CIUDAD DEL VATICANO.- En el Evangelio (Mc 1,29-39) de este domingo 7 de febrero, Jesús se encuentra con personas limitadas en su actividad y libertad. El relato muestra que en la “casa de Pedro” también hay dolor, lo cual es comunicado a Jesús “inmediatamente”.
El Evangelio de este Domingo presenta a Jesús que sale de
la Sinagoga y se dirige a la casa de Simón y Andrés. La "casa", retoma
un significado especial porque es probable que haga alusión al lugar de
encuentro de la comunidad, en la cual Jesús sigue actuando, sanando a la
suegra de Pedro y acercándose al necesitado.
Es necesario
hacer énfasis en el cambio de lugar porque, en esta época, los enfermos,
los paganos, las mujeres, eran los marginados de la época y, en
ocasiones, no sabían a quién acudir. Es más, la religión los consideraba
impuros y por ello no podían ingresar al Templo.
Para Jesús esto no es un problema, porque si no pueden ingresar al Templo, Él va a buscarlos. Por eso sale a las calles, va a las casas, recorre toda Galilea para aproximarse a la gente.
El Evangelio confirma que Jesús y sus discípulos han tenido un éxito rotundo a nivel misionero. ¡Qué más se puede pedir! ¡Jesús y sus discípulos son famosos! La lógica de la retribución dicta que ahora tienen que quedarse para ser alabados y recibir muestras de gratitud.
Pero nuestro Maestro tiene otra forma de proceder. Jesús sale temprano
y, en solitario, se pone a orar. Ese momento de comunicación con su
Padre parece ser la mejor forma de encontrar sentido a lo vivido durante
el día.
Por eso la Iglesia no puede encerrarse en ella misma
alejando a la gente. Jesús nos enseña a orar en todo momento y a
ponernos en camino, reconciliando y sanando, proclamando la Buena Nueva a
todos los pueblos.
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