CIUDAD DEL VATICANO.- Una bomba de relojería en el peor de los momentos. En forma
de una carta de once páginas, escrita con el lenguaje más punzante
posible, por un oscuro personaje conocido por sus artimañas en el
interior de la curia, de la corriente más tradicionalista de la Iglesia y
al que el mismo Papa apartó hace dos años poniendo fin a sus ambiciones
de convertirse en cardenal, comenta hoy el diario La Vanguardia, de Barcelona.
La historia rocambolesca tras el documento enviado hace una
semana por el ex nuncio apostólico en EE.UU. Carlo Maria Viganò (en la imagen) tiene
todos los ingredientes para una película sobre intrigas vaticanas. Pero
no es ninguna ficción: por primera vez en la Iglesia moderna un
arzobispo declara la guerra abierta al Pontífice y pide públicamente su
dimisión. Denuncia, sin aportar pruebas, que Bergoglio conocía desde el
2013 los abusos cometidos por el excardenal estadounidense Theodore
McCarrick y que existe todo un sistema en el Vaticano para promover a
homosexuales.
“Nunca había sucedido algo tan grave”, comenta un sacerdote dentro de la
Santa Sede. “Que un ex alto cargo utilice supuestas informaciones a las
que tenía acceso por su puesto para atacar al Papa… es algo inaudito”,
señala con pesar.
Francisco es retratado por los periodistas que cubren a
diario las informaciones vaticanas como un pontífice dispuesto a abordar
incluso los temas más espinosos en las ruedas de prensa que ofrece a
bordo del avión papal. Cuando le preguntaron por la carta, en plena
vuelta del difícil viaje a Dublín de la semana pasada, fue una de las
primeras veces que decidió no responder. “No diré una palabra sobre
esto”, advirtió a los periodistas. “Leedla y juzgadla vosotros”, pidió.
Descubrir la verdad tras un documento de este calibre es
comparable periodísticamente con la investigación del Boston Globe que
arrojó luz sobre el sistema de encubrimientos sexuales en la iglesia de
Massachusetts. Quizá por esto, unos cuantos ojos ya se han puesto a leer
los hechos y omisiones en el documento de Viganò. En sólo una semana
han aflorado algunas contradicciones.
La primera, que no es nuevo que este arzobispo mienta.
Después de entrar en la diplomacia vaticana, uno de los órganos más
poderosos dentro de la Iglesia, Viganò fue promovido en el 2009 a
secretario general del Governorato de la Ciudad del Vaticano, en otras
palabras, su ayuntamiento.
Desde allí manejaba una gran cantidad
información privilegiada y de poder. Dos años después el entonces
secretario de Estado, Tarcisio Bertone –a quien ahora acusa de favorecer
a homosexuales– le promovió a nuncio en EE.UU., algo que en teoría era
un ascenso, pero que postergaba sus aspiraciones a cardenal.
Para
intentar evitar ser desplazado, el arzobispo italiano mandó una carta a
Benedicto XVI en la que avisaba de diversos casos de corrupción y le
rogaba que no fuese transferido porque debía quedarse en Roma para
cuidar de su hermano Lorenzo, jesuita, también sacerdote.
La carta fue
una de las revelaciones del escándalo Vatileaks que ensombrecieron la
última etapa de Ratzinger. Lorenzo ha revelado que esto no era verdad:
no sólo no estaba enfermo, sino que no se hablaban desde hacía años por
una disputa de una millonaria herencia.
“Es una maniobra política y mediática”, ha avisado el
veteranísimo y respetado vaticanista de La Stampa Andrea Tornielli, que
ha publicado un detallado análisis en que apunta entre otras cosas que
mientras el cardenal McCarrick, ahora de 88 años, fue promovido a
cardenal en la última etapa de Juan Pablo II y aparecido junto a
Ratzinger en varias ocasiones, ha sido Francisco quien le cesó, el
pasado julio, después de que llegaran acusaciones creíbles de que había
abusado de un menor.
El cardenal McCarrick hasta se reunió con el papa
Benedicto después de que este supuestamente le amonestara por los
abusos. Estos últimos días también ha salido a la luz un vídeo del 2012
en que Viganò rendía homenaje público a McCarrick, meses después de
saber que supuestamente estaba sancionado.
Viganò, además, no escribió solo la carta. Le ayudó uno de
los periodistas ultraconservadores que quieren marcar la agenda
mediática del Vaticano. Se trata de Marco Tosatti, que tiene uno de los
blogs más críticos con el Papa y que forma parte del ecosistema de
vaticanistas que han dado apoyo externo a las reivindicaciones
tradicionalistas de la oposición.
“Viganò me contó que se publicaron
artículos que ensombrecían el trabajo de Benedicto XVI y los dos nuncios
en EE.UU. precedentes a él, Gabriel Montalvo y Pietro Sambi. Cuando vio
que salían a la luz cosas que no eran justas sintió la necesidad de
decir la verdad ante la Iglesia y ante Dios”, cuenta Tosatti a este
diario.
Según su versión, fue Viganò –que dice que sólo le había visto
en un par de eventos sociales– quien se puso en contacto con él para
pedirle una entrevista después del cese de McCarrick.
