Demasiado ocupada con fomentar la inmigración ilegal masiva de
subsaharianos en Europa y luchar contra el Cambio Climático, la cúpula
vaticana ignora los mayores avances en las opciones provida de las
últimas décadas.
La batalla del aborto, que durante décadas
se ha mantenido como la pelea clave en la guerra cultural por el alma de
Occidente, ha tenido todo este tiempo por centro Estados Unidos y por
principal campeón ‘provida’ a la Iglesia Católica.
Estados Unidos
no es solo líder cultural del planeta, sino también el primer país en
convertir, por obra de su inapelable Tribunal Supremo, el aborto en un
derecho constitucional y, por tanto, intocable para cualquier gobierno o
legislatura.
Y
si bien el aborto no es en absoluto una cuestión religiosa, quedando
definitivamente claro desde el punto de vista científico que se trata de
la eliminación de un ser humano vivo, es un hecho comprobable que la
Iglesia y los católicos particulares han formado el grueso del ejército
provida.
No deja de ser lógico que la Iglesia, como sostenía
Chesterton, se encargue de recordar al mundo las verdades esenciales que
ha olvidado, y parece indudable que una masacre que ha costado ya
millones de vida es un ‘olvido’ bastante significativo, por decir poco.
Y
la gran apuesta estaba, precisamente, en el Tribunal Supremo, única
instancia que puede revertir el fallo de Roe vs Wade. Al ser nueve
jueces elegidos con carácter vitalicio cuyas decisiones se toman por
mayoría, uno de los legados más importantes que puede dejar un
presidente es proponer un juez al Supremo en caso de vacante.
Trump
ya tuvo ocasión de hacerlo con Gorsuch, pero ahora, la retirada del
‘progresista’ juez Kennedy le ofrece una nueva oportunidad de
reequilibrar la balanza, y lo ha hecho con la elección de un católico,
Brett Kavanaugh.
Las protestas, los comentarios, las adhesiones
están copando el panorama mediático norteamericano, con el aborto como
casi único tema de fondo. Pero hay una gran, enorme ausencia: Roma.
En
un momento clave, cuando podríamos tener al alcance de la mano el mayor
vuelco en la crónica del aborto desde los años setenta, la cúpula
vaticana parece haber perdido todo interés por este asunto, mucho más
ocupada con jalear la inmigración masiva o alertar contra el Cambio
Climático.
Es cierto que, al inicio de su pontificado, el Papa
Francisco ya advirtió a los católicos contra la ‘obsesión’ por los temas
de familia y vida como el aborto o los llamados ‘matrimonios
homosexuales’, probablemente con razón, en el sentido de que lo
monotemático del mensaje podía eclipsar la verdadera ‘noticia’ que debe
transmitir el católico, la salvación que nos ha procurado Cristo.
Pero
era difícil prever entonces que dejar de ‘obsesionarse’ iba a
significar ignorar el asunto casi por completo. No ha habido nota alguna
de la Santa Sede sobre la nominación de Kavanaugh o comentario
extraoficial, igual que no habló el Papa cuando se celebró el triste
referéndum para legaliza el aborto en Irlanda o la votación en el
parlamento de su país natal, Argentina, con iguales intención y
resultado.
Y no es, precisamente, porque la cúpula vaticana se
niegue a ‘entrar en política’. Nunca, desde que recuerdo, lo había hecho
tanto. En estos mismos momentos, los prelados de la Curia libran una
acerba disputa contra el nuevo Gobierno italiano a cuenta de la
inmigración, y el Papa no cesa de exhortar a los políticos para que se
comprometan con los Acuerdos de París sobre limitación de emisiones de
‘gases invernadero’.
Y ahí está la paradoja de este pontificado lleno de paradojas.
La suerte parece de cara en la batalla contra el aborto y el Papa ni
siquiera opina; la invasión de inmigrantes ilegales, unida a la crisis
demográfica, está propiciando un crecimiento del Islam en detrimento de
la fe que ha construido Europa, y el Vaticano clama por acoger a más.
(*) Profesor titular de Pedagogía de la Religión en el Instituto Pontificio San Pío X
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