Después de largas
discusiones, fueron aprobados por el Concilio Vaticano I el dogma del
primado del Papa sobre la Iglesia universal y el de la infalibilidad del
magisterio pontificio cuando se pronuncia "ex cathedra". ¿Qué y cuáles
son estos dogmas de la Iglesia?
Hace ciento cincuenta años, el 18 de julio de 1870, se promulgó la Constitución "Pastor Aeternus" que definía los dos dogmas, del primado del Papa y la infalibilidad papal.
Largas y agitadas discusiones
La Constitución Dogmática fue aprobada por unanimidad por los 535
Padres Conciliares presentes "después de largas, intensas y agitadas
discusiones", como dijo Pablo VI durante una audiencia general,
describiendo ese día como "una página dramática en la vida de la
Iglesia, pero no por esto menos clara y definitiva" (Audiencia general del 10 de diciembre de 1969).
Ochenta y tres fueron los Padres Conciliares que no participaron en la
votación. La aprobación del texto llegó el último día del Concilio
Vaticano I, suspendido tras la guerra franco-prusiana iniciada el 19 de
julio de 1870 y prolongado "sine die" tras la toma de Roma por
las tropas italianas el 20 de septiembre de ese mismo año, que de hecho
decretó el fin del Estado Pontificio. La Constitución refleja una
posición intermedia entre las diversas reflexiones de los participantes,
excluyendo, por ejemplo, que la definición de infalibilidad se extienda
en su totalidad a las Encíclicas u otros documentos doctrinales. Los
contrastes que surgieron en el Concilio fueron seguidos por el cisma de
los vetero-católicos que no querían aceptar el dogma del Magisterio
infalible del Papa.
El dogma sobre la racionalidad y la sobrenaturalidad de la fe
Los dos dogmas fueron proclamados después del de la racionalidad y
sobrenaturalidad de la fe, contenido en la otra Constitución Dogmática
del Concilio Vaticano I "Dei Filius"
del 24 de abril de 1870. El texto afirma que "Dios, principio y fin de
todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la
razón humana a través de las cosas creadas; de hecho, las cosas
invisibles de Él son conocidas por la inteligencia de la criatura humana
a través de las cosas que fueron hechas (Rom 1,20)". Este dogma –
explicó Pablo VI en la audiencia de 1969 – reconoce que "la razón, con
su propia fuerza, puede alcanzar el conocimiento cierto del Creador a
través de las criaturas. La Iglesia defiende así, en el siglo del
racionalismo, el valor de la razón", argumentando por un lado "la
superioridad de la revelación y de la fe sobre la razón y sus
capacidades", pero declarando, por otro lado, que "no puede haber
contraste entre la verdad de la fe y la verdad de la razón, siendo Dios
la fuente de ambas".
El dogma del primado
En "Pastor Aeternus",
Pío IX, antes de la proclamación del dogma sobre el primado, recuerda
la oración de Jesús al Padre para que sus discípulos sean "una cosa
sola": Pedro y sus sucesores son "el principio intemporal y el
fundamento visible" de la unidad de la Iglesia. Por lo tanto, afirma
solemnemente: "Proclamamos, pues y afirmamos, basándonos en los
testimonios del Evangelio, que el primado de la jurisdicción sobre toda
la Iglesia de Dios ha sido prometido y conferido al bienaventurado
Apóstol Pedro por Cristo el Señor de manera inmediata y directa (...) Lo
que el Príncipe de los pastores, y gran pastor de todas las ovejas, el
Señor Jesucristo, instituyó en el bienaventurado Apóstol Pedro para
hacer continua y perenne la salvación y el bien de la Iglesia, es
necesario, por voluntad de quien lo instituyó, que perdure para siempre
en la Iglesia, la cual es fundada sobre piedra, permanecerá firme hasta
el fin de los siglos (...) De ello se desprende que quien suceda a Pedro
en esta cátedra, en virtud de la institución del propio Cristo, obtiene
el primado de Pedro sobre toda la Iglesia (...) todos los pastores y
fieles, de cualquier rito y dignidad, están vinculados a él por la
obligación de la subordinación jerárquica y la verdadera obediencia, no
sólo en las cosas que pertenecen a la fe y a las costumbres, sino
también en las relativas a la disciplina y al gobierno de la Iglesia, en
todo el mundo. De esta manera, habiendo salvaguardado la unidad de la
comunión y la profesión de la misma fe con el Romano Pontífice, la
Iglesia de Cristo será un solo rebaño bajo un solo pastor supremo. Esta
es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede apartarse
sin perder la fe y peligro de salvación".
