miércoles, 20 de febrero de 2019

Víctimas de curas pederastas unen sus voces para exigir justicia


CIUDAD DEL VATICANO.- "Tuve que convertirme en adulto a los 13 años", cuenta Marek, que fue agredido sexualmente por un cura en Polonia cuando era un niño. Después de una larga batalla judicial, su agresor fue "suspendido" durante tres años y condenado a "presentarle disculpas", algo que nunca hizo.

En junio pasado, junto a otras víctimas, Marek lanzó la organización "Ending Clerical Abuse" (ECA "Para poner fin a los abusos del clérigo"), una iniciativa pionera a nivel mundial que reúne a víctimas de 21 países y varios continentes.
Entre ellas, Jacques, que fue víctima de un cura en Suiza a los 14 años y luchó sin descanso para que la Iglesia católica reconociera la gravedad del abuso que sufrió.
También José Andrés Murillo que ayudó a denunciar a un influyente sacerdote que abusó de él, un escándalo que hizo temblar a toda la Iglesia chilena.
La vida de estos tres hombres cambió para siempre tras los abusos que sufrieron, pero tuvieron que esperar años para obtener 'trozos' de justicia, algo insoportable que los empujó a militar contra los abusos sexuales en la Iglesia en sus países y a crear ECA.
"Es un movimiento histórico (...) para hablar con una sola voz", dijo Peter Saunders, de 61 años, también agredido sexualmente a los 12 por dos curas jesuitas y que se ha convertido en una figura de la causa en Reino Unido.
"Durante años, la Iglesia católica se ha resistido a cualquier cambio, pero ha comenzado a ceder frente a la presión de las víctimas, los medios y la opinión pública", comentó este cofundador de ECA, cuyo hermano, quien murió a los 55 años tras caer en las drogas y el alcohol, fue víctima también de estos mismos curas.
Del 20 al 24 de febrero, esta organización celebrará en Roma una "contracumbre" después de que el papa Francisco convocara en el Vaticano a los presidentes de todas las Conferencias Episcopales para una cumbre, muy esperada en el mundo entero, sobre los abusos contra menores en la Iglesia.
Después de un 2018 marcado por revelaciones de agresiones sexuales en la Iglesia, el papa hizo varias declaraciones fuertes. Pero el combate de las víctimas contra el silencio, favorecido por siglos de autoridad moral de esta institución, sigue siendo muy complejo, denuncian las víctimas.
"O me suicidaba o lo denunciaba", cuenta Jacques, ahora de 70 años, que fue abusado sexualmente entre los 14 y 20 años. "Fue una larga lucha", añade este suizo que en 2009 terminó por salir del silencio para obtener "justicia".
Tuvieron que pasar cinco años para que los responsables de la congregación de su agresor "entendieran la gravedad" de su acto, y "reconocieran la responsabilidad moral de la institución". La curia tenía conocimiento de la inclinación pederasta del cura, incluso antes de su ordenación, afirma.
Desde Polonia, Marek Lisinski, cuenta que siempre "soñó" con crear una organización para "demostrar a las víctimas que no están solas".
Gracias a su combate, el vicario que abusó de él fue declarado culpable, pero la sanción pronunciada fue insuficiente en comparación a su vida, que fue "destruida".
Marek sufrió depresión, cayó en el alcoholismo, vivió un divorcio y tres tentativas de suicidio. Su agresor fue suspendido de su cargo tres años por un tribunal eclesiástico y se le ordenó presentar disculpas. Pero no dictó ninguna indemnización.
La fundación que creó en 2013 ha recibido unas 700 denuncias de víctimas de curas. "No pasa un día sin que una nueva víctima nos contacte, el más pequeño tiene 11 años", señala.
En Polonia, "la Iglesia ignora a las víctimas, no hace más que mover de una parroquia a otra a los autores de abusos", lamenta. 
"Oficialmente pide perdón (...) pero como institución, nunca ha reconocido su responsabilidad".
Para el chileno José Andrés Murillo, de 43 años, que en su país dirige la Fundación para la Confianza, dedicada a ayudar a víctimas de abusos, "es necesario que la justicia contemple un castigo o una sanción real, no sólo contra quienes cometieron el abuso sino también contra los que lo encubrieron".
Murillo ayudó a denunciar al influyente sacerdote católico Fernando Karadima, condenado en 2011 por el Vaticano como culpable de abusos sexuales a menores, provocando una revolución en la Iglesia local.
"Nuestra lucha es contra el abuso en la Iglesia y no contra la Iglesia. Para muchas personas la fe ha sido un factor de resiliencia para superar situaciones traumáticas, no sólo del abuso sexual, sino otras. Y la Iglesia no tiene derecho a transformar la fe en un espacio traumático, sino que tiene el deber de garantizarlo como un espacio de sanación y desarrollo", estima Murillo.

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