ROMA.- Por primera vez en varios meses, el Papa dejó el Vaticano ayer sábado por la tarde para pasear por una calle del centro de Roma y encontrarse con Edith Bruck, una escritora hebrea de origen húngaro que ha pasado dos tercios de su vida en Italia. Francisco había leído su entrevista en L'Osservatore Romano, en la que relataba el horror vivido por ella y su familia durante la persecución nazi, y se sintió muy conmovido. Pidió reunirse con ella y fue a su casa romana para visitarla.
"He venido aquí, a su casa, para agradecerle su testimonio y rendir homenaje al pueblo martirizado por la locura del populismo nazi", dijo el Papa tras el encuentro. Repito con sinceridad las palabras que pronuncié desde el fondo de mi corazón en Yad Vashem, y que repito ante cada persona que, como ella, ha sufrido tanto por ello: "Perdóname, Señor, en nombre de la humanidad".
El encuentro contó con la presencia del director de L'Osservatore Romano, Andrea Monda, que el pasado 26 de enero había publicado una emotiva entrevista con la escritora, realizada por Francesca Romana de' Angelis.
Edith Bruck dedicó su vida a dar testimonio de lo que vio. La última voz recogió en el campo de concentración de Bergen-Belsen fue de dos desconocidos, quienes le pidieron que lo hiciera: "Cuéntalo, no te creerán, pero si sobrevives, cuéntalo, incluso por nosotros". Y cumplió su promesa. Lo que llama la atención, al leer los episodios descritos en la entrevista, es la mirada de esperanza que Edith consigue transmitir.
Incluso cuando relata los momentos más oscuros, el abismo de horror en el que ella, de niña, se vio sumida, perdiendo a gran parte de su familia, no deja de fijar su mirada en algo bello y bueno, en algún atisbo de humanidad que le permitió seguir viviendo y esperando.
Así, al describir la vida en el gueto después de haber sido arrancada junto con sus padres y hermanos de la casa del pueblo rural donde vivía, cuenta que un hombre no hebreo regaló una carreta de víveres para ayudar a los perseguidos. Mientras cuenta su época de trabajo en Dachau cavando trincheras, recuerda que un soldado alemán le tiró su cazo para lavar, "pero en el fondo había dejado un poco de mermelada para mí".
Y mientras describía su trabajo en las cocinas para los oficiales, apareció la figura de la cocinera, que le preguntó cómo se llamaba y al oír la respuesta de Edith, con voz temblorosa, le contestó: "Tengo una niña de tu edad".
Al decir esto, "sacó un peine de su bolsillo y mirando
mi cabeza con el pelo recién crecido me lo dio. Fue la sensación de
encontrar un ser humano frente a mí después de tanto tiempo. Me conmovió
ese gesto que era vida y esperanza". Unos pocos gestos bastan para
salvar el mundo, concluye Edith Bruck, que ha recibido en su casa al
Obispo de Roma que ha venido a conocerla.
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