Al final cambió de
opinión y, en su casa, los dos redactaron en términos periodísticos la
carta final que hicieron coincidir con el segundo día del viaje de
Irlanda. Lo publicaron en medios ultraconservadores católicos en inglés,
italiano y español como Catholic News Register, Infovaticana o Life
Site News.
Después, Viganò, a quien Tosatti insistió en besarle el anillo como
señal de respeto, ha desaparecido del mapa. Tosatti, como Viganò y el
resto de este sector ultraconservador, suele asociar la supuesta
homosexualidad de muchos sacerdotes con el escándalo que ha hecho
temblar a la Iglesia católica.
El documento ha servido para demostrar el cambio de
estrategia que están llevando a cabo los detractores de Francisco. Desde
que el Papa argentino fue elegido en el 2013, una corriente
ultraconservadora ligada al cardenal estadounidense Raymond Burke, que
goza de una cierta popularidad en Italia y es muy influyente en su país,
empezó una campaña de declaraciones inquietantes en estos medios
conservadores.
Estas plataformas durante esta semana también han apoyado
una de las fake news que más ha resonado en Roma: que durante la
audiencia del miércoles, un grupo de fieles de Lucca gritaban “Viganò”,
en apoyo al arzobispo. En realidad estaban aplaudiendo a Italo
Castellani, su arzobispo.
Se trata de un grupo minoritario, pero muy motivado, de
cardenales y altos cargos. La guerra no fue declarada formalmente hasta
el 2016, cuando Francisco hizo pública su exhortación Amoris Laetitia,
uno de los mayores documentos de su pontificado.
Entonces Burke y otros
tres cardenales, los alemanes Walter Brandmüller y Joachim Meisner, y el
italiano Carlo Caffarra enviaron la famosa carta de las dubia (dudas)
para pedir al Papa que corrigiese el episodio en que abría la puerta a
que los algunos divorciados vueltos a casar pudiesen volver a comulgar.
Bergoglio, como ahora, optó por no recibirles, algo que atizó su ira.
Los dos últimos han muerto –y propiciado bromas dentro del Vaticano que
dicen que el Espíritu Santo está de parte de Francisco– pero el alma
contestataria sigue muy activa. Hasta el punto de que una serie de altos
cargos vaticanos se reunió la pasada primavera en un hotel de las
afueras de Roma para cuestionar la visión moral de Francisco como una
herejía.
“Ahora es evidente que ha habido un cambio de estrategia”, explica John
L. Allen, el editor de Crux Now. “Antes querían atacar al Papa a través
de su ideología. Es evidente que no ha funcionado, así que ahora los
críticos buscan acusarlo de corrupto personalmente”.
Según Allen, los
cardenales críticos representaran entre el 30 y el 35% del total. Entre
el 30 y el 35% son favorables al Papa, y el resto no están posicionados.
“Pero también es evidente que este último ataque con la carta de Viganò
no viene principalmente del Vaticano, sino de gente muy influyente en
EE.UU. Es un ataque político”, subraya.
Y es que en algunos sectores de la jerarquía católica
estadounidense discrepan mucho con la visión poco ideológica de
Francisco. El Papa argentino ha apostado por una Iglesia que no esté tan
interesada en marcar líneas rojas con asuntos como el aborto o la
homosexualidad. Tampoco gusta que haya condenado la pena de muerte.
Esto
es algo que no han pasado muchos obispos en este país, a menudo
asociados con el Tea Party o la cadena de televisión Fox News. También
se les vincula con Steve Bannon, el ex consejero supremacista de Donald
Trump y un católico integrista declarado.
Como nuncio en EE.UU., Viganò estuvo muy cerca de esta
corriente. Fue jubilado después de casi arruinar la visita apostólica
del Papa al organizar un encuentro cara a cara con una funcionaria de
Kentucky que se negaba a entregar licencias matrimoniales a
homosexuales. El conservador arzobispo de Pensilvania, Charles Chaput,
ha sido uno de los que ha defendido la integridad de Viganò, así como su
número dos durante la nunciatura, monseñor Lantheaume, quien aseguró
que había dicho “la verdad”.
Otros obispos ultraconservadores, como el
de Madison (Kentucky), Tyler (Texas), Tulsa (Oklahoma), o Phoenix
(Arizona) han dado credibilidad a la carta y pedido una investigación
para esclarecer la verdad.
En el Vaticano, el principal apoyo de Francisco
sigue siendo su hombre fuerte, el secretario de Estado Pietro Parolin.
Es uno de los pocos que ha salido públicamente en su defensa –el
silencio se ha impuesto entre la mayoría de cardenales– para decir que
el Papa se mantiene “sereno” y que la situación “no es en absoluto
preocupante”.
Pero también admite que en el Vaticano hay “amargura e
inquietud”. Como leía Jason Horowitz, de The New York Times, aunque sea
muy difícil que los detractores del Papa consigan su objetivo de
hacerle renunciar al pontificado, pueden intentar aprovechar este
revuelo para debilitarle e impedir que prosiga su reforma inacabada.
“Los delitos de abuso deben abordarse ahora. Pero personas como Viganò
se aprovechan para meter su propia agenda retrógrada, dañar al Papa y
donde los sobrevivientes no cuentan”, avisa una de las voces de las
víctimas de los abusos en Chile, Juan Carlos Cruz.
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