CIUDAD DEL VATICANO.- La solución a las divisiones no es oponerse a alguien, porque la discordia genera otra discordia. El verdadero remedio empieza por pedir a Dios la paz, la reconciliación, la unidad. Lo dijo el Papa Francisco, reflexionando en la Audiencia General, sobre la Unidad de los cristianos. El Señor pidió la unidad entre nosotros «para que el mundo crea», recordó el Papa, y, el mundo, "no creerá porque lo convenzamos con buenos argumentos, sino si testimoniamos el amor que nos une y nos hace cercanos".
Dios nos ha dado “instrumentos”: la oración y el amor, para “hacer crecer la unidad”. Mientras el diablo nos tienta con las “debilidades de nuestros hermanos”, engrandeciendo los errores y los defectos de los otros, “el Espíritu Santo nos inspira a la unidad”. El Papa Francisco, que en este miércoles 20 de enero dedicó su catequesis a la oración por la unidad de los cristianos, nos recuerda que la raíz de la comunión con Dios “es el amor de Cristo”, que nos hace superar los prejuicios para ver en el otro a un hermano y a una hermana al que amar siempre.
La oración de Jesús, tras la última Cena, dijo el Papa, se puede decir que es “su testamento espiritual”: rezó para «para que todos sean uno» (Jn 17,21). Sin embargo, - continuó - notamos que el Señor no ha ordenado a los discípulos la unidad. Ni siquiera les dio un discurso para motivar su necesidad. Ha rezado al Padre por nosotros, para que seamos una sola cosa.
Esto significa, explicó Francisco, “que no bastamos solo nosotros, con nuestras fuerzas, para realizar la unidad”, pues “la unidad es sobre todo un don, es una gracia que hay que pedir con la oración”:
Recordando al apóstol Pablo, que sentía dentro de sí el lacerante conflicto de “querer el bien y estar inclinado al mal”, y que comprendió “que la raíz de tantas divisiones que hay a nuestro alrededor - entre las personas, en la familia, en la sociedad, entre los pueblos y también entre los creyentes – está dentro de nosotros”, Francisco, citando el Concilio Vaticano II, hizo presente los muchos elementos que se combaten en el propio interior del hombre, y afirmó que “la solución a las divisiones no es oponerse a alguien, porque la discordia genera otra discordia”:
La unidad – aseguró – puede llegar sólo como fruto de la oración. “Los esfuerzos diplomáticos y los diálogos académicos no bastan”. “Deben hacerse, pero no bastan”, subrayó.
Por eso invitó a preguntarnos si rezamos por la voluntad de Jesús, por la unidad. “Si revisamos las intenciones por las que rezamos, probablemente nos demos cuenta de que hemos rezado poco, quizá nunca, por la unidad de los cristianos”, observó. De esta, añadió, “depende la fe en el mundo”:
Y “en este tiempo de graves necesidades”, continuó el Papa, “es todavía más necesaria la oración para que la unidad prevalezca sobre los conflictos”. “Es urgente dejar de lado los particularismos para favorecer el bien común, y por eso nuestro buen ejemplo es fundamental: es esencial que los cristianos prosigan el camino hacia la unidad plena, visible”.
Se trata de un camino, suscitado por el Espíritu Santo, que ya ha iniciado y que irá siempre hacia adelante, y los cristianos debemos “luchar por la unidad”, es decir, “rezar”.
Rezar significa luchar por la unidad. Sí, luchar, porque nuestro enemigo, el diablo, como dice la palabra misma, es el divisor. Jesús le pide al Espíritu Santo unidad, que haga la unidad. El diablo siempre se divide. Siempre divide, porque le conviene dividir. Él insinúa la división, en todas partes y de todas las maneras, mientras que el Espíritu Santo hace converger en unidad siempre. El diablo, en general, no nos tienta con la alta teología, sino con las debilidades de nuestros hermanos. Es astuto: engrandece los errores y los defectos de los otros, siembra discordia, provoca la crítica y crea facciones.
Mientras que Dios “nos toma como somos, diferentes, pecadores, y nos impulsa a la unidad”, el divisor toma el arma “que tiene más a mano” para dividir: “la habladuría”, con la que “alimenta el conflicto”:
“Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia”, (cfr Jn 15,5-9). El tema de esta Semana de oración, dijo el Papa, “se refiere precisamente al amor”, y da cuenta de que “la raíz de la comunión es el amor de Cristo, que nos hace superar los prejuicios para ver en el otro a un hermano y a una hermana al que amar siempre”. Así “descubrimos que los cristianos de otras confesiones, con sus tradiciones, con su historia, son dones de Dios, son dones presentes en los territorios de nuestras comunidades diocesanas y parroquiales”.
La oración, recuerda el Concilio, - concluyó el Papa - es el alma de todo el movimiento ecuménico (cfr Unitatis redintegratio, 8).
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