CIUDAD DEL VATICANO.- En una carta, el cardenal Mauro Piacenza, penitenciario mayor del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica, se dirige a los fieles para explicarles el sentido profundo de los gestos que la Iglesia les invita a practicar durante el tiempo fuerte de la Cuaresma. Un tiempo de penitencia -escribe- pero también un tiempo para participar en la victoria definitiva de Cristo sobre el mal, que es lo único que puede traer alegría y salvación a la humanidad de hoy, probada por la pandemia.
Cuaresma y pandemia: dos tiempos (uno que marca el calendario litúrgico y la vida de la Iglesia, otro que afecta hoy a la vida de toda la humanidad), que tienen en común algunas palabras que parecían anticuadas, al menos en Occidente.
A partir de esta observación, el cardenal penitenciario mayor, Mauro Piacenza, inicia su reflexión propuesta a los fieles en una carta difundida hoy. En estos momentos, dice el texto, "se pide a los ciudadanos de todo el mundo que renuncien, al menos en parte, al ejercicio de la libertad personal, que sacrifiquen su propio «estilo de vida» adoptando las precauciones higiénicas y sanitarias necesarias, que obedezcan las indicaciones de la autoridad constituida, incluso cuando impiden la asistencia, si no el último adiós, a un familiar hospitalizado".
Restricciones y penitencias en espera de un futuro positivo
Para animar a los ciudadanos a esta voluntad antes impensable, los medios de comunicación -observa el cardenal Piacenza- transmiten tres mensajes: la denuncia de "un peligro inminente ante el que cada uno es responsable de sí mismo y de los demás"; el anuncio de "un horizonte de futuro, sustancialmente positivo" y la seguridad de que "la espera y el sacrificio requeridos tienen un final fijado".
El cardenal señala que, al menos en parte, éstas han sido siempre las coordenadas de la penitencia cristiana en el periodo cuaresmal. Y explica que, de hecho, en la Colecta del Miércoles de Ceniza pedimos a Dios que inicie con el ayuno y la penitencia un camino de conversión que nos permita la victoria sobre "el espíritu del mal", el enemigo que acecha. Pero inmediatamente "se nos revela un horizonte positivo, que es la victoria ganada por la Cruz de Cristo" en la que todos están llamados a participar. Finalmente, se pone fin a la batalla, "representada por el 'número sagrado' de cuarenta días, tiempo de verdadera conversión y salvación".
La victoria de Cristo: la salvación del alma y del cuerpo
En la carta, el penitenciario mayor subraya que el mal del que se habla en este caso y la victoria sobre él tienen "una importancia incomparable para la vida del hombre, porque no sólo se refieren al bien temporal de la salud corporal, sino al bien mucho más radical de la salvación eterna del alma y del cuerpo".
El cardenal Piacenza continúa escribiendo que precisamente por eso la Cuaresma comienza con la imposición de la ceniza y la fórmula penitencial "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás", que nos recuerda que somos criaturas dependientes en todo su ser de Dios, y cuya vida, humanamente destinada a terminar, "tiene en el gran Cielo de Dios, y no en las cosas de la tierra, su pleno sentido y su fin último".
A continuación, el cardenal hace aclaraciones sobre la penitencia entendida en sentido cristiano: En ella -escribe el purpurado- se encierra "una profundísima alegría y un sentido de justicia irreductible, que hay que redescubrir", no es, solo un intento de obtener de Dios lo que no se puede conseguir con las propias fuerzas, sino la expresión de una voluntad "de responder con todo el ser a ese Amor, todo divino y todo humano, que en Cristo tomó sobre sí el mal del mundo y, con su propia cruz y resurrección, renovó el universo destrozado por el pecado".
La penitencia cristiana es, pues -continúa- una virtud dada por el Espíritu, por la que el hombre entrega su propia vida al Señor, aceptando sufrir con Él y participando así en la Vida nueva de Cristo que, sometiéndose a la Cruz, "se sentó a la derecha del trono de Dios".
La verdadera penitencia cristiana transfigura la emergencia actual
De la presencia viva del Redentor "centro del cosmos y de la historia" toman forma -afirma el cardenal Piacenza- aquellas atenciones que pertenecen a la tradición litúrgica y espiritual de la Iglesia y de las que ofrece la lista: "la recta consideración de uno mismo en el examen de conciencia; la conversión de la relación con Dios, con uno mismo y con los hermanos a través de las prácticas de la oración, el ayuno y la limosna; el recuerdo diario de Cristo presente a través de la ofrenda de los "fioretti cuaresmales"; el recuerdo de su Pasión redentora en la piadosa práctica del Vía Crucis; el rezo de los salmos penitenciales; las letanías de los santos, que son la verdadera gran "mayoría" en el mundo de Dios; las rogativos, nunca abolidos y tan urgentes en la actualidad; la contemplación amorosa de Cristo, Crucificado y Resucitado, en la celebración y adoración de la Eucaristía; la oración, confiada y sentida, a la Santísima Virgen María de los Dolores (...) participando ya plenamente en la gloria de la Resurrección". Y es a ella a quien se dirige el Cardenal en la conclusión de la carta, para que nos ayude a madurar la verdadera penitencia cristiana "que es la única capaz de acoger y ver transfigurada en ocasión de salvación la actual emergencia pandémica", devolviendo a los corazones la alegría y la libertad.
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