jueves, 19 de abril de 2018

Ehsan Ullah Khan, el musulmán que ha liberado a un millón de cristianos esclavos


MADRID.- El pakistaní Ehsan Ullah Khan lleva 50 años liberando esclavos. «Puede que un millón», dice. Pero una de sus principales cartas de presentación es haber sido amigo, más bien un padre, para Iqbal Masih, según publica hoy Abc.

Este niño cristiano escapó del taller de alfombras en el que trabajaba desde los 4 años como pago por una deuda imposible que su familia no tuvo otro medio de zanjar. Iqbal se convirtió en un símbolo mundial contra la esclavitud infantil. El mito no murió, sino que se hizo todavía más fuerte con su asesinato, en 1995. Cada 16 de abril se conmemora en nombre de Iqbal el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil. Según la Organización Internacional del Trabajo, la explotación laboral afecta hoy a 152 millones de menores en el mundo.
Desde Suecia, donde vive exiliado desde hace 22 años, Ehsan Ullah Khan continúa la lucha del Frente de Liberación del Trabajo Forzado Global, denunciando la existencia de trabajos forzosos en China, Bangladés o Pakistán, y ofreciendo una educación a los menores que logra liberar. De la mano de Solidaridad y Autogestión Internacionalista (SAIn), recorre hasta el 10 de mayo varias ciudades españolas para alertar sobre la complicidad de varias multinacionales europeas, entre ellas –asegura en una entrevista con Alfa y Omega– las principales compañías textiles españolas.
En 1967, aún con sus estudios de Periodismo sin terminar, se encontró en Lahore a un anciano, un católico, al que se ofreció a ayudar a cruzar la calle. El hombre hablaba un dialecto extraño para él, pero le entendió que lo que deseaba era morir. Con lágrimas en los ojos, logró hacerle entender que el dueño de su fábrica de ladrillos se disponía a vender a sus dos hijas adolescentes, a las que violaba continuamente.
Ehsan se topó con un oscuro mundo del que hasta entonces no había sospechado siquiera su existencia. En la comisaría le ignoraron, así que se presentó ante la comandancia con otros 100 compañeros de estudios, amenazando con organizar un escándalo mediático si la Policía no intervenía.
La noticia de la liberación de las chicas se expandió como la pólvora. Dos días después, unas 60 personas desarrapadas y con rostro triste se presentaron en su universidad para buscarlo. Así nació el del Frente de Liberación del Trabajo Forzado.
Pronto averiguó que se enfrentaba a enemigos muy poderosos con vínculos en las principales instituciones del país. Sus efectivos, una tropa de harapientos iletrados, en su mayoría cristianos. «No se les permitía ir a la Iglesia, no tenían ningún derecho, ni siquiera el de ver a sus mujeres y a sus hijos. 
La sociedad los consideraba ladrones, personas despreciables». Todavía hoy les siguen llamando shura (mierda), porque uno de los trabajos a los que se relega es limpiar letrinas. Ese es también el nombre con el que muchos en Pakistán se refieren a Ehsan, estigmatizado por su amistad con los cristianos.
Hubo también muchos musulmanes que se pusieron de su parte. Comenzando por sus padres, su principal sostén económico durante la primera etapa de su lucha, hasta que su histórica victoria en el Tribunal Supremo –que en 1988 prohibió el pesghi o la servidumbre por deudas– le proporcionó notoriedad internacional y pudo obtener apoyos hasta entonces impensables. 
«Mi madre –recuerda Ullah Khan– solía hacer comida para las personas, casi todas cristianas, que venían a verme de noche, porque estaban demasiado asustadas para hacerlo de día. Mis padres eran buenos musulmanes, pero me decían que la humanidad es lo primero».
Gracias a aquellos cristianos que no sabían leer ni escribir, Ehsan conoció la Biblia. Un hombre le contó la historia de cómo Moisés liberó a los esclavos en Egipto, transmitida en su familia de generación en generación. Recurrió a un pastor cristiano, «no muy instruido», que no supo darle una explicación, hasta que por fin se hizo con una Biblia. «La habré leído unas 100 veces, más que el propio Corán», dice. 
El libro del Éxodo fue, en particular, una gran inspiración para él. «Me sorprendió que, aunque hubieran pasado mil años, la situación de explotación y esclavitud era la misma». Y además sus harapientos «se convirtieron en poetas, empezaron a hacer sus propios himnos, inspirados en la Biblia».
Todos esos éxitos le obligaron a pagar un duro precio personal «porque estaba cuestionando un modelo económico esclavista». Le encarcelaron doce veces y sufrió torturas en prisión. En la calle ha estado varias veces a punto de morir asesinado. Hasta que llegó el exilio, mientras se encontraba en Ginebra hablando del crimen perpetrado contra Iqbal Masih pocos días antes.
En Europa, encontró al principio «gente muy buena y muy sensible» a su causa, «pero cuando empecé a abrir más los ojos, descubrí que los europeos no están dispuestos a parar lo que están haciendo sus empresas», las que alimentan la cadena criminal de la explotación laboral en los países del sur.
De quien, en cambio, espera mucho es del Papa Francisco. «Está mostrando realmente aspectos de la Biblia que estaban ocultos a la gente y que ya era hora de exponer», dice. «La esclavitud infantil es uno de ellos».

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