El Magisterio infalible del Papa
En el primado del Papa – escribe Pío IX – "se contiene también la
suprema potestad de magisterio", conferida a Pedro y a sus sucesores
"para la salvación de todos", como "confirma la constante tradición de
la Iglesia (...) Pero como es precisamente en este momento, en el que se
siente particularmente la necesidad de la sana presencia del ministerio
apostólico, en el que son muchos los que se oponen a su poder, creemos
verdaderamente necesario proclamar de manera solemne la prerrogativa que
el Hijo unigénito de Dios se ha dignado vincular al supremo oficio
pastoral. Por lo tanto, nosotros, manteniéndonos fieles a la tradición
recibida desde los comienzos de la fe cristiana, para la gloria de Dios
nuestro Salvador, para la exaltación de la religión católica y para la
salvación de los pueblos cristianos, con la aprobación del sagrado
Concilio proclamamos y definimos el dogma revelado por Dios que el
Romano Pontífice, al hablar ex cathedra, es decir, cuando ejerce
su supremo oficio de Pastor y Doctor de todos los cristianos, y en
virtud de su supremo poder apostólico define una doctrina sobre la fe y
las costumbres, vincula a toda la Iglesia, por la divina asistencia que
se le promete en la persona del Beato Pedro, goza de esa infalibilidad
con la que el divino Redentor quiso acompañar a su Iglesia en la
definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres: por lo tanto,
tales definiciones del Romano Pontífice son inmutables en sí mismas, y
no por el consentimiento de la Iglesia".
Cuando se da la infalibilidad
Juan Pablo II explicó el significado y los límites de la infalibilidad en la audiencia general del 24 de marzo de 1993: "La infalibilidad – afirmó – no se da al Romano Pontífice como a una persona privada, sino en la medida en que cumple el oficio de pastor y maestro de todos los cristianos.
Tampoco la ejerce como si tuviera autoridad en sí mismo y por sí mismo,
sino "por su suprema autoridad apostólica" y "por la divina asistencia
que se le prometió en el Beato Pedro". Finalmente, no la posee como si
pudiera disponer de ella o contar con ella en cualquier circunstancia,
sino sólo "cuando habla desde la cátedra", y sólo en un campo doctrinal
limitado a las verdades de la fe y de la moral y a las que están
estrechamente relacionadas con ellas (...) el Papa debe actuar como
"pastor y doctor de todos los cristianos", pronunciándose sobre las
verdades relativas a "la fe y la moral", en términos que expresen
claramente su intención de definir una determinada verdad y de exigir la
adhesión definitiva de todos los cristianos. Esto es lo que ocurrió –
por ejemplo – en la definición de la Inmaculada Concepción de María,
sobre la cual Pío IX afirmó: "Es una doctrina revelada por Dios y por
esta razón debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles";
o también en la definición de la Asunción de María Santísima, cuando
Pío XII dijo: "Por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los
Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y por nuestra autoridad,
declaramos y definimos como dogma divinamente revelado... etc.". En
estas condiciones se puede hablar de un magisterio papal extraordinario,
cuyas definiciones son irreformables "por si mismas, no por el
consentimiento de la Iglesia" (...) Los Sumos Pontífices pueden ejercer
esta forma de magisterio. Y esto, de hecho, ha sucedido. Sin embargo,
muchos Papas no lo han ejercido".
¿Qué es un dogma?
Los dogmas son verdades de fe que la Iglesia enseña como reveladas por Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
74-95). Son puntos fijos de nuestra creencia. Los principales son
estos: Dios es uno y trino; el Padre es el creador de todas las cosas;
Jesús, el Hijo, es verdadero Dios y verdadero hombre, encarnado, muerto y
resucitado por nuestra salvación; el Espíritu Santo es Dios; la Iglesia
es una, así como uno es el Bautismo. Y además: el perdón de los
pecados, la resurrección de los muertos, la existencia del Paraíso, el
Infierno y el Purgatorio, la transubstanciación, la maternidad divina de
María, su virginidad, su Inmaculada concepción y su Asunción. Todas
estas verdades no son abstractas y frías, sino que deben ser
comprendidas en la gran verdad de Dios que es el amor y quiere compartir
la vida divina con sus criaturas. Jesús revela los más grandes
mandamientos: el amor a Dios y al prójimo (Mt 22, 36-40). Al final de la
vida seremos juzgados por el amor.
