MADRID.- Las negociaciones entre el Vaticano y el Gobierno socialista sobre la
exhumación de Franco han generado varios momentos memorables para la
semiótica y la comunicación política. Se podrían resumir así: el
Vaticano manda un mensaje exquisitamente ambiguo sobre su posición —en
el que no dice ni sí ni no a la exhumación de Franco, sino todo lo
contrario— y el Gobierno se apresura a
venderlo como un sí rotundo a sacar al dictador del Valle de los
Caídos... Pero no hemos venido aquí a hablar del Gobierno sino del
Vaticano, y de su ya legendaria capacidad para decir solo lo que quiere
decir (que pueden ser muchas cosas, nada en absoluto o todo ello a la
vez), se relata en El Confidencial.
Si le parece que estas sutilezas comunicativas de la
diplomacia vaticana rozan la opacidad, quizá no se equivoque, pero no es
menos cierto que eran mucho más agudas hace cuatro décadas, cuando
aterrizó ahí el murciano Joaquín Navarro-Valls (1936-2017)
para intentar que el Vaticano empezara a hablar un poco más a las
claras (dentro de sus tradicionales límites nebulosos).
Navarro-Valls era el corresponsal setentero de ‘ABC’ para Italia y el
Mediterráneo Oriental. En el Vaticano cubrió el siniestro estío de
1978, el verano de los tres papas, con el fallecimiento de Pablo VI, la
elección de Juan Pablo I, su repentina muerte, y la sorprendente
elección de Juan Pablo II, 'thriller' religioso plasmado por
Navarro-Valls en el libro ‘Fumata blanca’.
Seis
años después, Wojtyla le nombró director de la Oficina de Prensa de la
Santa Sede, y más tarde, portavoz, cargos que conservaría durante los
primeros 15 meses de papado de Benedicto XVI. Fueron 22 años al frente
de la comunicación del Vaticano con cierta aureola mítica:
Navarro-Valls, numerario del Opus Dei, modernizó la comunicación del
Vaticano. He aquí la tesis del libro ‘Navarro-Valls. El portavoz’,
editado por su hermano Rafael Navarro-Valls, en el que varios
periodistas y académicos del entorno amable de Navarro-Valls glosan su
carrera.
El poder de la comunicación
La
idea de Navarro-Valls cuando llegó al cargo era la siguiente. “La
información proveniente del Vaticano ya no tenía que ser considerada
como una fuente meramente religiosa, relevante solo para el mundo
católico, sino que el Vaticano tenía que ser considerado como una de las
principales instituciones mundiales. La figura del papa tenía que
convertirse en un punto de referencia prioritario en el escenario
mundial.
Para lograrlo, había que modernizar las estructuras
informativas de la Santa Sede. El papa lo entendió y lo aceptó… Entendió
—y así se lo dijo— que la gente tenía derecho a ser informada y que,
por lo tanto, el Vaticano tenía que respetar ese derecho”, cuenta en el
libro Valentina Alazraki, corresponsal de Televisa en Roma.
Un sector del Vaticano veía el exceso de comunicación como una pérdida de poder y de control
Fue un hombre clave, por tanto, del mediático papado de Juan Pablo II,
pero no sin resistencias iniciales: un sector de las altas instancias
vaticanas pensaba entonces (y ahora) que la opacidad es poder, pero
Navarro-Valls entendió que la comunicación también era poder.
“Nadie
en
la Secretaría de Estado del Vaticano era consciente de la estrecha
relación que existía entre gobierno y comunicación: en el sentido de que
la eficacia de una línea de gobierno depende inevitablemente de su
comunicación… El doctor Navarro era absolutamente consciente de eso…
Pero en una realidad compleja como la del Vaticano, nada resulta fácil.
Y la relación entre el gobierno y la comunicación tuvo que construirse y
reconstruirse contra posiciones y actitudes que desconfían de la
comunicación o la ven como una pérdida de poder y de control”, explica
en el libro Federico Lombardi, antiguo director de Radio Vaticano.
“Tienen
miedo a la prensa', decía Navarro-Valls, ‘y yo trato de ayudarlos’. Y
eso era muy cierto. Al profesionalizar el servicio de información del
Vaticano, también enseñó al clero a hablar con los reporteros, y esto
fue una novedad para la mayoría de ellos”, escribe Janne Haaland Matlary,
profesora de Política Internacional de la Universidad de Oslo y
secretaria de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores (1997-2000).
