RABAT.- La segunda y última jornada del viaje del papa a
Marruecos estuvo centrada en encontrarse con el pueblo cristiano que
vive en este país islámico y practica su fe en la tolerancia, pero lejos
de toda idea de proselitismo entre los musulmanes.
Francisco concluyó su visita a Marruecos con una misa en el estadio
Moulay Abdellah, a las afueras de Rabat ante unos 10.000 fieles llegados
de todas las regiones de Marruecos y en muchos casos también desde el
sur de la vecina España.
De la pequeña comunidad católica de unas 25.000 personas
que reside en Marruecos, formada exclusivamente por extranjeros -pues
los marroquíes tienen prohibido convertirse al cristianismo-, había en
el estadio un caleidoscopio de comunidades: europeos y subsaharianos,
diplomáticos y estudiantes, religiosas y seglares.
Parecía una ceremonia internacional -celebrada además en numerosas
lenguas, aunque Francisco usó sobre todo el español-, y lo único que
recordaba a Marruecos era el decorado situado tras el altar, que
reproducía la arquitectura más emblemática de Rabat con sus mezquitas y
murallas.
El gobierno de Marruecos, que se ha volcado
con la organización de un viaje que le dará réditos al proyectar una
imagen de tolerancia religiosa, estuvo representado en la misa por tres
ministros de los más importantes, que se sentaron en primera fila.
La misa estuvo animada por un coro de centenares de jóvenes, casi todos
subsaharianos, que representaban así la nueva iglesia que se ha ido
creando en los últimos años en el país, con una feligresía compuesta
mayormente por una juventud llegada del África negra para estudiar o
trabajar en Marruecos.
Al despedirse de los fieles,
el papa les animó "a perseverar en el camino del diálogo con los
hermanos y hermanas musulmanas y a colaborar también a que se haga
visible esa fraternidad universal que tiene su fuente en Dios",
incidiendo en ese mensaje de entendimiento entre religiones que ha
presidido todo su viaje.
Animó además a los fieles
católicos a "seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, en la
que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando
vea su sufrimiento", y también a ocuparse "de los pequeños y de los
pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados".
Para dar ejemplo, Francisco comenzó la jornada visitando el centro
rural de servicios sociales en Temara, que gestionan tres monjas
españolas de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y que
asisten a la población de la zona curando a los niños quemados en
accidentes domésticos, dando apoyo escolar y distribuyendo comidas
diaria para 150 personas.
Los centros de educación de
propiedad o dirigidos por eclesiásticos o religiosos en Marruecos son
un total de 34, mientras que son 10 los orfanatos, dos las casas para
ancianos, inválidos y minusválidos, 7 los ambulatorios, además de un
hospital.
La visita al centro de Temara era una forma
de rendir homenaje a los religiosos y religiosas que viven en este país
y que se ocupan de los más desfavorecidos sin importarles su religión;
es más, la hermana Gloria, superiora del centro de Temara, insistía
recientemente en que ellas se afanan en formar "buenos ciudadanos y
buenos musulmanes".
El papa saludó a las tres monjas
españolas con las que debido a la facilidad del idioma se le vio muy
relajado y se rio en varias ocasiones y a los siete colaboradores y una
voluntaria que trabajan en este centro.
En la más de
media hora que pasó en el lugar, quiso saludar uno a uno a todos los
presentes, sobre todo mujeres con sus hijos, pero se detuvo
especialmente en las decenas de pequeños a los que vistieron con sus
mejores galas para recibir al papa, y que regalaron al papa una inmensa
torre de dátiles para que la lleve al Vaticano.
Tras
esa visita, el papa se dirigió a la Catedral de San Pedro de Rabat,
donde había invitado a los líderes de las comunidades cristianas en
Marruecos en un encuentro ecuménico; allí, volvió a pronunciarse contra
la idea del proselitismo -penado por otra parte con cárcel en Marruecos-
y subrayó que no importa el número de cristianos, sino la calidad de su
compromiso.
En el acto, que incluyó el rezo del
Angelus, Francisco pronunció en varias ocasiones la expresión "hermanos y
hermanas musulmanas" junto a los que deben trabajar los religiosos en
un espíritu de fraternidad y no de competencia.
El
papa animó a estos religiosos, de distintas órdenes, a seguir estando
"cerca de quienes a menudo son dejados atrás, de los pequeños y los
pobres, de los presos y los migrantes".
La labor de
los religiosos y sus servicios asistenciales y de caridad sirve para
"desenmascarar y poner en evidencia todos los intentos de utilizar las
diferencias y la ignorancia para sembrar miedo, odio y conflicto", que
es lo que hacen "las políticas de integrismo y división y los sistemas
de ganancia insaciable".
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