Dogmas y desarrollo de la doctrina
Un dogma, entonces, es un punto fijo para la vida de la fe. Está
definido por el Magisterio de la Iglesia que lo reconoce en la Sagrada
Escritura como revelado por Dios y en estrecha relación con la
Tradición. La tradición, sin embargo, no es algo inmóvil y estático,
sino que – como dice Juan Pablo II (Carta Apostólica Ecclesia Dei)
en línea con el último Concilio – está viva y es dinámica a medida que
crece la inteligencia de la fe. Los dogmas no cambian, pero gracias al
Espíritu Santo entendemos cada vez más la amplitud y profundidad de las
verdades de la fe. Así, el Papa Wojtyla puede afirmar "que el ejercicio
del Magisterio concreta y manifiesta la contribución del Romano
Pontífice al desarrollo de la doctrina de la Iglesia" (Audiencia
General, 24 de marzo de 1993).
Primado, colegialidad, ecumenismo
Pablo VI, en la audiencia de 1969,
reafirmó la actualidad del Concilio Vaticano I y la conexión con el
siguiente Concilio: "Los dos Concilios Vaticanos, el primero y el
segundo, son complementarios" aunque difieran mucho "por muchas
razones". Así, la atención a las prerrogativas del Pontífice en el
Vaticano I se extiende en el Vaticano II a todo el Pueblo de Dios con
los conceptos de "colegialidad" y "comunión", mientras que la atención a
la unidad de la Iglesia que tiene en Pedro el punto de referencia
visible se desarrolla en un fuerte compromiso con el diálogo ecuménico.
Tanto es así que Juan Pablo II en "Ut unum sint"
puede lanzar un llamamiento a las comunidades cristianas para que
encuentren una forma de ejercicio del primado que, "sin renunciar en
modo alguno a lo esencial de su misión, se abra a una nueva situación",
como "un servicio de amor reconocido por unos y otros" (Ut unum sint, 95). Y el Papa Francisco en Evangelii gaudium
habla de una "conversión del papado". "El Concilio Vaticano II –
observa – ha afirmado que, de manera similar a las antiguas Iglesias
patriarcales, las Conferencias Episcopales pueden "aportar una múltiple y
fructífera contribución, para que el sentido de la colegialidad se
realice concretamente" (Lumen Gentium,
23). Pero esta esperanza no se ha realizado plenamente, porque un
estatuto para las Conferencias Episcopales que las conciba como sujetos
de atribuciones concretas, incluyendo alguna autoridad doctrinal
auténtica, no ha sido aun suficientemente explícito. Una excesiva
centralización, en lugar de ayudar, complica la vida de la Iglesia y su
dinámica misionera" (Evangelii gaudium, 32). Y hay que recordar
que, según el Concilio Vaticano II, "la infalibilidad prometida a la
Iglesia reside también en el cuerpo episcopal cuando ejerce el
magisterio supremo con el sucesor de Pedro" (Lumen Gentium, 25).
Amar al Papa y a la Iglesia es construir sobre Cristo
Más allá de los dogmas, Pío X recordó, en una audiencia en 1912,
la necesidad de amar al Papa y obedecerle y dijo que se sentía apenado
cuando esto no sucedía. Don Bosco exhortó a sus colaboradores y a sus
muchachos a guardar en sus corazones los "tres amores blancos": la
Eucaristía, la Virgen y el Papa. Y Benedicto XVI, el 27 de mayo de 2006,
hablando en Cracovia con los jóvenes que habían crecido con Juan Pablo
II, explicó con palabras sencillas lo que afirman esas verdades de fe
proclamadas en 1870: "¡No tengan miedo de construir su vida en la
Iglesia y con la Iglesia! Estén orgullosos del amor a Pedro y a la
Iglesia que se les ha confiado. ¡No se dejen engañar por los que quieren
poner a Cristo contra la Iglesia! Sólo hay una roca en la que vale la
pena construir la casa. Esta roca es Cristo. Sólo hay una roca sobre la
que vale la pena descansar. Esta roca es la que Cristo dijo: "Tú eres
Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia" (Mt 16:18). Ustedes,
jóvenes, han conocido bien al Pedro de nuestros tiempos. Por lo tanto,
no olviden que ni ese Pedro que está mirando nuestro encuentro desde la
ventana de Dios Padre, ni este Pedro que ahora está delante de ustedes,
ni ningún otro Pedro posterior estará nunca contra ustedes, ni contra la
construcción de un hogar duradero en la roca. Al contrario,
comprometerá su corazón y sus manos para ayudaros a construir la vida en
Cristo y con Cristo".
(*) Portavoz de la Sala de Prensa Vaticana
No hay comentarios:
Publicar un comentario