El trato directo con el papa le ayudó a eludir las resistencias internas: tenía el respaldo del jefe supremo
Hablamos con Rafael Navarro-Valls —jurista y catedrático de la UCM— para conocer las claves del trabajo de su hermano: 1) “Joaquín le hizo ver a Juan Pablo II que la diplomacia tenía que ser más transparente, guardando las naturales reservas”.
2) “La sala de prensa del Vaticano era un poco desastre a su llegada.
Faltaban expertos. Convenció al papa de dar un giro de 180 grados.
‘Doctor Navarro: usted haga lo que tenga que hacer', solía decirle Juan
Pablo II. Este libro se acaba de presentar en el Vaticano; durante el
acto, se mencionó varias veces la ‘revolución’ comunicativa llevada a
cabo por Joaquín”. 3) “Cuando le ofrecieron el cargo, exigió trato
directo con su jefe, es decir, con el papa. Evidentemente, esto no gustó
a una serie de mandos intermedios del Vaticano: querían seguir actuando
con la opacidad habitual. Joaquín rompió con esta opacidad en asuntos
tan delicados como la enfermedad del papa y la persona que atentó contra
Juan Pablo II.
El trato directo con el papa le ayudó a eludir las
resistencias internas: tenía el respaldo del jefe supremo”.
Insistamos
en este último punto: las resistencias internas dentro de un mundo poco
dado a los cambios. “Su gran autonomía no gustaba en la Secretaría de
Estado y creaba fricciones. La forma de informar sobre la salud del
papa, que quería que fuera totalmente transparente, le causó varios
problemas.
Por ejemplo: en una ocasión el papa se cayó en el baño y se
rompió el fémur. Joaquín lo contó tal cual a los periodistas. Hubo
quienes lo cuestionaron y le preguntaron por qué había mencionado lo del
baño… ‘¿Acaso el papa no tiene un baño?’, replicó Valls”, según cuenta Alazraki en el libro.
"El Vaticano tiene miedo a la prensa", decía Navarro-Valls
La
curia "no apreció al comienzo su libertad —consecuencia de su relación
personal con Juan Pablo II—, y en repetidas ocasiones trató de
redimensionarla”, según escribe Luigi Accattoli,
escritor y periodista en ‘La Repubblica’ y ‘Corriere della Sera’,
que
añade: “La curia llegó a apreciar, con el paso de los años, los
resultados de su obra, es decir, su ROI, ‘return on image’, el
‘beneficio de imagen’ para la figura del papa y de la institución
vaticana".
Willy Fog
Navarro-Valls,
que había sido cocinero antes que fraile, no solo aprendió a modular la
opacidad interna: también sabía cómo alimentar a la prensa. “La Santa
Sede debía presentarse no como el adversario conservador sino como una
fuerza positiva para el cambio en el mundo… Típicamente suyo era pensar
en algún ‘cebo’ sorprendente para dar a la prensa; algo de ‘comida’…
Reconocía que tenían un trabajo que hacer y que debían encontrar algo
sobre lo que escribir, y siempre estaba dispuesto a reunirse con
periodistas de varios medios de comunicación. ‘Aprender a jugar con la
prensa’, decía en momentos más cínicos”, recuerda Janne Haaland Matlary.
Pero
hay más: Navarro-Valls se acabó convirtiendo en el fontanero de
Wojtyla: los viajes internacionales fueron estratégicos para Juan Pablo
II, el Willy Fog de los papas, y Navarro-Valls se dedicó a desatascar
las cañerías de los lugares que visitaba el pontífice, incluida la histórica y compleja visita a Cuba (enero de 1998).
El momento decisivo de las negociaciones Vaticano/Cuba lo protagonizaron Fidel Castro
y Navarro-Valls durante una de esas largas veladas nocturnas en La
Habana en las que Castro estudiaba a su interlocutor al tiempo que le
pasaba un rodillo dialéctico por encima.
“Joaquín
habló durante horas con Castro. Me contó que Fidel estaba fascinado por
la figura de Juan Pablo II, había leído sus encíclicas, pero quería
saber por Joaquín quién era el papa como hombre”, cuenta Alazraki.
Resumiendo: duelo de titanes de la comunicación. El largo verano del siglo XX y la Guerra Fría.
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