tiempos y guardar los ropajes pontificales. 

Porque nadie como el papa Francisco ha sido capaz de convencer dentro y fuera de la Iglesia, de atraer por igual a cristianos defraudados con los tejemanejes del alto clero y a ateos radicales que reconocen en él a una necesaria voz conciliadora en los complicadísimos tiempos que corren, ni de hablar de tú a tú con todas las otras opciones religiosas pensando más en las cosas de este mundo que del otro.

No en vano, ha sido el primer papa capaz de reivindicar el necesario papel de la mujer dentro la Iglesia, o de decirle a un transexual (el español Diego Neria Lejárraga) que Dios lo quiere como a todos sus hijos, “estén como estén”. 

“Tú eres hijo de Dios y por eso la Iglesia te quiere y te acepta como eres”, le dijo a él y a su novia, Macarena, antes de citarlos en un encuentro privado en el Vaticano. Y ello sin que su Santa Sede haya planteado un cambio frente a las parejas homosexuales, a quienes no se les reconoce el matrimonio, aunque sí la unión civil que no depende de Roma. 

Nada más ser elegido papa, en un vuelo de regreso de Brasil, lo entrevistaron sobre la cuestión y dijo: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. Solo el papa Francisco ha sido capaz de seguir condenando los anticonceptivos y, al mismo tiempo, afirmar que “algunos creen que para ser bueno y católico tenemos que ser como conejos”.

Su diplomacia, su mundología y su amor por un deporte tan popular como el fútbol le vienen desde sus épocas, en plural, de profesor de Literatura y Psicología (dos disciplinas imprescindibles para un papa) en la escuela Inmaculada Concepción de Santa Fe, a mediados de los 60, desde donde medró hasta convertirse, siendo solo un treintañero, en superior provincial de los jesuitas argentinos. 

Con 44 años, era ya rector del Colegio Máximo y de la Facultad de Filosofía y Teología del Partido de San Miguel. Y tantos años después, ser papa no le impidió cambiar el Palacio Apostólico Vaticano que habían usado todos antecesores desde 1903 por la Casa de Santa Marta, desde donde lleva casi ocho años empeñado en reformar la administración, las finanzas, los tribunales eclesiásticos y aspectos más delicados como la lucha contra la pedofilia, los abusos y la protección de menores y migrantes. 

La revista Rolling Stone le dedicó su portada en 2013. Y puede que le ocurra como a Obama en la Casa Blanca, que no cambie ni la cuarta parte de lo que intenta, pero la intención cuenta, y mucho.

Siempre con los pobres

Su trabajo al servicio de los pobres en Argentina, reconocido incluso por la ONU, se le ha alargado como una eterna sombra ocupe el cargo que ocupe. “No podemos consentir que el Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”, ha dicho para vergüenza internacional. “Al mundo de hoy le falta llorar”, dijo, y añadió: “Lloran los marginados, los que son dejados de lado, los desesperados. Pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar”. 

En su discurso contra la pobreza, hay chispazos de alta filosofía: “A nivel global”, ha sostenido, “vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. No hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención”. 

Francisco no es solo un papa, sino una máquina de producir titulares: “Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres”, dijo con pesar en una entrevista para un periódico italiano, país desde el que sus padres tuvieron que huir por el avance fascista poco después de nacer él, en aquel diciembre de 1936 en el que los fascistas españoles, por cierto, ya sabían que ganarían una guerra cruelmente alargada. “Para conseguir la paz se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra”, diría él tantos años después.

En su labor conciliadora después de siglos de separación entre ciencia y fe, solo Francisco ha sentenciado claramente que “el don de la ciencia ayuda a percibir la grandeza de Dios”. En este sentido, ha recordado que incluso la teoría del Big Bang se inspira en las ideas del sacerdote católico Georges Lemaître y que “la teoría de la evolución y el Big Bang son completamente posibles como medios de los que se ha valido Dios”. 

“La evolución y Dios no son excluyentes, todo lo contrario, van de la mano”.

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