CIUDAD DEL VATICANO.- El papa es un hereje. Así lo afirman dos cardenales y ciertos sectores ultraconservadores de la Iglesia entre los que Francisco está levantando ampollas. Llevan más de un año
amenazándole públicamente por sus exhortaciones apostólicas. No pueden
tolerar que ahora las personas divorciadas vueltas a casar puedan
comulgar, como ha permitido el Amoris laetitia.
Para ellos es como si la Iglesia aceptara el adulterio como un
comportamiento aceptable dentro de su fe, de ahí que en sus textos
públicos los altos mandos de la curia vaticana afirmen que es un
"derecho y deber" de los fieles pararle los pies al Papa cuando se
desvía de los preceptos católicos.
Lo del divorcio no es lo que realmente molesta:
estos grupos críticos con el revisionismo moral, aunque significativos,
no son demasiado mayoritarios.
Al Papa Francisco, al que en los cinco
años que lleva de papado hemos visto en multitud de ocasiones proclamar
consignas juanpablistas y hasta socialistas, también se cargó hace poco la importantísima Orden de Malta y a los franciscanos de la Inmaculada, agrupaciones históricas marcadas por el escándalo (escándalo social, paradójicamente) pero que siguen manteniendo un enorme poder. Es ahí donde se toca hueso.
44 cardenales afines en sólo tres años: Francisco ha
colocado ya a un tercio de cardenales propios de los 120 purpurados
electores. Su idea es clara, busca personalidades con una ideología
eclesiástica alineada con la suya, con ímpetu renovador de la Iglesia.
El nuevo papa tiene ya bastante control del colegio cardenalicio. ¿El
objetivo? Poder influir en la decisión de su sucesor, otro reformista como él. El tiempo corre en su contra: Bergoglio tiene ya 81 años.
El cambio viene de lejos: de hecho, esto es lo que
se especuló cuando el cónclave dio el sí por primera vez en 13 siglos de
historia a un papa de fuera de Europa, de perfil relativamente bajo. Se
le conocía como callejero, humilde.
Justo lo que esperaban que hiciera Ratzinger antes de que se desvelase
como un teólogo demasiado centrado en los textos y menos en la nueva
imagen que la Iglesia católica debe proyectar en el contexto mundial
actual para sobrevivir.
Y es necesario: aunque el cristianismo sigue siendo la fe más defendida en el planeta, los musulmanes están a unas pocas décadas de sobrepasarles en las encuestas. El problema no son sólo los bautismos: en el mundo occidental cada vez porcentajes más y más pequeños son los que se comprometen activamente con la fe cristiana. Aunque la tradición de los ritos se mantenga, la cultura católica se muere.
Francisco está reformando en serio. Ha cambiado el
acercamiento de la Iglesia al tema de la homosexualidad (está a favor de
las uniones, siempre y cuando no se denominen “matrimonio”), ha
introducido a las mujeres
en puestos de mayor responsabilidad y relevancia dentro de la
arquitectura eclesiástica y está buscando acercarse a países del este,
de ahí que haya viajado a Bangladesh y a Myanmar y esté deseando que le
inviten a China. También está, como hemos visto, lo de los divorciados,
lo del cambio climático e incluso su crítica al sistema capitalista.
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