En nuestra última nota y a propósito
del discurso del Santo Padre pronunciado en ocasión del lanzamiento de
la “Universidad del sentido” recordábamos las tres imágenes que trajo a
cuento: La vocación de Mateo, pintura de Caravaggio, escenas del film La Strada de Fellini, y El idiota de Dostoievski. Estas trasmiten a su juicio “tres conceptos: el llamado, el sentido y la belleza”.
De La strada de Federico Fellini
En
la película del célebre director italiano, un circo ambulante va de
poblado en poblado, llega, convoca al vecindario y equilibristas,
malabaristas y payasos hacen sus representaciones, pasan la gorra y se
van. Entre los integrantes Zampanó (Antony Quinn) es el jefe de un trío
que realiza sus números en el espectáculo. Es un ser bruto, egoísta y
violento que rompe cadenas.
En el camino compra una adolescente
analfabeta, de carácter ingenuo y muy tímida de nombre Gelsumina
(Giulietta Mesina), a quien pone a trabajar con él tocando la trompeta.
Zampanó mantiene un entredicho -presuntamente por celos -con el bufón
del trío al que llaman El loco (Richard Basehart), lo persigue
profiriendo amenazas, blandiendo un cuchillo y generando un escándalo en
el pueblo donde se encuentran. El dueño del circo despide a los dos y
Zampanó es detenido por la policía.
A
la hora y siete minutos del film, mientras El loco y Gelsumina esperan
la liberación de Zampanó, en medio del vacío en que está sumida la
joven, el saltimbanqui se compadece de ella e intenta darle ánimo y en
un momento del diálogo le dice: “Tal vez no lo creas pero todo en esta
vida tiene un propósito y un sentido… Incluso hasta [levanta una piedra
del suelo] esta piedra tiene un propósito”.
“¿Cuál es su propósito?”,
pregunta ella y él le responde: “No lo sé. El Padre eterno lo sabe. No
lo sé pero debe ser uno, si esta piedra no tiene un sentido nada lo
tiene. Hasta tú tienes un propósito con esa cabeza de alcachofa…”. Estas
palabras iluminan la mirada de Gelsumina y encienden en ella un ánimo
de rebeldía…
Scholas Occurrentes
El
Santo Padre hizo proyectar esta escena en una reunión de Scholas
Occurrentes en ocasión de la inauguración de la sede en el Trastévere
romano en junio de 2017. En el aula repleta de jóvenes este cronista
registró la imagen que ilustra la presente nota.
Si
buscamos qué es “sentido”, encontraremos que es un término que puede
referirse a una palabra, a una cosa, un suceso o una acción y a su vez
puede tener distintos alcances: como justificación o fundamento es usada para explicar el porqué de un hecho, de una acción o de un suceso.
También empleada como una cierta orientación o dirección de algo, como
cuando decimos cuál es el rumbo de una nave o la orientación del viento,
o cuando se pretende explicar hacia dónde va el mundo, y más usualmente
también cuando preguntamos cuál es el sentido de la vida.
Dijo
el Santo Padre a los jóvenes al cabo de la proyección: “Ninguno es
‘no', todos son ‘si’. Todas las personas tienen sentido, como tiene
sentido la piedrita. Todo tiene un sentido, todos tenemos algo que dar y
algo que recibir, humanamente y no animalmente…”.
La
piedrita es una cosa que tiene sentido pero no siente, el animal al
igual que el hombre siente pero a diferencia de este tiene solo una
reacción fisiológica y automática. El caballo -pongamos por caso-
siente el golpe de la fusta que le propina el jinete pasando del paso al
trote o del trote al galope.
El ser humano no tiene tan solo una
reacción físiológica sino también “inteligente” o “sintiente”, es decir
humana, desde el sentirse a sí mismo sentido.
El
significado al que se refiere Fellini en esas escenas -entiende este
cronista- es al porqué de la existencia y también y al mismo tiempo a la
orientación (o propósito) de nuestra vida. Existimos porque hemos sido
creados por Dios y no hemos sido creados como seres aislados y sin
sentido sino enlazados y con sentido.
El sentido supera el ensimismamiento
El hombre y la mujer se repiten especialmente en el mundo de los últimos siglos la pregunta por el fundamento de la vida. Y se han dicho “la vida no tiene sentido” o “todos tenemos un sentido y hay que descubrirlo en uno mismo y dárselo a la vida”.
Y esto es cuando “uno mismo” es el ser en relación que da sentido y
hace posible que el ser sea, desde la comprensión de que uno existe a
partir del otro y por eso mismo el sentido de la vida no es concebible
sin el otro.
En la alteridad es donde está el sentido de la vida -los
padres, los hijos, los amigos, el prójimo- y ahí es donde a la par de
nuestro reconocimiento del otro nace la inmortalidad del alma humana. He
ahí el sentido último de la vida. Siempre tenemos algo que dar y algo
que recibir en el encuentro con el otro ser humano, dice Francisco.
El
hombre y la mujer para ser persona inexorablemente ha de sentir que
forma parte del “nosotros” existencial y comunitario que es la base del
amor interhumano. Por eso el “yoísmo” hunde al hombre en el
aislamiento, lo encierra en el ensimismamiento, niega el amor
interpersonal, se opone a un destino comunal y divorcia el ser del
sentir. Vivimos para el otro, como El loco de Fellini vivió en aquellos
minutos de encuentro con Gelsomina, invadida por el vacío del
anonadamiento, para recordarle que, como dice Francisco, ella como todo,
también era un “sí”, tenía un sentido.
(*) Ex juez federal argentino
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