CIUDAD DE VATICANO.- La destitución de un obispo de Paraguay por encubrir a su
vicario acusado de varios delitos de pederastia, ha tenido un capítulo sorprendente.
Rogelio Livieres, el prelado apeado de su cargo, no lo ha encajado bien y
ha expresado en público su desacuerdo con la medida.
Es una reacción
totalmente excepcional, y para encontrar algo parecido habría que
remontarse a las sanciones de los ochenta contra representantes de la
Teología de la Liberación.
Ante una orden del Papa normalmente un obispo
obedece y calla. Pero Livieres, miembro del Opus Dei, dice no y hasta
cuestiona a Francisco: «Como hijo obediente de la Iglesia acepto esta
decisión, por más que la considero infundada y arbitraria, y de la que
el Papa tendrá que dar cuentas a Dios».
El Vaticano no quiso comentar estas palabras.
Las polémicas que rodean a Livieres no se limitan al presunto
encubrimiento de su auxiliar, el cura argentino Carlos Urrutigoity. Se
ha enfrentado a parte del clero local por su estilo y sus decisiones, y
es acusado de irregularidades financieras.
Sin embargo, él considera que
ha sido víctima de «una persecución ideológica», sin posibilidad de
«una legítima defensa» y que ha sufrido un «anómalo proceso». El hasta
ahora obispo de Ciudad del Este, que está en Roma, lamenta que no haya
podido hablar con el Papa para explicarse, «a pesar de tanto discurso
sobre diálogo, misericordia, apertura, descentralización y respeto por
la autoridad de las Iglesias locales».
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